No existe mejor referencia para calibrar a un político que la calle

Publicado por Equipo GV 10 Min de lectura

Y es la calle quien remece el pedestal de algunos líderes aterrizándoles con dureza. Es lo que está ocurriendo, aunque ellos no quieran reconocerlo. Esto tiene un final incógnito.  

Por Arturo Alejandro Muñoz
Columnista Granvalparaiso.cl

piñerAprovechando uno de los tantos exabruptos pretendidamente ‘culturales’ explicitados por los asesores de un candidato a la presidencia de la república -específicamente aquel que banalizó a la poesía como arte-  utilizaré unas líneas pertenecientes al poema “Prendimiento de Toñito el Camborio”, escrito por  Federico  García Lorca,  y que según mi menguada óptica cultural le viene ‘al pelo’ a la nota que usted leerá a continuación. Las líneas rezan:

Ni tú eres hijo de nadie

ni legitimo Camborio.

¡Se acabaron los gitanos que iban por el monte solos!

Están los viejos cuchillos tiritando bajo el polvo”.

Hagamos el ejercicio de cambiar a gitanos por políticos y a Toñito el Camborio por los presidentes que ha tenido Chile en su Historia. Tal vez sea posible encontrar similitudes entre esos personajes, aunque con las evidentes distancias que se desglosan de sus respectivas realidades.

¡Se acabaron los gitanos que iban por el monte solos! ¡Se acabaron los mandatarios que caminaban por las calles de Santiago solos! Nuestra historia republicana siempre se ufanó -ante el resto de las naciones del subcontinente- de poder enseñar cómo se estructura un país en democracia, cómo sus más altos personeros públicos pueden deambular tranquilamente por calles y plazas tal cual lo hace el ciudadano común.

Hoy día, ello no es tan estrictamente cierto. Ya no existe un Arturo Alessandri paseando a su perro por calle Estado y enredándose a garabatos y trompadas con el editor de una revista de humor político (Coke, director de ‘Topaze’); tampoco veremos a mandatarios como Aguirre Cerda caminando en solitario a mediodía por la Alameda santiaguina yendo  a un kiosco a comprar una revista; ni veremos al hijo de don Arturo, Jorge, caminando a tranco cansino, por pleno centro de la capital, desde La Moneda a su departamento de calle Phillips en Plaza de Armas; o a un Eduardo Frei Montalva tranqueando a media tarde  desde el palacio de gobierno hacia las oficinas que en ese entonces tenía la Compañía de Teléfonos, en calle Agustinas, para “conversar una tacita de café” con su viejo amigo y camarada Ángel Román, subgerente de Tráfico de aquella empresa.

Es cierto que años más tarde también recorrían calles y plazas mandatarios como Salvador Allende, Patricio Aylwin, Ricardo Lagos y los demás que les siguieron en la tanda electoral, pero ¿solos?, ¿sin guardaespaldas?,,, claro que no.

Del GAP (Grupo de Amigos Personales) que custodiaba –con justa razón, tal como lo constataría luego la cruda realidad- las espaldas del doctor Allende, a las tropas movilizadas que incluían tanquetas de carabineros y francotiradores militares resguardándole el físico a Pinochet, rumbeando después hacia la presencia de los guardaespaldas que han protegido a los mandatarios del duopolio en sus “bajadas al pueblo”, nuestra historia republicana tiene ahora poco de qué ufanarse, pues empata con la de nuestros vecinos, y en algunos casos queda al debe.

En estos asuntos, la dictadura cívica-militar encabezada por Pinochet, pues el temor, el miedo, actuaba como “apoyo silente” al totalitarismo. Quien osaba lanzar una crítica, una pulla o una ofensa en público, corría el riesgo de ser invitado a unas largas vacaciones en uno de los “palacios de la risa” (como el pueblo llamaba a los centros de tortura), o bien, desaparecer para siempre en el extenso océano pacífico.

¿Que nuestros últimos presidentes también han recorrido algunas calles, plazas y barrios durante sus mandatos? Claro que sí; pero nunca solos. Nunca. ¿A qué le temen? Al pueblo. ¿De quién desconfían? De Fuenteovejuna. ¿Qué pretenden, qué desean, qué impetran? Pleitesía total, aplausos, obsecuencia y servilismo activo. Dicen gobernar para y por el pueblo, pero jamás CON el pueblo.

Algunos expertos en estas materias políticas aducen que la actual realidad es producto directo de los efectos provocados por las redes sociales, la globalización y las comunicaciones vertiginosas en manos de cualquier persona. Que ayer resultaba fácil esconder los pecadillos, aseguran esos mismos especialistas, pero hoy es imposible intentarlo siquiera, y ello marcaría la gran diferencia. El argumento es válido, pues ya sabemos cómo viaja una noticia a velocidad cósmica por la red, aunque en varios casos se distorsiona por la exigua o nula objetividad de quien la transmite agregándole harina de su propio costal.

Digamos, entonces, que en las redes sociales hay más opinión que información, lo cual de una u otra forma permite calibrar el peso específico que tienen las autoridades en la aceptación pública. Nadie sale indemne de ello, del juicio público, eso es un hecho de la causa. En política tampoco existen personajes que puedan ser ‘moneditas de oro’, pero hay casos que superan límites y obligan a reflexionar respecto de las virtudes, defectos e incluso de la estabilidad emocional de algunos.

El caso de Sebastián Piñera obliga a detenerse en esta sucinta exposición y darle algunas líneas porque, realmente, es digno de análisis. ¿Habrá existido otro ex presidente que concitara, en gran parte de la sociedad chilena, tanto repudio, ninguneo y burlas como ocurre con el especulador financiero en esta candidatura suya al palacio de La Moneda? No bien pone un pie en la calla, surge la funa. Sube a un microbús de recorrido urbano y tiene que bajar ipso facto de ese vehículo  porque le azotan con críticas y frases hirientes que permean su autocomplacencia. Como nunca ha ocurrido con ningún otro candidato, Piñera ha debido ser apoyado, resguardado, y hasta rescatado de las funas y gritos del popular, por fuerzas especiales de carabineros.

Sin embargo, en el anterior período de campaña (año 2009) él no requirió de “calle” para triunfar y sentarse en el sillón de O’Higgins. Esta vez, año 2017, intentó hacer lo mismo, sin ‘calle’, pero los resultados electorales de la primera vuelta el domingo 19 de noviembre le dieron un palmetazo a su ego y a su confianza, obligándole a salir de sus oficinas y clubes sociales. Le ha ido mal, es verdad, pero ya no tiene tiempo para mejorar registros. En el balotaje se verá si era o no necesaria más ‘calle’.

Cuando iniciamos esta nota nos referimos a presidentes chilenos del ayer, quienes en su calidad de mandatarios, en pleno ejercicio de su cargo, salían a la calle confiadamente, solos, fuese para dirigirse a un lugar cercano, para comprar algo o simplemente para pasear. Hoy, ello no lo pueden hacer ni siquiera quienes son candidatos a la presidencia de la república.

La pregunta obligada: ¿todo esto se debe a que los chilenos, la sociedad civil, hemos cambiado… o a que ellos, los políticos, no quisieron cambiar? No es posible cargarle la responsabilidad sólo a la tecnología y a la globalización; hay un hastío general respecto del corrupto quehacer de nuestros representantes en el legislativo y en el ejecutivo, quienes siguen creyendo que las leyes, las buenas costumbres, la moral y la honradez son asuntos exigibles al resto, nunca a ellos, y que el eje del mundo cruza por sus ombligos.

Volvamos entonces a las líneas del inmortal García Lorca, apuntando con ellas, claro está, a los postulantes al máximo cargo público…y que el sayo vista a quien le venga como anillo al dedo.

Ni tú eres hijo de nadie

ni legitimo Camborio.

¡Se acabaron los gitanos que iban por el monte solos!

Están los viejos cuchillos tiritando bajo el polvo”.

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