La nostálgica letanía del viejo cántico “y va a caer” –hoy referida al insufrible duopolio- resurge tímidamente aferrada a algunas leyendas
Por Arturo Alejandro Muñoz
Columnista Granvalparaiso.cl
Es innegable que muchos chilenos llevan largo tiempo esperando la caída definitiva del actual duopolio que, en perfecta cohabitación (más parecida a una sociedad comercial que a política de los acuerdos) gobierna el país desde el año 1990.
Es tan sólida la estructura armada por las dos coaliciones que componen el mentado duopolio, que ha sido difícil el surgimiento de otras tendencias y referentes que puedan contrapesar el poder adquirido por los dos bloques de la susodicha sociedad comercial. Dueños de la prensa y de las leyes (ergo, de la información y de las decisiones), amparados en una democracia sui generis –alejada de la verdadera- lograron desestibar toda iniciativa tendiente a parir una organización realmente representativa de las mayorías ciudadanas.
La cuestión ahora es lograr una forma que permita el derribo de ese oficialismo compuesto por dos grandes socios. Difícil tarea. Quizás, debido a las razones expuestas, algunos chilenos han comenzado a lucubrar teorías de derribo que parecen ridículas pero, sin embargo, los hechos concretos permiten tener de ellas un mínimo de credibilidad. O de esperanza. En fin, la cuestión es que las tales teorías son de verdad sabrosas, divertidas… pero, ¿posibles? Vaya usted a saber. ¿Quiere conocerlas y, luego, leer unas cuantas líneas respecto de la teoría chilensis? Bien, vamos a ello.
Como bien se sabe, en Europa el punto geográfico más cercano al continente africano es el Estrecho de Gibraltar, estratégico pasillo acuático que permite la unión del mar Mediterráneo con el océano Atlántico y que se ubica en la península ibérica, más exactamente en territorio español… pero no está en manos del gobierno de Madrid, sino en manos del gobierno londinense. No existe español que no sienta arder su sangre ante esta realidad que consideran una afrenta, indigna para un pueblo que alguna vez fue dueño del mundo. Fue…hoy no lo es, y ni siquiera puede presumir de haberlo sido. ¿Pero, cómo llegó ese neurálgico punto geográfico a manos de Inglaterra?
¿Se da cuenta? “Acuerdos” que protocolizaron antiguos gobernantes y que, pasados los años, no son validados por los pueblos de ahora. La cuestión es que los españoles trinan por recuperar lo que en esencia y rigor siempre les perteneció, pero, los hijos de Albión jamás abandonarán ese lugar que les resulta en extremo importante para la vigilancia de cualquier cosa que desee pasar de un mar a un océano. ¿Cómo podría España recuperar lo que una vez fue suyo?
Los europeos no quieren más guerras por motivos territoriales; están ya hartos de conflictos bélicos. Además, seamos claros, España tampoco representa –para Inglaterra- un peligro latente en lo bélico. Sin embargo, en el ánimo de los ingleses pesa –y mucho- una vieja leyenda que asegura cómo y porqué Gran Bretaña podría perder Gibraltar… y esa leyenda tiene como personajes principales a un grupo de monos. Sí, a un lotecito de simios que habita en el lugar desde tiempos inmemoriales. La leyenda asegura que Gibraltar dejará de ser inglés cuando esos simios desaparezcan, o cuando regresen al norte de África, al Magreb árabe. Por ello, los súbditos de doña Elizabeth Tudor se esmeran en cuidarlos, protegerlos, alimentarlos… si hasta un equipo de veterinarios tienen permanentemente en el lugar para ocuparse de la salud de los macacos.
Los españoles, a su vez, ruegan al cielo para que una bendita plaga mortal se lleve a esos simios al paraíso de los monos, y a los ingleses los flete con viento fresco de regreso al Soho o a Trafalgar Square.
No crea usted, amigo lector, que sólo Gibraltar y sus simios son preocupación de los británicos, ya que en la mismísima capital del ex imperio gestor de la Commonwealth circula una leyenda negra que, en alguna medida, mantiene alertas a quienes aman la monarquía, las tradiciones y los recuerdos de tiempos idos. ¿Cuál es la historia? Se trata de la Torre de Londres (la siniestra torre, la de los asesinatos políticos y crueldades varias durante los duros años de monarquías pasadas). En los alrededores de ese lugar habitan cuervos. Negras, hermosas y rapaces aves utilizadas de forma bellaca por algunos escritores de novelas históricas y cuentos infantiles ahítos de terror.
En lo principal, la leyenda dice que si esos cuervos abandonan la Torre de Londres, la monarquía caerá, y la república podría entonces arribar entre vítores del populacho, a la vez que los viejos personajes aún agarrados con dientes y uñas a la rueda de la Historia moderna, como reyes, príncipes, duques y otros vagonetas de similar calaña, dejarían de extraer dinero a raudales de la teta fiscal gringa. Eso dice la leyenda… no lo digo yo.
Simios en Gibraltar, cuervos en Londres. ¿Y en Chile, qué pez, ave, insecto o bicho de cuatro patas tendría que hacer sus maletas y abandonar el país para que el duopolio cayese de una vez por todas?
No tenemos una leyenda que nos diga algo al respecto. Absolutamente de nada nos sirven las leyendas de Tren-Tren, del Caleuche, tampoco la del Trauco ni de la rubia de Kennedy. El asunto es que por nuestros rumbos el único animal que podría amenazar la existencia del ya insufrible duopolio es un bicho de dos patas… en este caso, de dos pies.
¿A quién o quiénes estoy haciendo referencia? Principalmente, a la delincuencia, al delincuente… tanto al que usa zapatillas como al que va encorbatado. El sistema capitalista no puede sobrevivir sin la existencia de corruptelas políticas, narcotráfico, estafas, quiebras fraudulentas, etcétera. Esas ‘virtudes’ son propias del sistema, y con mayor razón aún lo son en el neoliberalismo, etapa actual del capitalismo.
Resulta imposible aceptar que se deba cerrar la boca ante los ilícitos, las corrupciones y las traiciones. Cuando uno se entera de ellas, ¿qué quieren los parlamentarios y los dirigentes políticos? ¿El silencio cómplice? ¿Que yo calle, que usted calle, que todos callemos? Ya no pueden ocultar sus tropelías como lo hicieron durante décadas mediante la venia lacaya de una prensa ‘oficial’ que, hoy día, se encuentra cuestionada por la sociedad. Las llagas de muchos diputados y senadores se exhiben públicamente merced a los diarios independientes, a los medios de información electrónicos, a las redes sociales. En política, si algo bueno logró la tecnología ha sido descorrer el velo que cubría las inmoralidades -y delitos de alto vuelo- de muchos dirigentes de tiendas partidistas y de autoridades variopintas.
Digamos entonces, sin temor a equivocarnos, que la delincuencia es parte viva del sistema, y nadie puede negar que la crisis ya se instaló en Pelotillehue, porque todos en Chile nos preguntamos: ¿Qué democracia es esta, donde un grupúsculo de empresarios y políticos asociados en inefables concordatos, vende los recursos naturales a precios risibles, dejando a las inconsultas mayorías sin derecho alguno para delinear el futuro propio y de sus hijos? ¿Qué tipo de democracia es esta, donde la fraternidad, igualdad y soberanía popular son meras frases poéticas y demagógicas sin sustento en la realidad, ya que las ‘elecciones de autoridades” se basan en un fraude que comienza con la presentación de candidatos que forman parte de los mismas cofradías que depredan al país?
Quienes actualmente sustentan el poder político en Chile y lo administran, han demostrado a cabalidad que, en estricta esencia, son una especie de mesa gerencial que negocia y comercia a placer los recursos naturales y humanos de la nación, haciendo tabla rasa con las esperanzas y deseos de la sociedad civil cual si esta no existiera.
Y todo eso, amigo lector, se llama –simple y llanamente- delincuencia. Por ello, si terminamos con esa lacra (la delincuencia), terminamos con un sistema que ampara delincuentes porque está cooptado y administrado por sus pares.
En Gibraltar, simios; en Londres, cuervos; en Chile, bueno, en Chile usted ya sabe cuál es la única leyenda no escrita que podría dar por el suelo con el actual duopolio. El problema estriba en que si la leyenda existe, hay que transformarla en hechos concretos. That is the question, dijo Hamlet.