Por Dr. Franco Lotito C.
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La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que alrededor de 350 millones de individuos de todo el mundo están afectados exclusivamente por el trastorno de la depresión. Una enfermedad, que muchas veces, es la continuación –y parada final– de un cuadro de estrés prolongado.
Por otra parte, la Organizacional Internacional del Trabajo (OIT) calcula que entre el 50 y el 60% de todas las jornadas laborales perdidas se debe al impacto del estrés sobre los trabajadores, un enorme costo en términos de la aflicción humana que genera, así como por los graves perjuicios económicos que provoca el estrés al país y a las empresas. Si esto lo llevamos a cifras, las estimaciones son más que impresionantes: según la OIT, se perdería entre el 2,6 y el 3,8% del Producto Interno Bruto (PIB) de un país.
El experto norteamericano en estrés, el Dr. Brian Weiss, calculó que sólo para Estados Unidos el costo económico se eleva a nada menos que U$ 300.000.000.000 anuales en pérdidas por concepto de accidentes laborales, días cama hospital, licencias médicas, prescripción de medicamentos, días laborales no trabajados, etc., una cifra que si la comparamos para entender su dimensión, sería equivalente a todo el PIB de nuestro país, es decir, lo que produce Chile durante todo un año. Son cifras impresionantes.
Algunos de los síntomas de este mal incluyen la falta de perspectivas hacia el futuro, agobio, burn out, cansancio y desencanto, ideas recurrentes de suicidio, pérdida de la alegría, del entusiasmo e interés por la vida.
Por lo tanto, el hecho de conocer e interiorizarse de estas realidades, puede ayudar al lector, a las empresas, a las familias de las personas afectadas, a repensar la situación que se está viviendo, y optar por dar un fuerte golpe de timón a su vida, con el fin de cambiarle así, el curso ominoso que pudiera estar enfilando su destino.
Si bien no es una tarea que sea sencilla, el desafío de enfrentarse, manejar y liberarse del estrés, es absolutamente necesario, especialmente, si consideramos el hecho, que la pandemia del estrés se expande por el mundo igual como lo hace un reguero de pólvora: en forma incontenible, dramática y veloz, hasta provocar la explosión final.
Los hechos desatados de agresión verbal y violencia física representan, generalmente, el corolario final de un estado de estrés que se hace inmanejable. Es cosa de observar a los conductores cuando deben transitar por calles atochadas, en mal estado, repletas de otros vehículos, todos tocando la bocina, insultándose unos a otros, o bien, cuando un pasajero intenta ingresar a una estación de metro, donde las personas parecen la viva imagen de una lata de sardinas: diez personas apiñadas y luchando abrazo partido por entrar en un metro cuadrado, donde, a lo más, sólo deberían ir seis personas: el hacinamiento, el desagrado y la irritabilidad en su máxima expresión.
La parte más dramática de estar sometidos a esta constante “vivencia de estrés” es que un número apreciable de personas comienza a perder el sentimiento de esperanza de una vida mejor y más satisfactoria, otras terminan por enfermarse gravemente, en tanto que algunas otras atentan contra sus propias vidas, porque están convencidas, de que ésta ya no tiene nada bueno y gratificante que ofrecerles y, por lo tanto, no ven una razón valedera, por la cual deban continuar resistiéndose a este impulso autodestructivo, y seguir enfrentando (y sufriendo) una vida poco coherente, sin alicientes, sin sentido ni destino alguno.
Resulta llamativo constatar, que en múltiples ocasiones se produce la conjunción de una serie de factores que desencadenan la toma de una decisión irreversible, entre los cuales, sobresalen el cansancio crónico, la desesperanza, la depresión, el hastío y el aburrimiento, como una verdadera maldición contemporánea, que se hace intolerable para el sujeto afectado, por cuanto, le refleja su estado de vacío e infelicidad interna.
Ahora bien, contrariamente a lo que pareciera ser considerado por muchos como un hecho “normal” y “cotidiano” la experiencia de tener que vivir en forma habitual una agitada y estresada agenda diaria –donde confluyen, entre otras, la sensación de inadecuación personal, indefensión, la sobrecarga emocional y laboral, la falta de expectativas e infelicidad, el sedentarismo a ultranza, el aislamiento y la soledad–, este hecho no debe aceptarse por ninguno de nosotros como algo “natural”, porque simplemente no lo es. Y no cabe duda alguna, que estas situaciones deben (y pueden) ser revertidas y evitadas. ¿Cómo?
A través de intentar dar una nueva mirada –más profunda y curiosamente inquisitiva– hacia lo que pudiera deparar el futuro inmediato (si se mantiene el rumbo actual), complementándola con un mejor nivel de información, formación, reacción y postura personal. Es la actitud con una mirada de esperanza en un cambio para mejor. Si otros lo han logrado… ¿qué impide que nosotros no seamos capaces de hacerlo también?
El hecho de darse a sí mismo una nueva oportunidad, es un derecho irrenunciable, y es propio y característico de todo ser humano sensible y reflexivo.
Éste es el patrón de conducta con un toque de resiliencia personal que debe primar por sobre cualquier otra consideración.
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Estoy completamente de acuerdo. El estrés crónico produce agobio, cansancio, desconcentración y una larga lista de otros trastornos que pueden afectar severamente a las personas, incluyendo el lugar de trabajo, especialmente, cuando el ambiente laboral no es muy bueno.
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