Por Sergio M. Urrutia
Académico Facultad de Economía y Negocios, U. Central
Un informe reciente de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) apunta a la corrupción como aceleradora de populismos, nacionalismo y proteccionismo en el mundo. Algunos de estos movimientos nacieron y se desarrollaron entre los siglos XVI y XVIII, bajo el concepto de ‘mercantilismo’, donde el Estado intervenía en la economía, protegía la industria nacional imponiendo altos aranceles a los productos importados, generando balanzas comerciales favorables con el objetivo de aumentar sus reservas de oro y plata.
Sin embargo en pleno siglo XXI, la tónica ha sido el intercambio libre de bienes y servicios amparados por grandes acuerdos comerciales entre la mayoría de los países, acuñando el concepto de ‘globalización’.
En medio de este andar surge el germen de la corrupción, que se cultiva en un ambiente ideal para cuestionar las bases democráticas que rigen a los países. De hecho, el aludido informe dice que sólo el 42% de los ciudadanos de los países de la OCDE confía en sus gobiernos nacionales y apenas la mitad dijo confiar en las empresas.
En resumen, el nacionalismo se hace presente en Europa; el proteccionismo parece encarnarlo Estados Unidos inspirado por un Donald Trump, que pasa por encima de todos los tratados de manera de proteger la industria nacional en desmedro de sus socios comerciales; y el populismo radica en América Latina, con gobiernos que buscan perpetuarse entregando subsidios y regalías.
Como dijo el filósofo español, José Antonio Marina ‘La globalización está provocando un obsesivo afán de identidad, que va a provocar muchos enfrentamientos. Nuestras cabezas se mundializan, pero nuestros corazones se localizan’.