Por Luis Alemán
Académico Facultad de Educación, Universidad Central
En el último tiempo y de manera más creciente, se destaca en los medios de comunicación la violencia que se genera al interior de las instituciones educativas. Es una forma de violencia directa, bien visible que impacta nuestras mentes de forma súbita y que tiene mayor repercusión en la población por el carácter que tiene en sí misma y porque es la que recibe mayor difusión. El concepto de bullying se nos presenta como un gran constructor que nos permite aproximarnos, pero sin llegar a conocer a fondo la dinámica de este fenómeno en el contexto escolar.
Esta idea se repite, el bullying es solo parte de una realidad mucho más amplia de la violencia escolar en Chile. Existen algunas investigaciones que muestran el panorama nacional respecto a este fenómeno. La última encuesta nacional de violencia escolar, que realizó el Ministerio del Interior indica que el 10,7% de los estudiantes reportan haber sufrido bullying de parte de sus compañeros, presentándose un 7,6% en colegios particulares, un 9,8% en subvencionados y un 12% en municipales
Otra encuesta mundial que realizó la OMS sobre violencia y salud de estudiantes de entre 13 y 15 años, en la cual participó Chile, indicó que un 42% de las mujeres y un 50% de los varones reportan haber sufrido bullying en los últimos 30 días, en un contexto en que el reporte de los demás países fluctuaba entre el 20 y el 65%.
Esta es la parte visible de la violencia que experimentamos como sociedad, pero existe una violencia estructural que utiliza una herram ienta implacable: el silencio y el ignorar al otro, que es un tipo de muerte simbólica. En otras ocasiones, el abuso de poder con fines no muy claros y así, un largo etcétera.
Lo común, en toda violencia es que en su centro se encuentra el ser humano, con limitaciones pero también con muchas potencialidades, entre las que está la de aprender a gestionar sus conflictos a través de la ‘No Violencia’, para lo cual es imprescindible el respeto a la dignidad de la convivencia humana, cualquiera que sea su status y rol que desempeñe en la sociedad.
Frente a este fenómeno y estos hechos, nos planteamos insistentemente la interrogante ¿Qué estamos haciendo como sociedad? y ¿Cómo abordamos desde el campo educacional de una educación (no la simple instrucción) de aquellos valores que nos permitan convivir de manera pacífica y en consecuencia, dejar este legado a las futuras generaciones como parte de una cultura de paz que nos defina como nación?
Desde esta perspectiva, es claro que el llamado es a desarrollar la conciencia de la necesidad de generar aprendizajes, tanto en niños como en adultos, encaminados al desarrollo de competencias que incluyan las grandes áreas de la inteligencia: Emocional, Abstracta, Ética y Espiritual, ya que para convivir y desarrollarse sanamente con otros debemos aprender no sólo contenidos, sino también acerca de cómo somos, quiénes somos, y en qué lugar de nuestra vida nos encontramos.
Es imprescindible acabar de aceptar que educar es trasmitir herramientas de la cultura que conlleven al progreso, no sólo en el área de las ciencias sino también, en lo más esencial de la naturaleza humana, la noble expresión de su esencia espiritual como expresión trascendente de aquello que nos une en la diversidad.
Cuando el bullying, como expresión de la violencia directa, se invisibiliza, sencillamente se torna parte de la cultura, validándose como una expresión de la identidad de un grupo, institución o nación. Dicho con otras palabras, comienza a verse como algo natural e intrascendente que desde una identidad construida, refuerza al comportamiento violento, lacerando el alma misma de la institución o nación.