Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Docente e Investigador (UACh)
“Sólo podemos amar aquello que conocemos y sólo podemos proteger aquello que amamos” (Tobías Lassen).
“La violencia es el último recurso del incompetente” (Isaac Asimov).
Los seres humanos tenemos una “visión de tipo selectiva”, razón por la cual, mostramos una cierta tendencia a cerrar nuestros ojos de manera voluntaria ante realidades que nos incomodan, que no queremos ver, o con las cuales no deseamos ser confrontados.
No obstante lo anterior, aún cuando nos hemos vuelto “ciegos voluntarios”, la cruda realidad indica, que los niños y niñas de nuestro país sufren violencia –muchas veces en grado extremo– en sus hogares, en las escuelas, en las comunidades, así como al interior de las instituciones que, supuestamente –como el SENAME– deben cuidarlos.
La materia de lo que aquí se discute hay que centrarla en el lugar donde estos niños y niñas sufren la violencia, y esto, por una razón muy simple: los menores viven el maltrato en aquellos lugares y espacios que, se supone, debieran servir de resguardo, de tranquilidad y protección de estos niños.
Por lo tanto, esta realidad resulta ser la contradicción más grande de todas: tener que vivir la violencia y/o maltrato en lugares y espacios que tienen la suprema misión –y el deber– de cuidar, motivar y estimular el desarrollo integral de los niños. Si alguien tiene dudas, le sugiero visitar las siguientes páginas Web:
http://radio.uchile.cl/2014/07/09/indignacion-generan-nuevos-casos-de-maltrato-en-el-sename
El día sábado 4 de junio de 2016, en una entrevista realizada en CNN Chile, el integrante de la Comisión de Familia, el diputado Ricardo Rincón, hermano de la ministra Ximena Rincón, con lágrimas (de cocodrilo) en sus ojos, pedía perdón a las familias y al pueblo de Chile por los malos tratos que recibían los niños y niñas internados en el SENAME, quienes vivían en estos recintos del Estado –hacinados, descuidados, con pésimas instalaciones y en condiciones anti higiénicas insoportables– peor que animales enjaulados. Muchos de estos menores vivían cinco, seis y hasta siete años encerrados, con el resultado que era de esperar: graves daños físicos y psicológicos. Diversas investigaciones han sacado a la luz que estos niños piden desesperados ayuda a gritos, pero nadie hace nada. Absolutamente nada. Ni lo hicieron ayer y tampoco lo hacen hoy. El Diputado Rincón y otros parlamentarios sabían perfectamente desde el año 2013 lo que estaba ocurriendo al interior de los recintos del SENAME, sin embargo, nada pasó. Reitero: absolutamente nada. Esta desidia gubernamental e impunidad en relación con los responsables de los malos tratos y abusos reiterados constituye para nuestro país una verdadera vergüenza. En realidad, una vergüenza más, entre tantas otras.
En el mes de junio de 2016, han tenido que surgir las figuras del ex director del Hogar de Cristo, Benito Baranda, el sacerdote Jesuita, Felipe Berríos, el ex Ministro de Educación, Harald Beyer y el Director de Educación 2020, Mario Waissbluth, entre otras personas, con el objetivo de generar conciencia a nivel nacional acerca del grave daño que se le está infligiendo a miles de niños y, por esta vía, resguardar, de una vez por todas, su integridad física y psicológica.
Por otra parte, al investigar el registro –incompleto– de los menores muertos por violencia intrafamiliar, éste indicaba un total de 57 víctimas fatales para los años 2009, 2010 y 2011, desconociéndose el total de víctimas para los restantes años.
El uso de la violencia y del maltrato físico severo por parte de la familia e instituciones en contra de los menores es una de las formas más habituales –aún cuando despreciable– de trato impropio que viven los niños y niñas de un país y, con demasiada frecuencia, este maltrato se vincula directamente con diversos otros tipos de violencia diaria que se produce y se ejerce en diversos niveles de la sociedad e instituciones sociales, tales como la violencia contra la mujer (femicidio incluido), la violencia ejercida por los delincuentes en contra de sus víctimas (portonazos, asaltos a mano armada, robos con consecuencia de muerte), la violencia ejercida por los jóvenes encapuchados, la violencia por razones de racismo y discriminación, la violencia ejercida por las fuerzas policiales de orden y seguridad, la violencia y el lenguaje virulento en el ámbito de la política nacional, la violencia que adopta la forma de la corrupción, la violencia ejercida por grupos de presión para lograr sus objetivos, la violencia que vemos diariamente a través de las conductas agresivas de los automovilistas contra otros automovilistas, la violencia gratuita y permisiva en los estadios, y así sucesivamente, entre muchas otras formas de violencia diaria.
En otras palabras: día tras día, nos encontramos con un cuadro lleno de múltiples formas y variantes de agresión, sea ésta de tipo física o psicológica, sea de tipo hostil o instrumental. Con respecto a estos dos últimos conceptos, señalemos brevemente, que la agresión hostil surge como consecuencia de la explosión de ira y de enojo que experimenta una determinada persona y se ejecuta como un fin en sí mismo. A este tipo de agresión se la llama también “agresión de tipo afectiva o emocional” y lleva en sí misma la semilla de la falta de autocontrol de impulsos: es la que conduce a los homicidios, y la excusa que se usa para explicar lo sucedido, es siempre la misma: “No le quise pegar”, “No la(o) quise matar”.
La agresión instrumental, en cambio, se utiliza de forma consciente para lastimar a otros y como un medio para lograr algún fin u objetivo: es aquella que puede conducir –en su grado extremo– a los asesinatos con premeditación y alevosía. La diferencia semántica entre homicidio y asesinato –y los consiguientes castigos penales como consecuencia del acto de agresión–, es que en el primer caso, no concurren las circunstancias de alevosía, ensañamiento o pago a un sicario para llevar a cabo el acto de violencia.
En todos los países que conforman la OCDE, el suicidio en niños y adolescentes se ha mantenido estable, o bien ha disminuido, SALVO en Chile y en Corea del Sur: estos dos países son los únicos de los 34 países de la OCDE, donde el suicidio en niños y adolescentes ha ido en aumento. ¿Conclusión? Algo estamos haciendo mal (o muy mal) en nuestro país para que esto suceda.
La Convención de los Derechos del Niño define al maltrato infantil como “toda violencia, perjuicio o abuso físico mental, descuido o trato negligente, malos tratos o explotación, mientras el niño se encuentre bajo la custodia de sus padres, de un tutor o de cualquiera otra persona que le tenga a su cargo”.
La UNICEF estima que sólo en América Latina existen –por lo bajo y con cifras conservadoras– alrededor de 6 millones de niños y niñas maltratados severamente, de los cuales existe una cifra negra que indica que unos 85 mil de estos menores mueren cada año como consecuencia de la violencia ejercida en contra de ellos. De esos 85 mil muertos, varios de estas muertes, lamentablemente, corresponden a la violencia ejercida en nuestro país.
Uno de los graves problemas relacionado con el uso de la violencia –sea ésta doméstica, social o institucional–, radica en los elevados niveles de dependencia de los niños en relación con los adultos o con las instituciones que los están agrediendo, condición que los deja en una situación de total vulnerabilidad e indefensión ante los agresores.
El último estudio realizado por la UNICEF en Chile dejó en evidencia una realidad que puede resultar abrumadora para algunas personas, y que causó mucha alarma entre los expertos: sólo un 24,7% de los niños encuestados señaló no sufrir ningún tipo de violencia al interior de sus hogares. Lo anterior –mirado desde el punto de vista de los números–, entrega un dato que no puede menos que gatillar las alarmas fuertemente: tres de cada cuatro niños chilenos son –de una u otra forma– maltratados en Chile. El segundo problema con carácter gravísimo, es que en Chile NADIE se hizo “cargo” de las cifras negras puestas al descubierto y sobre la mesa de la discusión. Todas las instituciones responsables –gubernamentales y no gubernamentales– decidieron usar la estrategia del “tic del cogote”, una técnica que se usa siempre que las personas y/o las instituciones de un país se lavan las manos: mirar para el lado, mirar para el cielo (por si Dios todopoderoso se apiada) o mirarse el ombligo. En Chile se utilizaron las tres “estrategias” de manera muy generosa.
Al desglosar las cifras de la UNICEF, se descubre que:
- El 21,4% de los niños y niñas de nuestro país experimentan violencia psicológica: el papá o la mamá le dice al niño/a que no lo quiere, lo insulta, le dice garabatos, lo denigra o se burla del menor ante terceros, lo amenaza con golpearlo o tirarle algún objeto, etc.
- El 27,9% señala ser objeto de violencia física leve: tirones de pelo (ser mechoneado), sufrir tirones de orejas, ser empujado o zamarreado con fuerza, ser cacheteado o recibir palmadas, ser pateado o mordido por el adulto.
- El 25,9% indica ser objeto de violencia física severa: su cuerpo es quemado con algún objeto (cigarrillo, plancha, objeto caliente, etc.), es golpeado con elementos contundentes, es objeto de fuertes golpizas, es amenazado con cuchillos o armas, es agredido físicamente con cuchillos.
Algunas investigaciones han puesto en evidencia que el uso de la agresión y de la violencia colectiva también puede ser un medio para conseguir ciertas recompensas de tipo retorcido: descargar la rabia e ira acumulada contra aquellas personas más débiles y que no se pueden defender, obtener placer dañando a otros, obtener cosas que de otra forma no se podrían conseguir (sexo, dinero, joyas, objetos de valor, posiciones de poder), conseguir atención y reconocimiento por parte de terceros, tener una excusa para imponer regímenes autoritarios, permitir y utilizar la violencia como plataforma electoral para llegar al poder, etc.
Sea cual sea la razón de fondo, ninguna de ellas es una forma “decente” de proceder, razón por la cual, ya es tiempo, que nuestras autoridades e instituciones responsables del bienestar de la población despierten de su eterno letargo e indiferencia, y tomen las medidas necesarias para frenar esta escalada de violencia, sea que hablemos de maltrato infantil al interior de instituciones del Estado como el SENAME, de violencia intrafamiliar, de violencia en los estadios, violencia en las calles, violencia del Estado en contra de sus ciudadanos y así sucesivamente, en un cuento de nunca acabar.
RT @gvalpo: SENAME Y EL MALTRATO INFANTIL EN CHILE: UNA VERGÜENZA NACIONAL: Lea otras columnas en Granvalparaiso
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Todo lo que se señala en este artículo, es sólo la punta del iceberg de lo que está sucediendo al interior de los centros del SENAME repartidos por todo Chile. La idea de fondo, es comenzar a denunciar ante las policías todo tipo de hechos que vayan en contra del buen trato y del trato digno que hay que dar a estos niños y niñas que se han convertido en prisioneros de un mal sistema, de un sistema obsoleto y contraproducente, cuyos directores casi siempre son sujetos títeres que no tienen idea de aquello que están “dirigiendo”, y quienes, en su calidad de “operadores políticos”, sólo representan los intereses de sus partidos políticos y coaliciones de gobierno, nada más.
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Lucas Y Corina Mercurino liked this on Facebook.
Este artículo expone una realidad muy dura de nuestra sociedad y la del resto del mundo, en relación con las lapidarias estadísticas del maltrato infantil y del mal funcionamiento de entidades como el SENAME a quién se le está confiando constantemente el cuidado de niños y adolescentes vulnerables de nuestro país. Ante esta realidad, no me queda nada más que expresar mi más profunda tristeza, impotencia y decepción.
No me puede caber en la cabeza que los supuestos servidores públicos, quienes son elegidos con votos de la ciudadanía, sólo se dediquen a enriquecerse con sueldos millonarios que no se merecen, que sólo velan por sus intereses y los intereses de los grupos económicos que representan y se dedican a gozar al máximo de todos los privilegios que conlleva pertenecer a “la clase política de nuestro país”, no pongan el más mínimo esfuerzo en legislar, velar y ser guardadores del trato digno que deben tener los niños y sus derechos.
Estos niños representan el primer escalafón de la sociedad, los diamantes en bruto, que integrarán las futuras generaciones y estarán participando activamente en el desarrollo o estancamiento de nuestro país. Cuando estos niños lleguen a adultos y comiencen a ser participantes activos en la sociedad, van aportar a ella según sus primeras experiencias de vida (las de su etapa de formación valórica, de conocimientos, de cariño recibido, de la forma como los trataron, etc.). El cómo fueron estas vivencias van a marcar irremediablemente su forma de actuar en el futuro, en relación con lo cual sólo existen tres opciones: la primera y más optimista, es que el niño se sobreponga a su mala experiencia de vida, cure sus cicatrices del cuerpo y del alma y aporte como un hombre de bien. La segunda opción es que se conviertan en personas dañadas y enfermas irremediablemente, ya sea física o psicológicamente, y la última es que opten por el mal camino de los vicios (droga, alcoholismo, delincuencia, violencia).
Gracias a la nula preocupación de los políticos con respecto a este tema, el futuro no me parece que se vea muy auspicioso. Las estadísticas lamentablemente avalan mis temores.
VAMZ tiene toda la razón cuando expresa su profunda tristeza, impotencia y decepción ante la actuación con características de “incompetentes” de nuestras autoridades de poner freno al trato indigno que se entrega en la sedes que tiene el SENAME a nivel nacional. Varias de estas sedes debieron ser clausuradas a raíz de los abusos, golpes, castigos, casos de desnutrición, presencia de drogas, explotación sexual y muerte de varios niños al interior de la Institución, sin que nunca se identificaran a las personas responsables de estos ilícitos. Para qué hablar de castigos. Bajo estas circunstancias, es difícil pensar que se produzcan cambios con el fin de mejorar las condiciones infrahumanas en las que deben subsistir estos niños, y es esta actitud de indiferencia de las autoridades, precisamente, lo que refleja la vergüenza nacional a la que se hace mención en el título de este artículo.
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