Por Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico e Investigador (UACh)
“Comer es una necesidad, pero comer inteligentemente es un arte” (François de La Rochefoucauld, escritor francés).
Es posible asegurar sin temor a equivocarnos, que una gran mayoría de los chilenos nos alimentamos casi a ciegas, por lo tanto, son pocas las personas que saben realmente lo que están comiendo todos los días. Eso por una parte.
Por otro lado, los envases no siempre indican todo los “componentes” que contienen los alimentos, y cuando lo indican, los conceptos resultan ser desconocidos, incomprensibles o difíciles de entender para el común de los mortales. Además, es preciso reconocer que falta educación en el consumidor, con el fin de que éste sepa distinguir qué conviene comer y qué no.
A diferencia de otros países, en Chile muchos de los alimentos envasados no cumplen con las normativas internacionales de especificar de manera clara y comprensible la gama completa de los contenidos del producto vendido. En muchos casos, sólo se limitan a indicar la presencia de algunos saborizantes y colorantes permitidos, junto con el sello obligatorio vigente desde junio de 2016, de si es “Alto en grasas saturadas”, “Alto en azúcares”, “Alto en sodio” o “Alto en calorías”.
Sin embargo, a ningún chileno se le comunica la presencia de: (a) grandes cantidades de hormonas y antibióticos en la carne de pollo o de vacuno, (b) la presencia de cantidades peligrosas de mercurio en el pescado, (c) la presencia de hormonas y dioxinas en la carne de cerdo, (d) la presencia de diversos aditivos, preservantes y colorantes peligrosos en los alimentos y productos industriales, (e) la presencia de pesticidas y herbicidas en las frutas y verduras, (f) la presencia de antibióticos, antipiréticos, hormonas del crecimiento, pesticidas, etc., en la leche que consumen los niños.
Para qué destacar, que muchos de estos productos nocivos para el cuerpo humano están totalmente prohibidos en otros países, o bien, sólo se pueden utilizar en cantidades muy inferiores a las que se autorizan en Chile.
En este sentido, ni siquiera se salvan los “productos frescos”, por cuanto, al interior de ciertos alimentos tales como la carne de pollo o de vacuno, se han encontrado sustancias anabólicas que producen una serie de alteraciones en el desarrollo de los seres humanos. Y hay pruebas contundentes e irrefutables de que muchas frutas, vegetales y verduras –tales como duraznos, nectarines, tomates, uvas, etc.– se venden con un “agregado de pesticidas y plaguicidas” gratuito. Sin embargo, a ningún chileno se le ha preguntado si él quiere tener estos “regalitos” en su mesa y que sus hijos los consuman, sin saberlo.
El Director del Departamento de Medio Ambiente del Colegio Médico de Chile, el Dr. Andrei Tchernitchin, un reconocido endocrinólogo y patólogo ambiental, destaca, que es tal la cantidad y diversidad de sustancias químicas que ingerimos los chilenos todos los días a través de los distintos productos alimenticios sin saberlo, que ello está generando muchas enfermedades, cuyo origen, posteriormente, será muy difícil de pesquisar y precisar.
Tanto es así, que muchos de los “males inexplicables” que afectan a nuestra sociedad, son causados, precisamente, por la infinidad de contaminantes que atacan el aspecto neuroconductual del ser humano. Toda vez que se hace alguna investigación que implique la medición de “elementos extraños” en las carnes de diversos animales, los expertos encuentran restos de estrógenos, andrógenos, gestágenos, anabólicos, antibióticos, hormonas varias, etc., que sobrepasan con creces los límites permitidos.
Uno de los anabólicos más comunes es el clembuterol, un medicamento que se aplica a muchos animales para que éstos puedan desarrollar más masa muscular. El problema, es que este elemento se concentra en el hígado, y si una persona lo consume, se expone a sufrir convulsiones y problemas cardíacos. Para qué hablar de las hormonas en la carne de pollo. Pero eso no es todo. Un informe del Dr. Tchernitchin de 2016 reveló la alta contaminación con materiales y minerales altamente tóxicos en las aguas provenientes del Cajón del Maipo, en la ciudad de Santiago, una condición que, lamentablemente, se replica por igual en diversos ríos y zonas del país, lo cual, representa una grave y peligrosa problemática a nivel nacional con el agua que se consume, ya que todos los gobiernos que hemos tenido en las últimas décadas han privilegiado el crecimiento macroeconómico a costa de la salud y la calidad de vida de la población de Chile. Lo que ningún gobierno se atreve a reconocer, es que estos elementos tóxicos producen el desarrollo de diversas enfermedades broncopulmonares, daños neurológicos, diversos tipos de cáncer, daños irreversibles en el sistema nervioso central de los fetos, etc.
Para muestra de un botón: Andrei Tchernitchin y Aliro Bolados demostraron con análisis químicos de última generación que la zona norte de Chile está altamente contaminada y descubrieron la presencia, entre otros, de arsénico, mercurio, cesio, zinc y manganeso, elementos cancerígenos que podrían explicar la causa de que Antofagasta sea la ciudad con el más alto índice de cáncer al pulmón y a la vejiga, no sólo a nivel país, sino que a nivel latinoamericano y también mundial.
Más aún. Tiempo atrás se tuvo que exigir a nivel de gobierno que se prohibiera el uso de bromato de potasio en el pan, una sustancia que se agrega a la masa del pan para hacerlo más esponjoso, pero que tiene un “leve” y pequeño problema: tiene propiedades cancerígenas. Otro drama es el que se produce con la enorme cantidad de dulces que hoy comen los niños, muchos de los cuales contienen colorantes y aditivos que terminan por perjudicar la salud de nuestros hijos. Es el caso, por ejemplo, de los dulces de color rojo que a menudo contienen rodamina b, una sustancia que en otros países está absolutamente prohibida, o bien aditivos como la tartrazina, eritrosina, el amaranto, BHT, BHA, glutamato monosódico, etc. El glutamato monosódico se sigue usando a destajo en decenas de productos, aún cuando se conocen perfectamente sus efectos adictivos, neurotóxicos y su influencia en la obesidad.
Existen, asimismo, margarinas que aún hoy usan publicidad engañosa para destacar su origen “vegetal y cero por ciento de colesterol”, pero que no garantizan en absoluto que sean saludables y que nada dicen que –demasiado a menudo– contienen grasa vegetal hidrogenada (o grasas trans) que pueden inducir la ocurrencia de accidentes cardiovasculares. Lo anterior significa que estas margarinas son iguales e incluso peores que la manteca y, por ciento, mucho más dañinas que la mantequilla.
Un capítulo aparte lo representan el tipo de envases que se usan en nuestro país, ya que algunos plásticos, en combinación con la presencia de ciertos químicos, liberan elementos tóxicos como los ftalatos. A su vez, el plomo de las soldaduras que es utilizado en los tarros de conserva puede pasar directamente a los alimentos, si no se saca el contenido después de abrir la lata, o bien, cuando la lata sufre abolladuras y golpes. Se sabe que la ingestión de este metal genera graves alteraciones en el sistema reproductivo y en el sistema nervioso central de los seres humanos.
Finalmente, señalemos que hay diversos estudios que prueban la presencia de diversos residuos de pesticidas y plaguicidas en el 75% de las diversas frutas y vegetales analizadas, tales como permetrina, diazinon, metidation, captán, glifosato, benomyl, dimetoato, etc., muchos de los cuales son: mutagénicos (es decir, que provocan cambios en los genes), teratogénicos (es decir, que producen malformaciones en el feto durante el embarazo) y cancerígenos.
Si bien puede ser cierto, que las cantidades no superan los límites máximos permitidos en Chile –de lo cual, hay muchas dudas, ya que no existe en Chile tal capacidad fiscalizadora–, sí producen efectos crónicos a largo plazo cuando su consumo es regular y constante.
Todos aquellos que nos hemos propuesto cuidar nuestra propia salud, deberíamos exigir que el futuro gobierno que dirija al país, tenga como una de sus principales prioridades la de cuidar la salud de toda la población del país, y que no nos suceda que tengamos nuevamente a otro Gobierno que sólo se preocupe de servir a sus propios intereses y a los partidos políticos, tal como ha sucedido con los últimos cinco gobiernos, al mismo tiempo que permiten la existencia de vastos territorios nacionales llamados tristemente “zonas de sacrificio”, lo que determina, que algunas personas deban sacrificarse y morir de diversas enfermedades para que otros –en función del alto nivel de corrupción que prevalece hoy en nuestro país–, se hagan ricos, precisamente, a costa del sacrificio, enfermedad y muerte de los primeros.
Saber o no saber, informarse o no informarse. ¡Qué dilema!
Es muy triste y devastador saber que la gran mayoría de alimentos que consumimos, sean éstos, supuestamente, sanos y naturales, en alguna medida contienen algún ingrediente que lo está contaminando. Al igual que las frutas y verduras que contienen algún pesticida o herbicida, también hay productos de uso cosmético que tienen la presencia de metales pesados. Lentamente nuestro organismo se transforma en víctima y va acumulando en el transcurso de los años toxinas que son aportadas por los alimentos que comemos o por el aire que respiramos o por los productos que usamos. Por este motivo, no es raro que las estadísticas de ciertas enfermedades que no tienen buen pronóstico vayan en aumento, independientemente del grupo etario de que se trate.
Si bien es cierto, que existen alimentos que pueden ser elaborados con ingredientes más sanos y cultivos de frutas y verduras más naturales, estos alimentos suelen tener precios más elevados que, evidentemente, no todo el mundo puede pagar. Sobre todo en este país, donde la distribución de la riqueza es tan desigual y el poder adquisitivo del mayor porcentaje de la población es tan bajo.
Las empresas productoras de alimentos y de productos de uso cosmético abusan de la falta de estrictez de las leyes, leyes que nuestros parásitos y sanguijuelas que tenemos como clase política no se preocupan de regular, seguramente porque son “auspiciados” por esos grupos económicos.
Finalmente, hay que reconocer que este tipo de información es devastadora conocerla, pero es muy necesaria tener acceso a ella para que las personas libremente decidan si quieren informarse o no, ya que es una decisión personal. El tener conocimiento de ciertas realidades no siempre significa felicidad, a veces, implica también tristeza, impotencia y dolor.
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