Isabel y Roberto, dos escritores chilenos que alcanzaron el éxito, pero….

Publicado por Equipo GV 10 Min de lectura

Después de todo, se trata sólo de la opinión de un lector común, por tanto, opinión subjetiva, falible, e incluso menor. Pero es mi opinión. Me agradaría poder leer la suya. De verdad me agradaría.

Por Arturo Alejandro Muñoz.
Columnista Granvalparaiso.cl 

 

is y robSuele ocurrir en el mundo de las artes, las letras y la cultura, donde es posible constatar que ha habido artistas cuya fama se mantiene a lo largo de los años merced a contar con tan solo un éxito de buen nivel de aceptación por parte del público. Un ejemplo de lo dicho es posible encontrarlo en la música popular, donde ello no ha sido algo inusual.

Por cierto, lo anterior también ocurre en el escenario de las letras. ¿Cuántos autores trascendieron décadas (algunos lo hicieron superando siglos) gracias a contar con solamente una, y sólo una obra de fuste?

En otros casos –principalmente novelistas- se produce la reiteración de personajes, o de situaciones históricas, o de focos puntuales de atracción, independiente que ellos sean valederos sólo en tramas específicas. ¿Por qué ocurre?

Hay dos escritores chilenos que caen en esa falla literaria, o más bien la usan a voluntad para continuar extendiendo el éxito de sus escritos, o de sus personajes, según sea el caso. Y lo logran vaya que sí. ¿Quiénes? Isabel Allende y Roberto Ampuero. He ahí dos ejemplos de lo que me parece digno de destacar en cuanto a crítica menor de sus últimas novelas. Ambos han obtenido, merecidamente por cierto, el Premio Nacional de Literatura; ambos, en materia política, fueron izquierdistas reconocidos… y ambos han cambiado sus amores ideológicos.

En lo que respecta a Isabel Allende, me parece que fue “domada” por el establishment estadounidense de las letras, las luces de neón, los pasillos de Hollywood y aquello de “In God we trust” del billete de dólar. Ella escribe fenomenalmente bien… aunque, permítanme una acotación miserable, en sus últimas obras la redacción tiende a cansar al lector por motivo de mantener una orientación narrativa (no me refiero al ‘estilo’, sino a la ‘intención’) que parece pertenecer a temas que son distintos al que aborda en esos libros.

La urdiembre usada en la narración de “La casa de los espíritus”, de “La suma de los días” e “Inés del alma mía” (que corresponden a literatura de crítica histórica-política), no debe ser reutilizada en novelas cuyas tramas obedecen más a asuntos sentimentales o románticos, que a conflictos sociológicos, políticos o históricos. No cuaja bien. Se nota en demasía que la autora trata de convencer a un público que ya tiene claro que ella derivó hacia aguas menos profundas en materia política. El lector que es avisado en asuntos partidistas nota los intentos de la escritora por adornar con construcciones semánticas lo que no las necesita ni interpreta. Maestra en el uso de metáforas y sinónimos, Isabel Allende continúa su exitoso camino escritural respetando los cánones que el establishment de las editoriales del primer mundo exigen a sus autores.

No opinaba lo mismo el gran Roberto Bolaño (“Los detectives salvajes”,”2666”), pues el año 2002, en pleno frenesí por la lucha de postulantes al Premio Nacional de Literatura, afirmó: “Me parece una mala escritora simple y llanamente, y llamarla escritora es darle cancha. Ni siquiera creo que Isabel Allende sea escritora, es una escribidora”   (Diario ‘La Tercera’, 19 de mayo 2002, página 49). No concuerdo con lo expresado por Bolaño. Me parece que su declaración fue impulsada (¿por qué no decirlo sin ambages?) por celos escriturales. Isabel es escritora, aún más, es una extraordinaria escritora, pero avanzada ya su carrera como tal, comienzan a aparecer los ripios que se han señalado en estas líneas.

Algo similar acaece con las obras de Roberto Ampuero, el otro escritor chileno que convoca estas notas, autor exitoso que sin embargo se niega a separarse de uno de sus personajes (quizás, EL personaje en toda su obra literaria), Cayetano Brulé, detective

privado anclado en Valparaíso, una mezcla de penúltimo linyera y primer inmigrante cubano que, merced a su romance con una chilenita revolucionaria que conoció en Miami, arribó a Chile durante el gobierno de la Unidad Popular. .

Todo un éxito logró Ampuero poniendo en acción a su destartalado detective que, posiblemente, algunos lectores comparen con investigadores de mejor pelo social, como el muy gringo Philip Marlowe o el belga Hércules Poirot. La cuestión es que el detective creado por Ampuero resultó personaje principalísimo en sus excelentes primeras novelas: “¿Quién mató a Cristián Kustermann?, “Boleros en La Habana” y “El alemán de Atacama”.

Sin embargo, de ahí en más, el ex ministro de Cultura abusó del personaje y se excedió también al usar de manera profusa lo que en un primer momento fue un acierto, pero a fuerza de reiteración transformado en caballito de batalla que, sin duda alguna, en sus últimas obras provoca sopor: la gastronomía y los temas musicales.

Ambos autores –Isabel y Roberto- no reparan en que pueden cansar al lector con la reiteración de “intenciones narrativas” y caballos de batalla, cuestión que pareciera no importarles ni incomodarles, pues sus merecidas y bien ganadas famas les permiten hacer carne -en sus últimas obras- la anécdota de Pablo Picasso en París (¿o fue Salvador Dalí?, no puedo asegurarlo), la que cuento de inmediato, aunque nunca he podido verificar su autenticidad y a veces huele más a leyenda que a historia real, pero es válida como consejo y viene al caso en esto que nos ocupa. .

Fue en la década de 1960, me parece.  Picasso inauguraba en el principal Salón parisino una de sus más famosas exposiciones, y lo hacía con el patrocinio del alcalde de la ciudad luz. Obviamente, el día de la inauguración el lugar se repletó de gente: invitados de alcurnia, artistas de renombre, autoridades, prensa, radio, televisión… y la autoridad parisina esperando al gran artista en la entrada del salón.

Cuando Picasso llegó y bajó del automóvil que lo transportaba, el alcalde le tomó del brazo y le condujo a una pequeña oficina ubicada al interior del salón de exposiciones. Ya a solas, el edil parisino le solicita a Pablo:

– Maestro, quiero pedirle un enorme favor. Mi hijo está estudiando arte y pintura y ya ha pintado algunos cuadros, He traído tres de ellos y le pido encarecidamente que los vea y me dé su opinión sobre el talento de mi hijo.

Algo amoscado, Picasso miró los cuadros uno por uno… luego de cierto lapso toma al alcalde del brazo y se encamina hacia el salón mismo a la vez que comenta lo siguiente:

– Alcalde. .. diga a su hijo que cuando sea famoso podrá vender cualquier cosa que pinte.

Esa anécdota sirve también para el análisis de las últimas obras de Isabel Allende y de Roberto Ampuero, aunque no he leído la última novela que la gran Isabel presentó en Chile recientemente (“Más allá del invierno”), la cual, ¿por qué no?, podría escapar de las opiniones emitidas por el suscrito en estas líneas.

Después de todo, más que una crítica es una queja porque quisiera que ambos escritores, de verdad buenísimos, fueran perfectos. En fin, sólo se trata sólo de la opinión de un lector común, por tanto, opinión subjetiva, falible. Usted debe tener la suya, es más que posible que discrepe abiertamente de lo que ha leído aquí. Bueno sería entonces que plasmara su opinión en líneas…. le prometo que me agradaría leerla, soy un decidido defensor de la libertad de opinión, más aún si no concuerda con la mía.

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