Por Carlos Guajardo Castillo
Docente Facultad de Educación, U. Central
Con el correr del tiempo, y considerando que los últimos estudios señalan la diminución de la cantidad de fieles que profesan una religión de manera permanente, nuestro currículo escolar posee dos horas a la semana de clases de religión para los estudiantes chilenos que en muchos casos no suelen ser bien administradas.
Hoy, aquellos colegios que reciben financiamiento del estado y por normativa ministerial, al iniciar el año escolar, deben hacer la consulta a los apoderados si están o no de acuerdo en que su hijo/a asista a clases de religión. Si la decisión es negativa, pasa porque saben que la clase de religión que desarrolla el colegio, puede estar inclinada a aquella que justamente ellos no profesan, y por ende, no querrán someter a sus hijos a un tipo de creencia que para ellos no los representa.
Ahora bien, ¿qué sucede con los estudiantes sin asistir a esta clase? En algunos casos las suelen dedicar a una suerte de ‘reforzamiento’ y/o ‘nivelación’ respecto de otras asignaturas, sin embargo, ¿son conscientes y planificadas dichas acciones?, o simplemente se hace uso de dos horas para un mero ‘relleno’ por personas que quizás no cuentan con las competencias para apoyar a los estudiantes en alguna actividad académica. Por otro lado, están aquellos colegios que declaran desde un inicio, a través de su Proyecto Educativo Institucional (PEI) la realización de una determinada clase de religión y los apoderados son conscientes de ello, aceptando que sus hijos ingresen a esa institución ya que responde con las expectativas ideológicas de la familia.
En este sentido, al no existir un documento curricular y oficial del Ministerio de Educación en cuanto a las clases de religión en Chile, creo relevante que para que muchos estudiantes no se queden sin estas horas de clases a la semana, los establecimientos educacionales hagan el ejercicio de construir un programa de religión que vaya más allá de la imposición de un determinado credo. Por ejemplo, sabemos que hemos ido perdiendo el desarrollo de aquellas actitudes y valores que nos hacen ser mejores personas en la sociedad. Desde aquí que se podrían sostener programas que reemplacen el nombre de la asignatura de ‘religión’ por una que apunte a la transversalidad de acciones formativas que son de responsabilidad de la escuela. No basta con que celebremos el día de ‘la solidaridad’, ‘la sana convivencia’, ‘la vida sana’; si en el fondo estas acciones, no generan un impacto a largo plazo en los alumnos.
Estas dos horas pueden realizarse desde un foco actitudinal que sirva de apoyo para las demás asignaturas y la institución misma. Hay muchos personajes históricos de diversas religiones del mundo, que pueden servir de referente, sin necesariamente declarar una religión en particular. La asignatura de religión, podemos cultivarla como una herramienta para que los padres y apoderados terminen aceptando que sus hijos sí lleven a cabo estas horas a la semana, pero que su esencia estará puesta en el fortalecimiento de aquellos valores y actitudes con sentido de realidad para las futuras vidas de los niños y jóvenes que representan a nuestra identidad nacional.
Profesores/as, no temamos en flexibilizar el currículo de nuestras asignaturas, para ello hemos sido formados en la universidad: para ser capaces de contextualizar lo que enseñamos según la realidad de cada establecimiento y aula de clases donde a diario nos desempeñamos. No olvidemos que la profesión docente es la única que tiene la posibilidad de hacer que los seres humanos vayan más allá de la racionalización; también es necesario el impulso hacia las emociones.
Estimado Carlos me parece un buen planteamiento, solo recordar que la clase de religión apunta principalmente a educar la religiosidad en las personas, en ese sentido se ha perdido el rumbo al querer hacer proselitismo en el aula. Lo interesante sería cambiar el foco y lamentablemente las instituciones de Iglesia insisten en que el profesor de religión es un apóstol y eso es un error, la clase de religión debe permitir que las personas se pregunten sobre lo trascendente, sobre sus relaciones consigo mismo, con los demás y con Dios. En ese sentido cobra significado el cristianismo como un ejemplo de vida pero debe ser un camino anterior a la fe misma, un camino anterior a la catequesis.