Por Roberto Pizarro, Director Centro Tecnológico de Hidrología Ambiental de la Universidad de Talca.
La forma de cómo Chile había podido forestar extensas zonas degradadas y desertificadas era y es motivo de admiración. Esto, porque estas áreas eran en la actualidad un patrimonio recuperado, que permitía por una parte satisfacer las necesidades de madera del país y exportar hacia exigentes mercados y también permitía salvaguardar cada vez de mejor manera los bosques nativos que eran, previo a este proceso, esquilmados para leña, muebles o construcción. Aunque la ley de Bosque Nativo estuvo demasiado tiempo en los archivos del parlamento y terminó por ser un instrumento con algunas deficiencias, tiende a proteger un patrimonio natural de indudable valor ambiental, social, científico y económico.
Sin embargo, son muchas las interrogantes que surgen acerca de las consecuencias después de un desastre que consumió sobre 580.000 ha y de ellas, un 60% de plantaciones. Y aunque muchos no lo saben, también afectó a nuestros bosques nativos. Como especialista en hidrología, debo señalar que el primer aspecto que se verá afectado en la temporada de lluvias, es el suelo, producto de que no posee la capa vegetal que lo protege. En ese marco, se generarán tres efectos perniciosos. El primero, la erosión, que pasará en términos promedio de menos de 1 tonelada por hectárea al año, a valores por sobre las 20 toneladas por hectárea al año. Es decir, preparémonos para recibir en nuestros cauces y ríos, más de 10 millones de metros cúbicos de sedimentos que impactarán al riego, la calidad del agua, la fauna de nuestros ríos, las obras civiles como puentes y autopistas, y las ciudades, entre otras. Ahora, si los suelos por efecto del incendio se hicieron hidrofóbicos, es decir, repelentes al agua, cambiemos los sedimentos por circulación superficial del agua y un consecuencial aumento del riesgo de inundaciones en zonas bajas.
Un segundo aspecto a considerar es la menor capacidad de los suelos para generar infiltración profunda del agua hacia los acuíferos, al no contar con material vegetal que le ayuda a retener el agua y favorecer dicha infiltración; recordemos que el tiempo de residencia de las aguas subterráneas que posteriormente afloran superficialmente en las cuencas chilenas es variable, pero no menor de 8 años. Entonces estaremos reduciendo las capacidades de oferta de las aguas subterráneas en el futuro próximo y no podremos culpar por ello al cambio climático.
Un tercer aspecto es que la mayor parte de las aguas que antes infiltraban y alimentaban los acuíferos, no podrán hacerlo producto de que no hay capacidad de retención del agua en el suelo o porque los suelos son ahora hidrofóbicos; entonces, escurrirán más bien de forma superficial y deberíamos esperar mayores caudales máximos en el periodo invernal, una mayor tasa de crecidas de los ríos y un aumento de los riesgos de inundaciones y de afectación de vidas humanas y bienes de todo tipo.
En este escenario surge la pregunta sobre qué se debe hacer tras los incendios. Remitiéndome a los problemas expuestos en las líneas precedentes, sabiendo que hay muchas más aristas que abordar, como el ordenamiento territorial y la urgente necesidad de realizar investigaciones científicas para conocer y proponer adecuadas políticas públicas, entre otras, creo que sin mayor conciencia, el país ha ido dando pasos hacia lo que se denomina en Europa la Restauración Hidrológico Forestal, es decir, el conjunto de acciones a realizar con vistas a preservar los recursos naturales de la cuenca: agua, suelo y vegetación.
Esta Restauración Hidrológico Forestal se estructura en dos importantes dimensiones: la primera está relacionada con las biotecnias, es decir, las técnicas de forestación y reforestación, incluidos los aspectos genéticos y de manejo forestal que permiten la instauración de cubiertas vegetales en zonas degradadas. La segunda está relacionada con las hidrotecnias, que se refieren a las obras civiles que pueden ser construidas para acelerar y propiciar procesos de recarga de acuíferos y de disminución de escorrentía superficial en los periodos invernales, lo cual es importante en climas mediterráneos donde las precipitaciones caen en invierno. Aquí se incorporan las zanjas de infiltración, los canales de evacuación de aguas lluvias, los diques en quebradas, etc.
Una adecuada combinación de las hidro y biotecnias nos pueden permitir alcanzar restauraciones hidrológico- forestales de muchos paisajes degradados de este país, como ya se ha demostrado en distintas zonas, y la política forestal debería incluir estos aspectos en la estrategia de mitigación y adaptación de cambio climático y de recuperación de espacios naturales degradados.
En consecuencia, es posible intentar en el más corto plazo una recuperación de nuestros ecosistemas de bosques nativos y de plantaciones, además de alcanzar el mayor objetivo de toda política pública: el mejoramiento de la calidad de vida de los ciudadanos y ciudadanas del país.