VIOLENCIA FILIO-PARENTAL: LOS HIJOS QUE INSULTAN, MALTRATAN Y GOLPEAN A SUS PADRES

Publicado por Equipo GV 16 Min de lectura

Por Dr. Franco Lotito C. –  www.aurigaservicios.cl

Académico e Investigador (UACh)

“El respeto que das a los demás, es un claro reflejo del respeto que te das a ti mismo” (Robin Sharma).

Si tú no respetas a los demás, no tienes derecho alguno a exigir respeto por parte de los otros.

violencia_padresHoy en día, se ha acentuado una patología social que es propia de nuestros tiempos y que está afectando por igual a muchas familias de todo tipo de condición socioeconómica, y que se relaciona, específicamente, con aquellos niños y niñas adolescentes con características y rasgos de un “tirano” que se sale siempre con la suya, menores que nunca tuvieron límites o que raras veces recibieron castigos, y que regularmente tienen a unos padres complacientes y dispuestos a hacer cualquier cosa por ver a sus hijos felices, con el consiguiente peligro de perder el control sobre estos menores, especialmente, cuando los papás caen en la tentación de convertirse en “amigos” o “amigas” de  sus hijos e hijas, condición que puede tener como resultado final, el generar adolescentes caprichosos e incapaces de tolerar la frustración.

Es así, por ejemplo, que de acuerdo con los expertos españoles en el tema, Wenceslao Peñate, catedrático de Psicología Clínica de la Universidad de La Laguna, Tenerife,  Alberto López, Director del Centro Reeducativo de Menores “Pi Gros”, en Castellón y María González, terapeuta de la Clínica de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, algunas de las señales típicas del niño o adolescente maltratador son: mentir, adoptar conductas desafiantes y provocadoras ante la autoridad, tener mal rendimiento escolar, presentar falta de control de impulsos, practicar el bullying en contra de sus compañeros de colegio, presentar un mal manejo de la frustración cuando el niño o el adolescente no obtiene lo que quiere, actuar con agresiones físicas y psicológicas, hacer uso de insultos y descalificaciones con los demás, caer en conductas como el hurto y los robos, mostrar incapacidad para aprender de los errores, no manifestar muestras de arrepentimiento por los malos actos cometidos, entre otros.

Estos comportamientos, cuando son reiterados en el tiempo, predicen la posibilidad de que un menor se convierta en un delincuente juvenil.

Los expertos y especialistas en el tema, hablan de la existencia del “síndrome del emperador”, es decir, de un tipo de menores que intentan controlar a sus padres por intermedio de sus constantes exigencias, arrebatos y pataletas –buscando satisfacer alguno de sus deseos, u obtener una ganancia de tipo material–, sin atender a las normas sociales establecidas, ni tampoco a algún tipo de límites. Agreguemos también, que en algunos casos, estos menores se comportan de manera egoísta y violenta sólo con sus padres y de forma sumisa en otros lugares y ambientes.

En este sentido, los padres deben tener presente, que el pequeño dictador “se hace”, es decir, ante la pasividad parental, el menor avanza poco a poco en sus intentos por revertir el orden jerárquico de la familia, comienza a manipular –en una suerte de tira y afloja– y a chantajear a los padres, quienes, por su parte, dan su brazo a torcer una y otra vez, hasta que terminan por perder todo tipo de autoridad ante los ojos de estos pequeños tiranos. ¿Consecuencia de esta conducta pasiva y permisiva? Cuando estos niños crecen, los casos más graves pueden llegar, justamente, a la agresión psicológica y física de los propios padres.

Cuando se hace una especie de radiografía de las variables socio-familiares que rodean al menor maltratador, en muchos casos se advierte que existe coincidencia en una serie de factores: presencia de padres sobre protectores o bien,  de padres muy autoritarios,  hogar con características disfuncionales (peleas recurrentes entre los padres o vivir una separación traumática, la que va acompañada de un sentimiento de abandono por parte de los hijos), ausencia de uno o ambos progenitores en la crianza de los menores, ausencia de una figura de autoridad, escasa aplicación de medidas disciplinarias por mala conducta de los menores, poca supervisión por parte de los padres en relación con aquello que hacen los hijos fuera del hogar, ceder con cierta facilidad ante las exigencias y demandas del niño o del adolescente, escasez de tiempo en el cuidado de los hijos, la existencia de permisividad en un alto grado, tratar al hijo maltratador como si fuera un niño pequeño que no sabe lo que hace  (hasta que ya es muy tarde).

En algunas familias también existe una cierta tendencia al consumismo y a la gratificación inmediata, quedando de lado factores importantes tales como el valor del esfuerzo y el empeño personal por conseguir una meta o un determinado objetivo, al mismo tiempo que encontramos una escasa valoración de la inteligencia  y de la voluntad por alcanzar ciertas metas en la vida.

Por otra parte, de acuerdo con una serie de investigaciones realizadas, en muchos de estos niños y adolescentes existe una serie de rasgos distintivos: (a) “ausencia de conciencia” acerca de sus conductas erróneas, (b) no responden a las pautas educativas ni aprenden de los errores, (c) muestran una elevada focalización en metas de tipo egocéntrico, buscando y velando por su propio beneficio, sin atender a las necesidades o a las peticiones de quienes rodean al menor, (d) muestran un bajo nivel de empatía y dificultad para desarrollar algún sentimiento de culpa o de arrepentimiento por sus malas acciones, (e) presentan conductas habituales de desafío hacia sus padres, haciendo uso de mentiras a conveniencia, minimizando la gravedad de sus actos, o bien, cayendo en actos de violencia o de crueldad hacia sus hermanos, compañeros y amistades, (f) a menudo utilizan juegos donde los golpes de pies y manos suelen ir aumentando progresivamente en grado de violencia, (g) existe una falta de educación emocional, lo que les impide mostrar compasión por el otro, sea esta persona el padre, la madre, un hermano o una hermana menor, (h) cuando hay trastornos psicológicos, estos menores no muestran sentimientos de vinculación de tipo moral o emocional, ni con sus padres ni con otras personas o instituciones. Cuando algunos de estos rasgos se unen a una personalidad de tipo impulsiva, pueden llegar a conformar una carga explosiva que golpea directamente al núcleo más cercano del menor maltratador, siendo, en la mayoría de los casos, las madres de estos menores las víctimas del maltrato.

Ahora bien, entre otras razones que también se dan para efectos de buscar explicar por qué motivo un hijo llega a la conducta de maltratar a sus padres, se encuentran las siguientes: el abandono de las funciones familiares vinculadas al cuidado de los hijos, la existencia de malos hábitos familiares condicionados por la escasez de tiempo disponible y la consiguiente poca dedicación hacia los menores, la falta de elementos afectivos hacia los hijos, tales como expresiones físicas y verbales de cariño, afecto y amor.

No obstante lo anterior –y teniendo muy presente que los factores arriba señalados no tienen por qué afectar a todos los menores por igual–,  hay algunos especialistas que aseguran que los aspectos ambientales o familiares que rodean al menor maltratador, no son suficientes para explicar el uso de la violencia en contra de los padres, y explican que dicha violencia requiere de alguna otra causa adicional para aflorar –tal como suele suceder en la etapa de la adolescencia– como una consecuencia, ya sea de un trastorno psicológico (trastorno disocial, trastorno negativista desafiante) o de un deterioro a nivel biológico, o bien, como resultado de una falta de educación emocional que incluya ciertos valores primordiales, tales como el respeto, la disciplina, la compasión, la empatía, la solidaridad con el otro, entre otros factores.

Ante esta realidad, surge la pregunta natural: ¿qué se puede hacer, entonces, para efectos de prevenir la violencia de los hijos hacia los padres desde que son pequeños?

  1. Evitar el uso de la violencia en contra de los menores. Lo anterior, implica no hacer uso de la violencia o de alguna forma grave de  maltrato con los menores, con un objetivo principal: que los niños no vean a la violencia como una forma habitual o “normal” de resolver problemas o de relacionarse con el otro. En este sentido, una de las consecuencias del uso de la violencia, es que dicha violencia al interior del hogar pasa a ser la norma, es decir, se produce lo que se denomina la “normalización de la violencia” y el “aprendizaje por imitación”, y los hijos terminan copiando e imitando las conductas violentas y/o agresivas observadas en el hogar.
  2. La educación de las emociones, en la línea de lo que señala el experto en Inteligencia Emocional, Daniel Goleman. Es preciso tener presente, que la “educación emocional”, a través de la cual desarrollamos la llamada “inteligencia emocional”, representa hoy en día la base fundacional para que los menores puedan convertirse en adultos maduros, autónomos, respetuosos y capaces. La disminución de la violencia en la sociedad, así como el incremento de la conducta altruista en las personas, están estrechamente relacionadas con el aprendizaje emocional, para lo cual, la clave del asunto es que el menor aprenda a gestionar sus emociones de una manera adecuada y controlada.
  3. Enseñar a los niños desde pequeños la importancia del autocontrol de las emociones destructivas (rabia, ira, odio, frustración, etc.), así como también la necesidad de aprender a reconocer los propios errores sin culpar a los demás. En este contexto, resulta relevante enseñar, asimismo, el tremendo valor que tiene el hecho de esforzarse por conseguir algunas metas y objetivos, por difícil que dichas metas puedan ser. También es importante entregar a los menores herramientas y estrategias que les permitan a los hijos enfrentar y resolver conflictos de una manera adecuada y sin violencia de por medio.
  4. Ayudar a mejorar y/o reforzar la autoestima de los menores, por cuanto, el hecho de tener una valoración positiva de sí mismo, les permitirá ser capaces de enfrentar las dificultades y obstáculos de la vida de un modo más positivo y decidido.
  5. Explicar y razonar con los menores acerca de las implicaciones morales que supone el llevar a cabo una mala acción, aún cuando pensemos que los niños puedan ser muy pequeños para que entiendan esto. Sin embargo, esta acción es importante, y el hecho de repetir y hablar una y otra vez con ellos acerca de estos temas –diferenciando el bien del mal y lo correcto de lo incorrecto–, va permeando su cerebro, hasta que los argumentos necesarios para entender el trasfondo del asunto tratado queden instalados en la zona ejecutiva del cerebro, es decir, en la mente consciente.
  6. Hacer un rayado de cancha y establecer normas disciplinarias. Aquellos padres que no fijan límites y que no son claros y coherentes en el apego y respeto a las normas fijadas que debe mostrar el menor, terminan pagando un precio muy alto en cuanto al desgaste emocional posterior, así como al riesgo que se corre, de que el menor aprenda, que el hecho que saltarse las normas o romper las reglas establecidas no trae consigo ninguna consecuencia negativa. Por lo mismo, es preciso mantener una comunicación fluida con los menores, con el fin de poder explicarles de manera clara cuáles son sus deberes, así como el papel que los menores y los adultos juegan en las diversas tareas de la casa y que deben ser realizadas entre todos.

 

Finalmente, es preciso señalar, que de acuerdo con los expertos españoles Vicente Carrido, pedagogo, y Roberto Pereira, terapeuta, frente a un menor maltratador es preciso hacer una intervención de tipo integral, es decir, el especialista debe trabajar en tres niveles, tanto con el menor como así también con los padres de este menor, con el objetivo de provocar un cambio de actitud: (a) a nivel cognitivo: desmotando los argumentos y justificaciones que entregan estos chicos ante sus acciones, o bien, ayudando a clarificar sus ideas y pensamientos, (b) a nivel emocional: buscando desarrollar en el menor sentimientos positivos de afecto y empatía hacia los demás, (c) a nivel conductual: ayudar a generar un cierto grado de autocontrol de impulsos y haciendo funcionar una comunicación fluida entre ambas partes, de modo que tanto los padres como el menor sean capaces de hablar sin entrar en un círculo de violencia, sepan expresar críticas al mismo tiempo que recibirlas, mostrando sentimientos de afecto y apego, con el fin de buscar una solución conjunta a los problemas que los afectan.

Comparte este artículo
8 Comments

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *