Por Wilson Tapia Villalobos
No se trata de incendios, terremotos o maremotos. Afortunadamente, la Tierra se mantiene en relativa calma y la lucha contra el fuego muestra su poder de manera acotada después de haber arrasado con todo lo que había en 600 mil hectáreas. El daño es inmenso y el dolor, para muchos, inconmensurable. Pero, como después de tantas catástrofes, mujeres y hombres vuelven a levantarse y a poner las esperanzas en el futuro.
Sin embargo, el perjuicio es aún mayor cuando el mal proviene de los propios seres humanos en forma directa. Cuando se organizan para herir el tejido social. De ese drama estamos lejos de haber sanado y ni siquiera contamos con un diagnóstico confiable. Hoy es Carabineros, una de las instituciones mejor evaluadas por los chilenos, la que aparece como responsable del robo por más de $8.000 millones al erario nacional, según cálculos preliminares. Anteriormente fueron miembros del Ejército los que emergieron en el área delictual por la defraudación de más de $6.000 millones. Una cifra también astronómica, que podría ser muchos mayor. Y es posible que nunca la lleguemos a conocer, ya que las “platas militares” se encuentran lejos del control civil: están fuera del Presupuesto de la Nación.
Para no aumentar lo oscuro del panorama, dejemos afuera el nefasto maridaje que une a la política con el dinero. Aunque justo es decir que esa fusión se encuentra en el meollo mismo de lo que es el sistema capitalista y el esquema democrático que lo sustenta. Más importante es mirar hacia el futuro y preguntarse qué es lo que se va a hacer para remediar las falencias actuales. Las respuestas no se encuentran a la vista. Y las que se insinúan aún no aportan luces salvadoras.
La democracia se halla en entredicho -explícita o implícitamente- en todo el mundo. Solo así se explica que en naciones desarrolladas se estén echando por la borda conquista importantes logradas por la Humanidad para acrecentar su sentido como especie gregaria e inteligente. Que el tribalismo gane terreno es una demostración de ello. Algunos sienten amenazada su supervivencia por la inmigración y embisten contra niños, mujeres y hombres ajenos a su etnia. Los credos religiosos ajenos son execrados y los ideologismo políticos parecen hacerse más lejanos, en una lucha que desmiente el alma política de la democracia.
Las tensiones entre Turquía y Holanda son solo una muestra de que el malestar no es exclusivo de un país, ni siquiera de un continente. Los cuestionamientos surgen en todas partes. Y, con las particularidades propias del entorno, apuntan a lo mismo: el agotamiento del sistema político interno y del camino que ha surcado la globalización.
Todo indica que se está estructurando otro mundo. Pero el tránsito es lento y no estará exento de episodios dolorosos. Las posiciones religiosas, políticas e incluso aquellas que pretenden ser de humanismo profundo, se han ubicado en los extremos. Una situación que hoy se refleja, obviamente, en la política. Es el caso de Donald Trump, en los Estados Unidos, y del crecimiento de las derechas más intolerantes en distintos países, especialmente europeos.
Hasta ahora, las demandas ciudadanas respecto de los males que reconocen en la sociedad chilena, no han obtenido respuestas suficientes. En general, los proyectos de ley que ingresan en el Congreso con propuestas definidas, son dilatados en su tramitación y, si resultan promulgados, los son como soluciones tibias que no representan la voluntad ciudadana. El maridaje entre el dinero y la política se hace cada día más evidente. Y aunque el rechazo ciudadano a la política tiene como principal razón este estado de cosas, a los referentes políticos parece no importarles. Finalmente, en el momento de la elección decidirán los pocos que aún creen en el sistema imperante o los que tienen alguna parcela que defender en la carcomida estructura democrática del país. El resto, el día de la elección, permanecerá en sus casas satisfecho de haber demostrado que no está ni ahí con la política. Y quienes la manejan podrán seguir disfrutando de sus turbios manejos.
Mientras tanto, habrá que continuar esperando y jugar las cartas a la organización de nuevas agrupaciones que hagan propuestas y las sostengan en el tiempo. Los partidos políticos conocidos ya no aparecen como referentes con respuestas válidas. Al menos así lo siente la ciudadanía, que es renuente a inscribirse en ellos, especialmente en los tradicionales.
El desesperanzador momento que vive el mundo debe asemejarse a la agonía de tanto imperio que ha conocido la Humanidad. Pero esta vez el proceso resulta algo más acelerado. Es el signo de los tiempos, que también señalan con claridad que las respuestas las traen los nuevos referentes.
Y es conveniente agregar que no se trata de una cuestión de edad. La exigencia básica es un cambio en las metas que debe marcar a la civilización. Objetivos cuya ambición esté centrada en la evolución del conjunto, con una senda delineada por la dignidad que solo puede asegurarse con un sólido sustento valórico. La competencia por alcanzar solo metas materiales -aún a costa del otro- desvaloriza al ser humano. Y deja a la sociedad sumida en una pugna de la que solo pueden surgir dolor, odio y desesperanza.