Un cristiano puede indignarse ante el asesinato a palos de una aseadora, pero no debiera nunca justificar la violación de la dignidad de los hechores
Por Raúl Gutiérrez V., periodista retirado* – Junio de 2018
SE HA DICHO de Margarita Ancacoy, acaso para acrecentar su importancia social, que era una funcionaria de la Universidad de Chile; en rigor era una aseadora que debía levantarse al alba para llegar todavía de noche a su lugar de trabajo. Atacarla en patota a golpes de palo hasta dejarla agónica para robarle su celular explica la conmoción que este caso ha suscitado.
Buena parte de la opinión pública ha encontrado en la circunstancia de que los asesinos sean ecuatorianos una excusa para dar rienda suelta a su animadversión contra los inmigrantes de piel morena. Al punto de justificar solapada o abiertamente las torturas que otros presos infligieron a algunos de estos criminales en la Penitenciaría, donde esperan ser juzgados.
LA LEY DE TALION
“Ojo por ojo, diente por diente” ha sido durante siglos la consigna que por los siglos de los siglos han promovido los cristianos, basándose en normas judiciales que estipula el Exodo, el segundo libro de la Biblia. Aunque la norma parece cavernaria significó imponer un freno a los excesos que podían cometer los familiares de las víctimas. Si violaban a tu hija, tenías derecho a hacer otro tanto con una, pero no con todas las hijas del agresor.
Cuesta entender que por tanto tiempo se haya ignorado la categórica abolición de la Ley de Talión por parte del propio Jesús: “Oísteis que fue dicho ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, ofrécele también la otra”. El texto es del Evangelio de Mateo, en el capítulo sobre las Bienaventuranzas. “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen. De esta forma seréis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir el sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos”.
Son enseñanzas que han servido de base para la reflexión y el quehacer de grandes exponentes de la no violencia activa contra la injusticia, entre ellos, en épocas recientes, el Mahatma Gandhi, Martin Lutero King y Nelson Mandela.
NO NOS DEJES CAER
Grande es la tentación de tomar venganza rápida sobre los criminales que segaron la vida de la aseadora. O de exigir el restablecimiento urgente de la pena de muerte. Pero los cristianos pedimos cada vez que rezamos el Padrenuestro que el Señor no nos deje caer en la tentación y que perdone nuestros pecados.
Por siglos ignoramos una enseñanza evangélica que significaba el rechazo de la pena de muerte. La propia Iglesia mandó a la hoguera a una gran cantidad de supuestos herejes o pecadores. Hay tantos motivos para pedir perdón.
Apenas en décadas recientes la Iglesia Católica asumió una postura condenatoria de la pena de muerte. Desgraciadamente muchas iglesias evangélicas, de esas que toman al pie de la letra ciertos pasajes bíblicos, continúan apoyando la eliminación física de los delincuentes acusados de delitos graves.
Ignoran en forma deliberada el trato que Dios mismo (Yaveh) dispensó a Caín. Movido por la envidia, una fuerza negativa que tiene muchos seguidores y que pasa inadvertida, este hijo de Adán y Eva acababa de asesinar nada menos que a su hermano Abel. Cuando Yaveh le pregunta por la víctima responde con descortesía: “¿Acaso soy guarda de mi hermano?
Yaveh lo maldice: “¿Qué has hecho? La sangre de tu hermano clama desde el suelo. … Vagarás eternamente sobre la tierra”. El condenado se atreve a implorar por su vida. “Cualquiera que me encuentre se sentirá autorizado a matarme”. Categórica respuesta de Yaveh: “’No será así; si alguien mata a Caín, será vengado siete veces”. Y Dios puso una marca en Caín para que quienquiera que se encontrase con él no lo matara.
La sociedad tiene derecho a encerrar a los delincuentes, ojalá para que se rehabiliten y sobre todo para conjurar el peligro que ellos representan para los demás. Pero ni el Estado ni los ciudadanos. Menos los cristianos, tienen derecho a ejecutarlos ni a propinarles un trato incompatible con la dignidad humana. No solo porque es ineficaz para contener la delincuencia sino porque erosiona la conciencia moral colectiva que el propio cristianismo ha contribuido a forjar.
Podemos los creyentes exigir que los asesinos ecuatorianos de la modesta aseadora permanezcan tras las rejas por el resto de sus vidas y que trabajen para que solventen una indemnización a los familiares de la víctima. Pero nunca debemos los cristianos olvidar que incluso los peores delincuentes son portadores de la marca de Caín.
* Aunque el autor es miembro de la Iglesia Luterana en Valparaíso sus opiniones revisten un carácter estrictamente personal