Por Wilson Tapia Villalobos
Pese a nuestro autoenvaneciemiento, los males del subdesarrollo no nos dejan. Y ello no es consecuencia solo de ausencia de medios intelectuales o económicos, ambos escasos. A menudo a esto se suma una mirada conservadora, retrógrada y autosuficiente para analizar la realidad en que nos ha tocado vivir. Para muchos estas son, precisamente,manifestaciones del subdesarrollo. Que además vienen acompañadas de desafíos propios de la época, como cambios valóricos, que ahondan las dificultades. Una mirada así de somera bastaría para sostener que es nuestro destino. Y que ya es mucho lo que hemos hecho con lo poco que tenemos.
De quedarnos con esta explicación, sería una nueva manifestación de soberbia. Por inepcia, descuido, pereza, egoísmo,hemos dejado ir oportunidades que se nos presentaron en el pasado. Hoy pretendemos culpar al contrincante político de todos los males. El objetivo no es resolver los problemas, sino conseguir el poder……y seguir en lo mismo.
En la actualidad nos hallamos preocupados de desacreditar las reformas estructurales que impulsa el Gobierno, si somos de oposición. Y las tildamos de improvisadas, insuficientes, dañinas. Incluso se las descalifica por ser discriminatorias. Si se es de gobierno, la pregunta obvia resulta ser: ¿Y por qué nos las hizo el gobierno de derecha anterior al actual, ya que reconocen que son necesarias? La misma pregunta se le podría hacer a quienes hoy forman la Nueva Mayoría y que antes integraron la Concertación.
En definitiva, la discusión se traba y las reformas van siendo podadas para que queden lo más adecuadas posible al sentir del poder. Sin embargo, resulta evidente que estamos atrasados.Que nuestra definición por el crecimiento ha sido sobrepasada. Por ejemplo, en la OCDE seguimos siendo el penúltimo país en materia de tributación. Eso, a pesar de la reforma. En cuanto a calidad de la educación, no estamos muchos mejor. Con un agravante, buena parte de los países más desarrollados de la organización tienen a la educación como un compromiso del Estado, pero no como negocio. Por lo tanto, la gratuidad corre para las instituciones estatales. Si los privados lucran en el rubro, el dinero del erario nacional no incrementa sus ganancias.
Algo está pasando aquí que las cosas se confunden. La democracia parece haber sido entendida, después de la dictadura, como un sistema en que todo debe realizarse a través de acuerdos. Y si bien eso es lo deseable, no puede ser una imposición que trabe el avance del país. Sobre todo si se cree, por ejemplo, que el mercado tiene leyes insoslayables. La verdad es que hemos sido testigos de cómo un mercado sin regulaciones -o sin fiscalización férrea- se transforma en la jungla. Y allí, sabemos, se impone el más fuerte.
Hemos sido testigos privilegiados del cambio que trajo la globalización. El término de la pugna entre capitalismo y socialismo parece haber influido en una profundización de cambios valóricos. Situación que acaece cuando se hace evidente la aparición de nuevos paradigmas que tendrán que traer su propia estructura valórica que profundizará la ética que hemos conocido o la remozará. Son interrogantes que aún permanecen.
Mientras tanto, nuevos desafíos pondrán a prueba nuestra capacidad de reacción. Ya tenemos con nosotros el problema del envejecimiento de la población. Y seguimos sin poner coto al latrocinio que significan las AFP. La gran mayoría de nuestros viejos están expuestos a pensiones miserables. Como se presentan las cosas hoy, el futuro será aún más aterrador. De acuerdo a las proyecciones del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), para 2020 el promedio de vida de los chilenos estará en 79,9 años. Hoy, el 16,7% de la población tiene más de 60 años. Y la relación actual con los menores de 15 años es de un adulto mayor por cada dos adolescentes. Tal proporción cambiará en el mismo sentido que ha ido variando desde los años 60. Las estadísticas señalan que para 2025, en Chile habrá 103 personas de más de 60 años por cada 100 menores de 15 años. ¿Estamos preparados para enfrentar tal realidad? La respuesta categórica es no.
Nuestro acercamiento a áreas tan importantes como la investigación, es una deuda que se arrastra. Y ya hemos perdido oportunidades valiosas. Inclusos nuestros controles para saber qué es lo que los intermediarios importan, son escasos y muy poco confiables. Recientemente, en Brasil, se produjo un chequeo de automóviles que se comercializan en América Latina. Entre los peores evaluados estuvieron modelos que se venden en Chile, de marcas como Hyundai, Toyota, Kia. En general, los estándares de seguridad y equipamiento están lejos de los que se exigen en Europa y países desarrollados. Sin embargo, los precios de venta al público aquí son muy superiores.
Males del subdesarrollo, sin duda. Males fácilmente atribuibles a la codicia de empresarios inescrupulosos que hasta se coluden para elevar sus márgenes de ganancia. Pero aquí también hay responsabilidad de las autoridades políticas. Aquellas que creen que la democracia puede existir confiando solo en la buena intención de quienes operan en el mercado. Tal creencia, más que un mal del subdesarrollo parece una gran hipocresía.
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Ahorrarian tiempo y plata al país si evitaran las elecciones y q lo que cocinan a espaldas de la gente, lo hicieran publicamente. ¿ O no se atreven a tanta claridad?
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