Muchos de los antecedentes expuestos en estas líneas pertenecen al trabajo que don Santiago Carlos Gómez desarrolló en su obra “El epílogo de la Guerra de 1879”, publicada en Santiago de Chile por la Librería Zamorano y Caperán, el año 1925.
Por Arturo Alejandro Muñoz @aralmu
Columnista Granvalparaiso
¿Será creíble que el poderío inglés –entre 1870 y 1879- logró embaucar fácilmente a los gobiernos de cuatro países sudamericanos para meterlos –al menos a tres de ellos directamente- en una guerra fratricida que tenía por objetivo principal entregar la propiedad de ricos yacimientos salitreros y minerales a empresarios británicos? ¿O hubo también deseos individuales de esas naciones por conquistar territorios ajenos y alzarse como nuevas potencias en las costas del Pacífico?
Mi exigua calidad profesional respecto del tema (sólo soy profesor de Historia y Geografía) no puede impedirme opinar sobre la interminable controversia emanada de la Guerra del Pacífico (o ‘guerra del salitre’) acaecida entre los años 1879 y 1883, en la cual tuvieron participación los ejércitos de tres países hermanos, Bolivia, Chile y Perú.
A este mismo respecto, hoy, en el año 2016, debo admitir que no sé si Evo Morales y Bolivia tienen o no absoluta razón en sus inacabables quejas, sin embargo, ya que las discusiones en nuestras repúblicas siempre se entrampan en nacionalismos inconducentes y en hondonadas de insultantes comentarios –varios de ellos afirmados en supuestos-, me ha parecido oportuno aportar algunos breves datos que pueden echar algo más de luz sobre este intrincado asunto.
Inicio estas líneas reconociendo lo que muchos peruanos, chilenos y bolivianos arguyen, que esa infausta guerra tuvo como fondo principal la posesión o propiedad de los ricos yacimientos salitreros existentes en la zona del conflicto, lo cual no entrababa la consecución de otros objetivos tal vez de mayor profundidad, como eran los deseos peruanos de aislar a Chile en cuanto a su condición de competidor comercial en el Pacífico, así como las indesmayables ansias que en esos años tenía Argentina por contar con una bioceaneidad que, a juicio de sus gobernantes, conformaba algo así como “una razón histórica”.
No obstante, para todos, Bolivia fue el ‘pato de la boda’, el país que sirvió de argumento para justificar la lucha fratricida por riquezas mineras y consecuciones históricas de territorios deseados. Dicho en vulgar lenguaje vernáculo chileno, Bolivia ‘pisó el palito’, pero un palito puesto en su camino nada menos por quien La Paz pensaba era su socio defensor: Perú. Vea usted lo siguiente…
El entonces Presidente de Bolivia, Hilarión Daza, escribe el 03 de febrero de 1879 a su delegado en Antofagasta, el Prefecto Severino Zapata, lo siguiente:
“Mi querido amigo; tengo una buena noticia que darle. He fregado a los gringos (se refiere a los ingleses)., decretando la reivindicación de las salitreras y no podrán quitárnoslas por más que se esfuerce el mundo entero. Ud. verá si conviene más arrendarlas o explotarlas por cuenta del Estado. Espero que Chile no intervendrá en este asunto empleando la fuerza; su conducta con la Argentina revela de manera inequívoca su debilidad e impotencia; pero si nos declara la guerra, podemos contar con el apoyo del Perú, a quien exigiremos el cumplimiento del Tratado Secreto (de 1873). Con este objeto voy a enviar a Lima a Reyes Ortiz. Ya ve Ud. cómo le doy buenas noticias que me ha de agradecer eternamente y, comolo dejo dicho, los gringos están completamente fregados y los chilenos tienen que morder y reclamar, nada más. Manténgase Ud. con energía y no tema porque en mí hallará todo apoyo desde que su conducta es en bien de Bolivia y yo no tengo otro anhelo que el bien de mi patria”.
Días después, el 06 de febrero de 1879, el presidente boliviano Daza, en una nueva misiva enviada al Prefecto Severino Zapata, en una de sus partes expone: “El Ministro Reyes Ortiz marcha a Lima dentro de dos días a ponerse de acuerdo con el gobierno del Perú, a fin de que Chile en caso de agresión tenga un enemigo a quien respetar y arríe banderas como lo ha hecho con la Argentina. Debe igualmente (Reyes Ortíz) pasar a ese litoral y él te explicará las órdenes e instrucciones que por escrito se le han dado”.
De acuerdo a estos dos documentos, además de lo que ya sabemos desde hace años, Bolivia tenía la razón en el entuerto de los yacimientos salitreros sitos en su territorio. Nacionalizarlos, explotarlos directamente o arrendarlos, era una decisión atingente a su plena soberanía, y a ese respecto no puede ni debe existir cuestionamiento alguno.
El problema radicaba en haber infringido Bolivia –de manera flagrante- el tratado de 1874 firmado por La Paz y Santiago, al gravar maliciosamente las exportaciones de salitre realizadas por empresas cuyos capitales y mayoría de trabajadores y empleados eran chilenos, y luego, incrementando la violación de ese mismo Tratado, La Paz ordenaba la expropiación y/o nacionalización de tales empresas y yacimientos.
Hilarión Daza sabía a ciencia cierta que Chile, país que siempre ha estado en manos de una poderosa oligarquía, iba a mover sus piezas en orden a impedir que la Compañía Anónima de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta pasase a manos del estado boliviano, el que por lo demás ya tenía resuelta su futura dependencia, como quedó demostrado en la conferencia (entrevista) que mantuvo el Canciller peruano Manuel Yrigoyen con el doctor Martín Lanza, Ministro de Relaciones Exteriores de Bolivia, el día 05 de febrero de 1879.
En esa entrevista, el doctor Lanza le expone al Canciller Irigoyen (sic): “el deseo del Gobierno boliviano es preferir en la explotación de sus salitres del litoral a su hermana y aliada República del Perú, con el objeto de evitarle la competencia en la explotación de los que tiene”. La idea entonces, tanto de Lima como de La Paz, era dividirse entre ambas aliadas las posesiones de la Compañía chilena.
A todo esto, siendo ya 17 de febrero de 1879, el Perú no había ofrecido a Bolivia su mediación para arreglar el conflicto con Chile, cuyo gobierno, a pesar de la notificación oficial de haberse dado orden a las autoridades bolivianas de Antofagasta para ejecutar la ley del impuesto, advirtió a su Ministro en La Paz, en nota del 03 de enero de 1879 que, con arreglo al artículo 2º del Protocolo del 21 de julio de 1875 (complementario del Tratado de 1874), la cuestión pendiente debía someterse a arbitraje, y por ello Santiago le dio instrucciones a su Ministro en La Paz para que (sic): “haga saber al gobierno de Bolivia que el de Chile se encuentra dispuesto a continuar la discusión y a constituir el arbitraje, en la expresa inteligencia de que se impartirán inmediatamente las órdenes necesarias para suspender la ejecución de la ley de 14 de febrero de 1878”.
Bolivia aceptaba el arbitraje (aunque con esa medida no revocaba su decisión del aumento de impuestos ni de entrabar la exportación de salitre por parte de la compañía chilena en Antofagasta), y manifestaba que el árbitro-arbitrador podía ser la República del Perú, ¡¡con la cual tenía un secreto Tratado de Alianza Defensiva firmado por ambas naciones el año 1873!!
Los propósitos del Perú eran claros, y ellos quedan mejor explicados en las notas que los días 7 y 28 de marzo de 1879 dirige el Canciller Irigoyen a su Ministro (embajador) en Buenos Aires, Aníbal de la Torre, quien había sido su asesor en las gestiones del Tratado Secreto de 1873.
En la primera de esas notas, Irigoyen le encarga a de la Torre manifestar al gobierno argentino que la guerra con Chile “es inevitable”, y gestionar, 1º: la adhesión de la Argentina al Tratado Secreto de 1873; 2º: si esto no fuera posible, firmar entonces un pacto subsidiario (con Perú y Bolivia); y 3º en último término, la compra, por tercera mano, de uno o dos blindados argentinos.
Lo más grave y delicado lo expuso Irigoyen en la nota del 6 de Marzo, en la que induce a de la Torre a notificar al gobierno del Plata que si Chile no cede, el Perú tomará parte en la lucha y se invita a Argentina a participar en el concierto del Perú con Bolivia para obligar a Chile a un arreglo satisfactorio para los firmantes del Tratado Secreto. Agrega Irigoyen en esa nota que (sic) “Bolivia ofrecerá a la Argentina en cambio de su participación en la guerra los territorios del litoral que se extienden desde el grado 24º hasta el grado 27º”, es decir, el Canciller peruano hablando a nombre de Bolivia o apropiándose de ese mandato, ofrecía a Argentina territorios netamente chilenos, y la nota en comento concluye con estas notables y gravísimas frases: “El Perú verá con gran placer que la Argentina venga a tomar asiento entre los Estados del Pacífico y a favorecer la consolidación del equilibrio continental”. Sin embargo, el presidente argentino Avellaneda y los ex mandatarios Mitre y Sarmiento, se opusieron férreamente a esa invitación.
Otro factor que permite explicar la neutralidad del gobierno argentino en la guerra del Pacífico -y, por ende, el éxito de la misión de José Manuel Balmaceda enviado para esos efectos por el gobierno de Chile- era el apego de los hombres de Estado argentinos a mantener un equilibrio de poder sudamericano que, por supuesto, les fuese favorable. Si la Argentina se incorporaba a la alianza peruano-boliviana, existía alta probabilidad de que Brasil intentara defender la integridad territorial chilena. En este sentido, las palabras del enviado chileno a Brasil, José Victorino Lastarria, parecían confirmar los temores argentinos al señalar que la propaganda peruana “no cambiaría el concepto sostenido en Río de Janeiro respecto de la justicia de la posición de Chile en la cuestión del Pacífico, ni mucho menos el interés político del Imperio (brasileño) en auxiliarnos en nuestras cuestiones con Argentina”. Brasil estaba de nuestro lado y desestimaba los argumentos del Perú y Bolivia.
Además, según historiadores argentinos, otro factor causal de la neutralidad de nuestro vecino allende los Andes –argumentado también por el historiador chileno Francisco Encina- era la aprensión del gobierno argentino a la superioridad naval chilena. Vale recordar que fue durante la administración de Sarmiento cuando tuvo lugar un importante esfuerzo de modernización de la flota argentina, que alcanzaría a ocupar una posición de liderazgo en el Cono Sur a partir de la década de 1890. Esta aprensión argentina hacia la superioridad naval de su vecino allende los Andes, derivada por cierto de consideraciones de equilibrio de poder, inhibió a las autoridades de Buenos Aires de actuar contra Chile aliándose a Perú y Bolivia. Al no poseer el número de barcos blindados necesarios para garantizar un claro éxito naval sobre las fuerzas chilenas, las autoridades argentinas prefirieron la neutralidad a un resultado incierto.
Por ello, recogidos estos antecedentes y documentos, la última prueba de la duplicidad del gobierno de Lima (la oferta a Argentina) no fue conocida en Chile en esa época, pero bastaba aquella mediación que llevaba escondido el puñal del Tratado Secreto contra la nación que de buena fe la había aceptado en un principio, para comprender que el verdadero enemigo de Chile, desde las primeras dificultades con Bolivia en 1871, había sido el gobierno del Perú y que el gobierno boliviano de Daza había sido un instrumento incondicional.
En este concepto quedó acordada en Chile la guerra al Perú que se declaró formalmente el 5 de Abril de 1879.
Cuando la guerra concluyó con el triunfo de las armas chilenas, comenzó la “Conferencia de Washington” ante el Árbitro que dirimiría las diferencias existentes entre los tres países involucrados en el conflicto. De esa Conferencia, me permito transcribir parte del Memorándum de don Carlos Aldunate Solar, preparado para el contra-alegato ante el Árbitro de marras.
<<Los peruanos dijeron en esta Conferencia queel verdadero origen de la guerra es punto bien difícil de solucionar por propios y extraños, siendo por lo tanto poco útil disertar sobre él por el momento”. Sin embargo, ellos nos han estado diciendo durante cuarenta años que hicimos la guerra por deseo de conquista y para arrebatar al Perú sus riquezas salitreras.
<<¿Por qué ese cambio? Porque ante este Árbitro iba a quedar probada la verdad con argumentos irredargüibles, y esto no convenía al Perú.
<<Los escritores peruanos señalan como origen de la guerra la cuestión de límites entre Bolivia y Chile. Así lo dice también el jurisconsulto americano Borchard, defensor del Perú. Indudablemente, tal es la causa aparente o más bien remota del conflicto armado; pero la causa verdadera, la causa próxima es el plan fraguado por el Gobierno del Perú en los años 1871 a 1875 para asegurar la hegemonía de su país en el Pacífico y consolidar el monopolio del salitre de Tarapacá, apoderándose o tomando el control de los yacimientos de la misma sustancia de Bolivia y de Chile. Las divergencias sobre los límites que existían entre Chile y Bolivia y la República Argentina fueron un factor de que intentó aprovecharse el gobierno peruano para realizar aquel plan, concertando con estos dos últimos países una alianza ofensiva contra Chile. Este proyecto fracasó por lo que respecta a Argentina, pero se llevó a efecto con Bolivia mediante el pacto secreto de 1873>>.
Lo que queda prístino luego de revisar estos antecedentes es que Bolivia, aún asistiéndole gran dosis de razón en sus planteamientos como nación soberana, en aquella época era un país débil, sin una sola nave con qué mantener su autoridad en un puerto comercial como Antofagasta en caso de tener que enfrentar un conflicto bélico. La obcecada postura del gobierno de Hilarión Daza en orden a insistir en violar el Tratado de 1874 con Chile, a sabiendas que ello desataría la guerra, sólo se entiende (hoy se sabe ya) con la existencia de un Tratado de Alianza Defensiva propuesto y elaborado por el Perú, y administrado por autoridades peruanas (como el Canciller Irigoyen), las que comprometieron su total apoyo bélico a Bolivia en la esperanza de que esa nación fuese el detonante de una guerra con Chile para, así, concretar los objetivos limeños ya reseñados en las líneas anteriores.
Por ello, aunque sabemos que sido el río suena, piedras trae… deberemos recordar también estos asuntos de hace más de un siglo para no olvidar que cuando las autoridades bolivianas –con o sin razón- vociferan y se atreven a desafiar casi abiertamente a nuestro país, se debe a que hay otras manos que mecen la cuna. Esas manos las conocemos… y no es sano dejar de vigilarlas.
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Este es un artículo que todo chileno debiese leer ¡Gracias Arturo Muñoz por tu invaluable y bien documentada información! ¡Gracias Gran Valparaíso por publicarla!