La Encuesta Nacional de Salud dejó en evidencia un 74% de la población tiene exceso de peso. No se trata sólo de cambios nutricionales sino que culturales y educacionales. Por eso, es relevante entender la relación entre la bioquímica y la obesidad y cómo se altera la relación entre el hambre y la saciedad.
La obesidad es una enfermedad metabólica e inflamatoria, que afecta a todo el organismo. La forma de enfrentar sus consecuencias o prevenirlas tiene distintas dimensiones, pero esencialmente, uno de los caminos de más largo aliento es el de la educación no sólo nutricional sino también deportiva, además del conocimiento respecto a cómo funciona nuestro cuerpo.
Dentro de esa línea, Álvaro Álvarez, académico de la carrera de Bioquímica de la U. San Sebastián asegura que el enfoque debe ser educacional, porque las personas con obesidad necesitan información de calidad sobre distintos aspectos, como el nutricional, el metabólico o la actividad física, donde, por ejemplo no se le recomienda cualquiera, sino aquella que tenga bajo impacto y buenos resultados.
“Tiene que saber por qué es malo comer en exceso y entender cómo funciona su cuerpo desde el punto de vista bioquímico, es decir su metabolismo energético”, indica el académico.
Álvarez explica que “cuando uno come se liberan moléculas como la leptina que está asociada al tejido adiposo y que actúa a nivel del cerebro, en el hipotálamo aumentando otro grupo de moléculas llamadas melanocortina, que estan relacionadas con el aumento del gasto energético y la restricción alimentaria, lo que se traduce en generar la sensación de saciedad”.
Por eso precisa que “cuando la cantidad de leptina baja, tenemos hambre ya que y se activan otros grupos de moléculas que se llaman orexigénicas, disminuyendo el efecto de las del grupo de anorexigénicos (de ahí viene el término anorexia que es no tener hambre)”.
Cuando existe sobrepeso y obesidad todos estos mecanismos están alterados, rompiendo el balance entre lo que uno come versus lo que necesita, del punto de vista energético.
El académico indica que cuando se ingieren menos alimentos de los requeridos se empieza a adelgazar porque se ocupan las reservas energéticas del organismo, pero si se da la situación inversa, este exceso se puede convertir en grasa y almacenarse en el tejido adiposo.
Álvarez agrega que esto es porque “evolutivamente estamos orientados al almacenamiento ya que tenemos los mismos genes desde épocas antiguas cuando la comida era escasa”.
Si a eso le sumamos que tenemos una dieta exagerada en calorías y estamos haciendo poca actividad física, se obtiene esta tendencia al sobrepeso y la obesidad.
El académico USS dice que los resultados de la Encuesta Nacional de Salud “son impactantes, porque subió casi un 50% la obesidad mórbida y además estamos hablando de que tres cuartos del país está al menos con sobrepeso”.
La culpa no es de los genes
Respecto a las causas de esta tendencia creciente al aumento de peso de la población, el docente sostiene que “si uno considera la genética, su responsabilidad en el sobrepeso u obesidad no pasa de un 5 a 7 por ciento y el resto tiene que ver con una mala alimentación y el desbalance en el gasto de energía”.
En ese sentido, Álvarez afirma que hay factores que contribuyen al alza del sobrepeso y cita como ejemplo lo que ocurre con los alimentos que contienen azúcar y grasa. “Son adictivos porque causan placer y su consumo equivale a lo que ocurre con el alcohol, los cigarrillos y drogas porque estimulan a nivel neuronal las vías de recompensa, es decir causan placer”, indica el académico.
Plantea que hay otro concepto a considerar que es la epigenética y que tiene que ver cómo el ambiente externo influye sobre la expresión de los genes
“Las personas que tienden a aumentar su consumo de alimentos, favorecen los mecanismos epigenéticos que apagan los genes que nos protegen. O sea no expresamos los genes de saciedad y mantenemos los que nos inducen a comer”, dice el docente.
Asimismo, pone como ejemplo lo que pasa con las madres que tienen sobrepeso y obesidad, las que epigenéticamente aumentan las “probabilidades de que sus hijos tengan predisposición a enfermedades metabólicas como la obesidad o la diabetes mellitus y a cualquier otro tipo de trastorno metabólico”.
Por eso señala que “todos nacemos con una carga ambiental y heredada, pero que se puede modificar porque no es una condena”. La idea es romper ese círculo vicioso, pero para ello se requiere de cambios culturales y educacionales.
El docente añade que el caso de una persona con sobrepeso u obesidad se debe considerar también lo que se conoce como lipotoxicidad.
“Cuando se acumulan muchos lípidos se incrementan los ácidos grasos libres que generan daños en las células beta pancreáticas y pueden predisponer a las personas con exceso de lípidos a tener Diabetes Mellitus”, afirma el académico.
Además, plantea que la inflamación constante y el daño oxidativo que puede producirse por acumulación de grasas puede provocar “daño hepático, cardiaco y cerebral e incluso disfunción sexual, entre otras alteraciones funcionales de consecuencias graves para la salud humana”.