Por Carlos Guajardo
Académico Facultad de Educación, U.Central
Muchos de nosotros recibimos una escolaridad básica y media en que el predominio por el género estaba marcado, porque los hombres eran capaces de destacarse por asignaturas como matemática, ciencias, tecnología (técnico manual para muchos) y educación física; mientras que las mujeres eran quienes tenían buena caligrafía y ortografía, buen comportamiento en el aula, excelentes calificaciones en asignaturas como artes, historia, lenguaje, entre otros. Lo contradictorio, es que el mismo sistema escolar, era quien generaba y sigue generando (en algunos casos) esta suerte de estigmatización que en pleno siglo XXI está fuera de foco. ¿es viable pensar que los hombres son mejores que las mujeres o viceversa?
Quién más que la educación escolar es la instancia para desmitificar esta mala práctica que lo único que intenciona en nuestra sociedad, es un ‘machismo’ o ‘feminismo’ que podría estar muy marcado por esta lógica en que hombres y mujeres tienen distintos derechos, lo cual nos hace retroceder enormemente como país.
Es a través de este ‘saber ser’ que donde la comunidad educativa puede intencionar en los niños/as la adquisición de derechos que tiene el ser humano independiente de su género. Un ejemplo de aquello es trabajar estos temas de manera transversal, por medio de áreas como la convivencia escolar, asignaturas de orientación y por medio de proyectos curriculares interdisciplinarios donde los estudiantes logren identificar: el respeto, los derechos y acciones que pueden desarrollar como ser humano, éste sea hombre o mujer.
Es grato escuchar que ciertos establecimientos educacionales, han ‘abierto sus puertas’ a la formación de niños y jóvenes a partir de una modalidad mixta; donde se rompe con el paradigma de la diferenciación entre ‘dama y varón’. Esto demuestra que la sociedad convive en su conjunto y no desde la singularidad de individuos disimiles entre sí. A su vez, se marca un inicio para los estudiantes respecto de que el futuro profesional y/o laboral se verá envuelto por la combinación de ideas, experiencias, estructuras y relaciones entre mujeres y hombres de forma recíproca, y no donde es el ‘hombre’ quien lleva la delantera y la ‘mujer’ la que acepta las condiciones que conllevan a una cierta decisión.
En definitiva, una educación que no diferencia por género, apela también a un trabajo pedagógico en que la opinión de hombres y mujeres es valorada; donde la puerta de la sala de clases la puede abrir la dama al varón; donde la fila para formarse puede estar mezclada; donde el almuerzo se puede compartir de forma igualitaria y donde el diseño y la participación de actividades curriculares como extracurriculares, está determinada de tal forma en que hombres y mujeres pueden participar sin diferencia alguna. Frente a toda esta tarea que se conlleva desde la educación formal, también es crucial el cambio de mirada que poseen los padres y apoderados, de lo contrario, el esfuerzo que se genera desde la escuela no tendrá una efectividad real para el estudiante que se inicia en su preparación para la vida.