Por Dr. Franco Lotito C. –
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Docente e Investigador (Uach)
“El camino hacia el poder está pavimentado de mentiras e hipocresías” (Frank Underwood, serie House of Cards)
Las crisis de los partidos políticos, las sucesivas crisis de credibilidad y de confianza en el Gobierno de Chile y, por extensión, en la presidencia, en los partidos y sus dirigentes políticos no tienen parangón alguno con ninguna otra época de la historia nacional. El efecto de la globalización, las comunicaciones instantáneas, las herramientas tecnológicas como Internet, Twitter, WhatsApp, Youtube, etc., los han (ex)puestos tal como son –una manga de sinvergüenzas– a todos y a cada uno de ellos bajo la lupa y la mirada escrutadora del público, con resultados –literalmente– catastróficos.
Lo anterior, sin considerar que la capacidad autodestructiva de los propios políticos resulta ser francamente ilimitada, siendo capaces de arrastrar al abismo y al desastre a oponentes y seguidores por igual, y de una manera muy “democrática”, por lo demás. Ejemplos como Pablo Longueira, Carlos Ominami, Fulvio Rossi, Guido Girardi, Marco Enriquez-Ominami, Jaime Orpis, Rodrigo Peñailillo, Jorge Pizarro e hijos, y un larguísimo etcétera, se han convertido en la norma nacional.
Esta actitud de soberbia por parte de la clase política, es la que nos lleva a pensar, que en Chile, la democracia está sobrevalorada y que el respeto a las reglas no es algo que pueda ser considerado como parte integral de la ética personal de nuestros (des)honorables diputados, senadores y gobernantes.
El escritor y ensayista chileno Fernando Villegas Darrouy escribió en una ocasión, que era prácticamente imposible “distinguir los malos políticos de las cucarachas”, ya que al igual que a éstas era “muy dificultoso ponerles el pie encima”, así como también por su gran “abundancia allí donde hay algo que depredar”. Tanto es así, que no bien uno levanta el pie para masacrarlos, los políticos ya están instalados en el directorio de alguna de las empresas que debían fiscalizar, o bien, se mudaron a otra repartición del Estado, se convirtieron en ministros de estado o en parlamentarios del congreso. Si todo lo anterior no funciona, entonces se esfuman en una subsecretaría, se van de embajadores a Europa o se deslizan hacia alguna ONG que les pague en dólares o en euros.
Hasta un hombre respetuoso, paciente e inteligente como Mario Waissbluth Subelman –un investigador, escritor, experto en política educacional y fundador de Educación 2020–, está indignado con la presidenta Michelle Bachelet (a quien él –hoy reconoce con una cuota de indignación– le dio su voto) y la describe como una persona que más que progresista, hoy tiene un claro “perfil populista-peronista que comete graves errores”.
Incluso más. Tras bambalinas, y sin notar que estaba siendo grabada con un teléfono celular, Bachelet se dio el lujo de pedirle a un invitado a participar en un spot de propaganda política que se pusiera una bata blanca, ya que, en su opinión, usar en Chile “una bata blanca de médico es grito y plata”, burlándose así, a espaldas de los chilenos, por su escasa capacidad intelectual y de lo fácil que resulta engañar y obnubilar su conciencia. (Si algún lector interesado desea corroborar lo señalado más arriba, aquí les dejo el enlace: https://www.youtube.com/watch?v=0j0g-2CD-Aw. En el minuto uno con 23 segundos aparece esta burlesca declaración).
La pregunta que surge es: ¿con qué moral puede juzgar un grupo político –que representa a una cierta corriente ideológica– a otro grupo de políticos de distinta ideología, pero que está replicando exactamente las mismas malas prácticas que el primer grupo ha venido realizando por décadas y a expensas del pueblo?
Dos representantes de la antigua Concertación –hoy Nueva Mayoría, mañana quizás con qué nombre rimbombante aparecerán– Edgardo Boeninger (DC) y Jorge Schaulsohn (PPD) casi fueron quemados vivos en la hoguera –al estilo de la Inquisición española– por la propia coalición de Gobierno por atreverse a señalar, que en dicha coalición (ex Concertación), se estaba practicando una “ideología de la corrupción” de manera abierta, sistemática y sin recato alguno.
Abusar del poder, mentir, manipular y engañar a todo nivel, y en todas las tiendas políticas, se ha convertido hoy en día, en el estándar. Las excepciones son escasas. La clase política se blinda entre sí y rasga vestiduras defendiendo su “honestidad” a toda prueba, en tanto que los asaltos reiterados al Fisco y a las arcas públicas son “justificados” a través de diversos eufemismos tales como “errores involuntarios”, “omisiones”, “un descuido”, “ausencia de control”. Hoy en día, la nueva consigna –también del tipo eufemístico– para justificar los actos con carácter delictivo es que hubo “falta de prolijidad”.
Esto sólo lo pueden hacer aquellos sujetos que hacen uso de la moral del doble estándar. Aquellos que se escudan bajo el dogma no escrito de la “ley de los empates políticos”. Aquellos sujetos que tienen como valor el parámetro de la “moral con vara retráctil”, es decir, la vara que aparece y desaparece de acuerdo con sus intereses y necesidades del momento.
El sociólogo y ensayista Eugenio Tironi señaló en uno de sus libros, que la noción de propaganda política “adquirió una connotación negativa” y se la ve hoy en día “como una actividad deshonesta, manipuladora y orientada a lavar el cerebro de las masas”. ¿En qué consisten las estrategias usadas por la clase política? Hacer –sin medir las consecuencias– innumerables y grandilocuentes promesas que nunca serán capaces de cumplir; elevar cientos de cantos de sirenas que estarán llenos de mentiras y engaños; permitir, sin ningún tipo de recato, su (auto)captura –y sumisión servil– por parte de la élite económica; usar un discurso retórico, grandilocuente, populista y demagógico propio de las “Repúblicas bananeras” –retroexcavadora incluida–, que sólo crea un sinfín de frágiles pompas de jabón y miles de esperanzas rotas.
Si nos remitimos a los epítetos que utilizan los candidatos y políticos chilenos para calificar “cariñosamente” a los de su misma clase, pero de distinto “color”, se detecta más de una docena de ellos que se repiten en todos los medios de comunicación –en una verdadera muestra sinfónica de incontinencia verbal del “homo politicus chilensis”–, cuyos adjetivos y substantivos van dirigidos, como en un juego de ping-pong, de un grupo político al otro: “miembros de la mafiocracia”, “cleptócratas”, “ladrones”, “plagiadores”, “sinvergüenzas”, “ineptos”, “pequeños”, “corruptos”, “farsantes”, “mentirosos”, “cucarachas”, “sabandijas”, “payasos”, “vampiros”, “locos”, “trastornados”, “chupasangres”, “caníbales políticos”, etcétera.
Al final no se sabe quién es quién, ya que el calificativo utilizado tiene un carácter amplio e inclusivo, lo que significa que un determinado “apelativo calificativo” incluye a todo el grupo político, a partir del sujeto que ha sido distinguido con tal honor lingüístico.
Estos conceptos denigrantes que vuelan de una camarilla a la otra, son lanzados ante un público atónito, que observa y escucha atentamente, como si esta letanía de improperios fuera la puesta en escena de una obra de teatro repetitiva, bochornosa y de tercera categoría.
Surge, entonces, una nueva pregunta: ¿es a esta situación de descalificación mutua a la que apunta el gobierno cuando se habla de los famosos –¡y fracasados!– “proyectos de mejoramiento de la calidad de la política”? Ni siquiera mencionemos los regulares encuentros pugilísticos de estos señores, o los generosos ofrecimientos de puñetes y patadas –garabatos incluidos– que se dan y hacen mutuamente cuando no han tenido el espacio ni el tiempo suficiente para gastar su “exceso” de energías realizando sus famosas tertulias chabacanas con entusiastas y ardorosos “bailes del Koala” incluido, tal como lo hicieron –para vergüenza nacional– hace algunos años.
Bajo esta realidad, no nos quedará otra alternativa que forzar ciertos cambios y lograr que la actual clase política que nos gobierna pueda terminar donde en propiedad les corresponde: en la cárcel, en un circo o en alguna institución de salud mental.
Y otra cosa que habrá que agregar a los “logros” de nuestros “(des)honorables políticos: la nueva ley MORDAZA aprobada entre “gallos y medianoche” por los senadores a espaldas del poder judicial y de los ciudadanos de este país, que castiga con cárcel de 541 de prisión a todo aquel que se atreva a entregar información a los medios de comunicación acerca de los juicios que se llevan en contra de los políticos corruptos. Es la nueva forma de impedir que el público conozca los trapos sucios de esta gente. Faltaba más.
Cuando se trata de ocultar la información, los políticos pensando en su propio beneficio. Aprueban en tiempo récord las leyes y proyectos.
Así mismo es Vicky. Y una de las leyes aprobadas entre gallos y medianoche por el senado es la NUEVA LEY MORDAZA que castiga con 541 días de prisión a toda persona que filtre información de los juicios que se llevan en contra de políticos acusados de corrupción y de personas que ocupan (u ocuparon) altos cargos en el ámbito político. Una forma abusiva y desvergonzada de blindarse entre ellos.
Jorge Burgos (DC), De Urresti (PS), Espina(RN) y Larraín(UDI), todos estos sujetos son los individuos que podemos describir como los “flamantes” integrantes de los partidos políticos más cuestionados en Chile por los reiterados financiamientos irregulares de campañas políticas (incluidas las de la presidenta Bachelet). Todos ellos son los principales gestores e impulsores de la nueva norma que permite acallar a la prensa de manera dictatorial: es la nueva LEY MORDAZA.
La indicación establece la sanción penal con 541 DÍAS DE CÁRCEL y permite a los políticos BLINDARSE ENTRE ELLOS.
Esta nueva muestra de abuso e hipocresía fue incluso criticada durante el día de hoy, lunes 28 de marzo, por el Presidente de la Corte Suprema -Hugo Dolmestch- quien la consideró un verdadero retroceso de la democracia, señalando “que es una especie de vuelta al secreto de sumario”.
En definitiva, una nueva vergüenza que recae sobre este gobierno títere y la manga de sinvergüenzas que nos representan en el Congreso de este país.
Muy buen artículo. Describe tal cual los políticos se comportan día a día, como si fueran los protagonistas de los capítulos de una telenovela de suspenso que se transmite religiosamente todos los días a lo largo del país. Capítulos que se hacen públicos a través de los diversos medios de comunicación (diarios, revistas, radio y tv).Todos los días van surgiendo nuevas controversias y enredadas telas de arañas que se van haciendo de conocimiento público, sobre todo de casos donde se ha tenido que recurrir a los tribunales de justicia y donde van saliendo a la luz las malas actuaciones y prácticas de diversos políticos y grupos políticos. No importa si son de derecha o de izquierda, ya que si bien un día se puede estar enjuiciando el actuar de los políticos integrantes de la derecha, como consecuencia natural de ello los representantes de los grupos políticos de izquierda salen con un gran desparpajo a gritar a voz de cuello, a hacer declaraciones públicas de carácter tóxicas, mal intencionadas y vengativas, pero con el pasar de los días y a medida que se va avanzando en las investigaciones y se va desarmando las telas de araña, van saliendo a la luz pública nuevos hechos delictivos investigados, los que van poniendo al descubierto las actuaciones y delitos de los mismos agentes políticos de izquierda, quienes sólo una par de días atrás abrían el hocico acusando a sus oponentes. Y entonces es cuando comienza el juego cruzado de los dimes y diretes entre los políticos de lados opuestos. Alguno de estos políticos optan por dar declaraciones públicas reconociendo los hechos, otros los desmienten (y mienten) hasta el final. También existen los que esconden la cabeza como las avestruces y aquellos que cambian y se dan vuelta la chaqueta -vueltas de carnero incluidas- según donde calienta más el sol.
Lo peor de todo, es que el actual gobierno de la presidenta Bachelet se ha convertido en una suerte de gobierno títere que responde sólo a los intereses de un grupo de políticos y partidos políticos cuyas actuaciones han estado fuera de la ley, sin importar la ideología que los sustenta.
Además, aquí es donde vemos con claridad el eterno incesto entre la clase política y los grandes empresarios que sólo buscan salvaguardar sus propios intereses. Una vergüenza por donde se lo mire.