Por Wilson Tapia.
Es cierto eso de que “mal de muchos……”, pero a veces vale la pena observar lo que está ocurriendo en los alrededores, no para consolarse, sino para tratar de entender el momento histórico en que nos encontramos. Mirando solo a América, ahora es Brasil. Y parece una sinfonía con lo que ocurre en Estados Unidos, en Argentina, en Paraguay, en Ecuador, en México, en Bolivia, en Perú, en Colombia, en Venezuela, y, claro, entre nosotros. Cada uno con las particularidades propias de la cultura autóctona. Pero con factores que son comunes, aunque a veces algunos se encuentren más exacerbados. Eso sí, la corrupción y la ramplonería, son generales.
Parece que Michel Temer tendrá que irse de la Presidencia de la República Federativa de Brasil. Y así terminaría el mandato del 37° presidente del país más grande de América del Sur. Un corto período, cierto, ya que comenzó en 2016, en reemplazo de Dilma Rousseff, quien fue defenestrada por malos manejos del dinero fiscal. Pero Temer caería por participación directa en operaciones de corrupción. Su intento de callar a otro político también corrupto, fue grabado. Este es el ex presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha -artífice de la destitución de Dilma Rousseff-, quien intentaba rebajar la pena que se le aplicará denunciando a otros parlamentarios que participaron en diversas actividades penadas por la ley. Temer ha dicho que no renunciará. Pero eso no pasa de ser una bravata. El ordenamiento legal brasileño puede ser aplicado para destituirlo.
Sin embargo, el problema subsistirá. De ser destituido Temer, su reemplazante sería el nuevo presidente de la Cámara de Diputados, quien citaría al Parlamento para designar al nuevo mandatario en 30 días. La ciudadanía no confía en esa salida. Así lo han hecho saber en continuas manifestaciones que ya suman cientos de miles de personas en las calles exigiendo la renuncia de Temer y elecciones directas. Y razones para ello tienen de sobra. Uno de los mayores implicados en la corruptela política, Joesley Batista, propietario de la más importante exportadora mundial de carne, JSB, reconoció haber financiado ilegalmente a 1.829 políticos. Por otra parte, propietarios de la constructora Oderbrecht, han confesado que la empresa aportó más de US$2.000 millones al financiamiento ilegal de la política. En la actualidad, la Justicia investiga a 29 senadores, 40 diputados, 3 gobernadores, 3 ministros y a un importante grupo de empresarios.
En Chile, la situación que rodea a la política se torna cada vez más preocupante. Con el agravante de que los casos de corrupción se extienden como una mancha de aceite por diversas instituciones. Además deben agregarse hechos de violencia que eran desconocidos en el país.
Hoy los chilenos han empezado a cuestionarse insistentemente acerca de la validez del formato democrático que nos rige. Comenzando por la estructura financiera de la política y los políticos. ¿Qué razón puede esgrimirse para justificar los altos sueldos que perciben diputados y senadores, que están entre los 8 y 9 millones de pesos mensuales bruto? A esas sumas hay que agregar diversas asignaciones.
Pero este no es el único caso que crea cuestionamientos. La Corporación del Cobre, Codelco, una de las principales mineras de cobre del mundo y pilar del erario nacional, hoy ocupa un lugar preferente en la atención nacional. Y no es precisamente por buenos resultados. Pese a ser estatal, no se rige por los cánones que se aplican a otras entidades fiscales. Sus manejos contables no pueden ser cuestionados por la Contraloría General de la República, ya que en todo lo que es su manejo cotidiano opera como empresa privada y no como un organismo estatal. Especialmente en lo que sueldos y salarios se trata. El presidente de Codelco percibe, mensualmente, una suma cercana a los $22 millones 800 mil.
Además, ya para pocos es un misterio que la gran mayoría de los trabajos que se contratan en Codelco -y en otras empresas fiscales- dejan una suculenta coima en los bolsillos de funcionario encargado de dirimir la licitación o en los de sus subalternos.
Y el panorama nacional se completa con la serie de actos de corrupción multimillonarios descubiertos en las FF.AA. y en Carabineros. Sin dejar de lado lo ocurrido en el seno de los organismos encargados de aplicar Justicia.
Es evidente que la degradación ética es una cuestión generalizada en el mundo. Con el agravante de que hay pocos decididos a ponerle coto y carecen de la fuerza suficiente para hacerlo. Se trata de una demostración más de las malsanas consecuencias que está provocando la sociedad del dinero que hemos creado. Son daños de diversa magnitud que se extienden por el mundo entero. Y los líderes, tal como la mayoría de los ciudadanos, hacen nada por introducir cambios significativos. Los primeros, por defender las prebendas que entrega el poder y, los segundos, por comodidad, ignorancia o servilismo.
Una demostración de cómo se manejan los líderes la está dando en estos días el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. En su primera gira por el exterior, ha reiterado sus condenas al terrorismo. En especial después del atentado que dejó 22 muertos en la ciudad inglesa de Manchester. Pero eso no fue óbice para que una de las capitales que visitara fuera Riad, Arabia Saudita. Una forma de estrechar aún más los lazos con el poderoso productor petrolero, una monarquía absoluta, sin libertad religiosa. La única religión permitida allí es la musulmana. La vertiente sunita es mayoritaria y dentro de ella el wahabismo marca senderos. Sus formas de activismo son responsables de parte importante de las acciones terroristas que soporta el mundo occidental. Basta recordar que Osama bin Laden, fundador de Al Qaeda, era miembro de una importante familia saudí.
En su paso por el reino, Trump firmó el mayor contrato de venta de armas llevado a cabo por su país. Asciende a US$110.000 millones. Claro que debió morigerar su lenguaje acerca del terrorismo. Ahora habló de una “lucha entre el bien y el mal”. Antes decía que esa brutalidad era la consecuencia “del choque entre diferentes creencias, sectas o civilizaciones”
¿Hay algo nuevo en esta parte de la Historia que nos ha tocado vivir? Dejando de lado los adelantos tecnológicos que, por derivación, nos permiten una mayor información -aunque no siempre real-, el momento actual es semejante a los preludios de otros dramas ya vividos.