Por Wilson Tapia Villalobos
Finalmente las cosas se han aclarado. El faro que iluminó todo es el mini cambio de gabinete que realizó la presidenta. Las voces de los políticos vuelven a ser altisonantes. Era de esperar, no fueron consultados. Y, también era de esperar, nuevamente los fuegos caen sobre Michelle Bachelet, esta vez no por no tomar decisiones, sino porque éstas fueron inconsultas.
Pareciera que volvemos a practicar algo que a los chilenos siempre nos ha gustado: ser innovadores o estar a un paso del que hizo la innovación. Estoy hablando de política, que quede claro. El Frente Popular, el Frente de Acción Popular, la Alianza Democrática de Chile, la Alianza Democrática, son demostraciones de ello. Incluso, la Unidad Popular fue la primera coalición con predominio de partidos marxistas que llegó al gobierno por la vía democrática. Ahora estamos más cautos y la Nueva Mayoría es un engendro que aparentemente no pretendía más que darle nuevos aires a lo que fuera la Concertación de Partidos por la Democracia.
Mientras escribo esta nota, las elecciones municipales están en pleno desarrollo. Ya he cumplido con mi deber cívico. El trámite fue muy expedito. Y en mi lugar de votación había casi tantos militares y carabineros como electores…algo que no dejó de inquietarme.
Pero independiente de concejales y alcaldes, estos días son aleccionadores en materia política. Sin ser pitonizo ni pretender serlo, los resultados electorales de esta tarde darán más tema. Porque no creo que las cifras permitan resolver los problemas graves que se viven al interior de la Nueva Mayoría. Y, me imagino, tampoco para darle nuevos ímpetus a Renovación Nacional (RN), la Unión Demócrata Independiente (UDI), Evópolis y alguna otra sigla que se me escapa.
Pero empecemos por la coalición de gobierno. Faltando más de un año para el cambio de Presidente(a), la actual administración ya comienza a sufrir el síndrome del pato cojo. Y no se trata solo de dificultades de desplazamiento, hay algo más profundo, como una depresión que surge del alma. Tampoco es un tema nuevo. La diferencia es que ha quedado más de manifiesto. Los desacuerdos son permanentes y ahora, casi sin tapujos, las armas se descargan sobre Bachelet.
Un iluminado presidente del Partido Radical (PR), Ernesto Velasco, no pierde oportunidad de aportillar a su propio gobierno. Y lo hace con la visión corta que parece caracterizar a los actuales políticos. En el caso del PR es dramático. Velasco cree que tiene la lucidez y altura suficientes para opinar de cualquier cosa y, especialmente, si se trata de entrar en colisión con alguna decisión -o indecisión- de la presidenta. Pero de propuestas, nada. De iniciativas legales, cero. Ni siquiera algo sobre educación, donde el PR antes era señero.
Como Velasco, hay otros integrantes de la coalición gubernamental que tratan de logar notoriedad por el cuestionable camino de emporcar a los aliados o a quienes, se supone, ellos mantienen en el gobierno. El caso de la Democracia Cristiana (DC) es emblemático. El clan Walker se distingue en la materia. Tiene, eso sí, aportes suculentos del senador Andrés Zaldívar, de Edmundo Pérez, de Soledad Alvear –con su esposo Gutenberg Martínez- y de Mariana Aylwin. Y en el último período se han sumado hasta contrincantes internos. Entre ellos, el errático senador Jorge Pizarro y la centrada presidenta del Partido, Carolina Goic.
No voy a entrar en los detalles acerca de las pugnas internas de la coalición por imponer candidatos a la Presidencia de la República. Por el momento ni siquiera es claro que la Nueva Mayoría siga existiendo. Y solo eso ya da tema para una nueva nota.
Mientras tanto, el desencuentro más reciente tuvo su origen en el último cambio de gabinete. Aparte de las condenas esperables de la oposición, en la coalición gobernante pareciera que nadie quedó contento. Con excepción, obviamente, de la presidenta Bachelet, que impuso su criterio como corresponde en un régimen presidencialista. Ahora otra materia diferente es si su criterio fue acertado. Hay indicios que dicen que no.
La llegada del radical Jaime Campos Quiroga ha levantado más polvareda que extender un indispensable manto de distensión en un ámbito en que las equivocaciones, abusos y otras tropelías, generaron el descrédito de la anterior ministra de Justicia, Javiera Blanco. Y ha habido molestias por partida doble. La primera, porque el cargo se alejó del seno democratacristiano, del cual es cercana Blanco, como independiente. La segunda es atribuible a Campos, por supuestos conflictos de interés que, como ha sido habitual en su desempeño público, el ahora ministro no ha sabido dilucidar. Nuevamente, su ego desbordante lo llevó a hacer declaraciones que han chocado abiertamente con su situación. Tal como antes, tratando de dar un cierre legal al conflicto mapuche, hizo declaraciones abiertamente injustas y contrarias a ese pueblo.
La partida de Máximo Pacheco, ex ministro de Energía, abre otro frente de dudas respectos a las lealtades en la Nueva Mayoría. Uno de sus ministros mejor evaluados se va del gobierno para encabezar una posible candidatura del ex presidente Ricardo Lagos. ¿No habría sido más aconsejable cerrar adecuadamente el gobierno antes que fortalecer una hipotética postulación presidencial? Tal vez, pero con el autorreferente Lagos nunca se puede saber.
Sin embargo, es innegable que en el episodio del cambio de gabinete hay responsabilidad de Bachelet. Los partidos no fueron consultados y algunos ministros que tenían serios cuestionamientos, como Nicolás Eyzaguirre, siguen en su cargo. Hoy está a la vista que la presidenta sí tiene don de mando. Lo que entra en el terreno de las dudas es si siempre lo ocupa de manera adecuada.
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