Jocelyn Uribe
Directora Escuela de Educación Parvularia, U. Central
Una de las principales relaciones que se establece de manera espontánea al escuchar hablar de Finlandia, es con la calidad de su sistema educativo, el que se caracteriza dentro del marco internacional por un alto nivel de equidad en sus establecimientos educacionales, el prestigio de sus profesores dentro de la sociedad, la flexibilidad curricular y una escaza presencia de evaluaciones, sobretodo en los primeros años, elementos que en sinergia parecieran ser la clave del éxito y reconocimiento de este sistema educativo.
El respeto a los intereses, ritmos y procesos naturales de la educación parvularia de este país, también constituye un elemento que desde nuestra perspectiva nacional llama poderosamente la atención, aunque no debería serlo, dado que la esencia de este nivel propicia efectivamente la consideración de cada uno de estos aspectos; sin embargo, la realidad nos determina otra cosa, dado que desde los 4 años de edad comienza una efusiva lucha, sobretodo de las familias, por los procesos de admisión de sus hijos a determinados colegios, con ello un alto nivel de estrés, pruebas y largas horas de espera en torno a los resultados, sin dejar de mencionar la antesala de preparación que tienen niños y niñas para poder sortear con éxito esta primera barrera del sistema.
Es esta perspectiva por la que nos resulta extraño pensar en un sistema que desde el inicio de sus niveles promueve el juego, la libertad, la socialización, el aprendizaje de lo básico y por sobre todo, el sacar lo mejor de sí mismos sin ajustarse a ninguna agenda académica.
Al parecer Finlandia encontró la clave de liderar los procesos educativos a nivel mundial, desde la consideración de la naturalidad, la coherencia, los ritmos y tiempos que todos los seres humanos tenemos en nuestras diferentes etapas, pero aún más, por la falta de competitividad, la cual desde nuestra cultura ha provocado un efecto contrario al logro de la tan deseada calidad.