Por Wilson Tapia Villalobos
Esta nota podría titularse “Crónica de una muerte anunciada”, pero sería un plagio. Y pondría el acento en algo que no es lo más importante. Es cierto que todos esperábamos una alta abstención; es cierto también que los desatinos de la coalición gobernante deberían quedar plasmados en un castigo que se traduciría en merma de votos; y también es cierto que la oposición trataría de sacar un partido desmesurado a su aumento de cuota de alcaldes, pero hay otras lecciones que no son tan obvias.
Definitivamente, los Partidos tienen escaso peso en la configuración del mapa político. Me refiero a los Partidos como conglomerados que aportan un ideario, que nutren un programa del que surgen las propuestas acerca de las cuales debe pronunciarse la ciudadanía. Eso hoy no existe en Chile. Los Partidos siguen siendo mecanismos de poder. Pero no son masivos. Se restringen a un segmento que goza de las prebendas que el ejercicio del poder permite. Y sin contar con idearios sólidos ni estructuras programáticas mínimamente no transables, se han transformado en aparatos que apoyan su éxito o fracaso en apuestas comunicacionales. Por eso es que entre alcaldes y concejales -también diputados y senadores- se ve una profusión de figuras que se han hecho conocidas a través de la TV. Aunque su campo de acción sea la farándula, el deporte, el teatro, la presentación de noticias u otra actividad que los ha llevado a ser expuesto por la pantalla. Es cierto que desde siempre la comunicación ha sido un elemento básico parta la política. Pero como un instrumento complementario que servía de correa transmisora de mensajes. Hoy, en cambio, los medios de comunicación son los creadores de nuevos líderes. Y en este campo hay que agregar a las redes sociales.
Desde siempre, los “patos de la boda” han sido indispensables para justificar desastres o errores mayúsculos. En este caso, tan cuestionable honor se lo ha ganado la presidenta Michelle Bachelet. Hay que ser justos. Para aspirar a ese lugar en la Historia basta con estar en el momento preciso en el lugar adecuado. Y ella cumple con ambos requisitos. Pero “el pato de la boda” no basta, por sí solo, para explicar todos los desaguisados que llevaron a la situación en análisis. A este pato no se le puede atribuir el 65% de abstención. Tampoco que personajes muy cercanos a ella no hayan sido tocados por el beso del triunfo. Ni siquiera que Carolina Toha fuera destronada en Santiago, ni que Helia Molina no acariciara la gloria en Ñuñoa. En un tan estrecho universo de votación, se imponen los que poseen mejores máquinas o han cometidos errores que no se transformaron en escándalo. Toha tuvo sus propios pecados y Molina, al parecer, careció de una estructura sólida.
Otra enseñanza. Ya las alianzas van detrás del poder para lograr beneficios a corto plazo. No se estructuran sobre coincidencias de programas o de aspiraciones humanistas. No. El objetivo es mucho más concreto. Y esto no se vio solo en esta elección, ha quedado claro desde hace tiempo y, parece, en todo el mundo.
Otra, aunque esta no es nueva, pero de pronto se olvida. El atractivo personal no es traspasable. Por eso, candidatos apoyados por líderes como Alejandro Guillier no alcanzaron la gloria.
Otra. A quienes tienen los hilos del poder parece no interesarles la participación de la ciudadanía en los actos esenciales de la democracia. Por eso es que nadie se ha pronunciado con énfasis sobre la necesidad de reponer la obligatoriedad del voto. Porque tal vez allí quedaría de manifiesto que el problema no es ir a votar, sino que las alternativas que se le presentan, a los electores les parecen nefastas. Y eso sí podría imponer la necesidad de un cambio en la manera de hacer política.
Y una más. En la democracia chilena actual, la minoría manda sobre la mayoría.
¿Y el resultado de la elección dice algo respecto de las presidenciales? Es la pregunta cuya respuesta interesa a todos. La derecha quiere hacer creer que Sebastián Piñera está seguro como próximo Presidente. Pero éste trata de guardar mesura. Sabe que la situación aún no está clara. Que con un electorado volátil pasan cosas extrañas. Como el triunfo de Jorge Sharp en Valparaíso. Y aún queda tiempo para que alguien sin historia y, sobre todo sin pasado, pueda llegar a golpear el tablero.
Ricardo Lagos ha mostrado una faceta que se había perdido en el tiempo: parece dispuesto a correr riegos y perder. Claro que no es un salto completamente al vacío. Está consciente de que para tener posibilidades de “una segunda parte”, aunque según él “nunca han sido buenas” -para otros, me imagino- es necesario contar con un púlpito desde el cual demostrar que el amasijo mal cocinado que es la Nueva Mayoría, cuenta con un líder de fuste. Que, obviamente, sería el que reemplazaría al pato. Y si para eso deben quedar muertos y heridos en el camino, qué se le va a hacer.
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Todavía la masa no está para bollos , Esperemos , algo grande viene.