Por Wilson Tapia Villalobos
Las olas avanzan y retroceden. Y eso, que se ve tan claro en el mar, pareciera darse en todo orden de cosas. La política no es excepción. Pero no es la influencia de la Luna o el Sol lo que determina el movimiento de sus aguas. Es el sentir de los ciudadanos respecto de quienes ellos eligieron para representarlos.
El triunfo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), en México, representaría la bajamar del océano político latinoamericano. En los últimos años habíamos vivido una pleamar con gobernantes de derecha que llegaron a encabezar gobiernos en Perú, Argentina, Paraguay, Colombia, Panamá, Guatemala, Honduras, Costa Rica, Chile. ¿Qué puede significar esto? Posiblemente nada muy sorprendente a nivel regional. Pero en el estamento local, las exigencias para AMLO son significativas. Pese a ser la segunda economía del continente, México exhibe un vergonzante 43,6% de pobreza; es uno de los países más violentos del mundo, y la corrupción se anida en los estamentos estatales.
Estas condiciones seguramente llevaron los electores a utilizar la única herramienta que permite a la ciudadanía manifestar su descontento, su hastío, su temor. Es la primera vez, en la historia mexicana reciente, que un candidato presidencial logra tal cantidad de preferencias. AMLO fue electo con el 53,17% de los votos emitidos. En una elección que ha sido de las más concurridas que se tenga memoria: votó el 61% de los inscritos.
Gran admirador de Salvador Allende, López Obrador es definido como un personaje pragmático. Su equipo ya ha anunciado medidas que intentarán disminuir la pobreza. Entre ellas, algunas que afectarán especialmente a la zona fronteriza con los Estados Unidos. Ciudades como Tijuana, Mexicali, Ciudad Juárez y Reynosa, tendrán un trato diferenciado. Es la forma en que la nueva administración intentará hacer realidad el deseo del presidente electo de que “los mexicanos vivan y sean felices en su país”. Y si finalmente emigran, que lo hagan por una decisión personal que no esté determinada por circunstancias económicas.
Su pragmatismo también ha quedado de manifiesto en la relación con los empresarios, con quienes ha tenido diferencias agudas. Recientemente sostuvo una reunión con el Consejo Coordinador Empresarial (CCE), organismo que reúne a los empresarios más poderosos del país. Allí se comprometió a respetar la inversión privada y a “trabajar de común acuerdo”.
Otra incógnita que se ha develado, al menos en el plano de las promesas, es la relación con el que será su colega y vecino: Donald Trump. Este último, un novel político que aprovecha el pragmatismo de su formación comercial, se apresuró a llamarlo para felicitarlo por su elección. Y lo hizo antes de que se conocieran los resultados oficiales. AMLO, por su parte, ha dicho que con EEUU mantendrá una relación mutuamente satisfactoria. Aunque cuando se le preguntó por la definición ideológica que le impondría a su gobierno, dijo que no sería ni la de Trump ni la de Maduro.
El que López Obrador haya alcanzado la presidencia de México, no molesta sólo a la derecha de su país, también incomoda a los conservadores del continente. Mario Vargas Llosa dijo, mientras se desarrollaba la campaña presidencial, que un triunfo de AMLO sería un desastre para México, aunque no una catástrofe como la de Venezuela. Sin embargo, el paso del presidente electo por la jefatura del Gobierno del Distrito Federal, estuvo lejos de ser un desastre. Por el contrario, se la recuerda como encabezando una administración ordenada y que dejó múltiples beneficios para la capital mexicana.
Posiblemente, el triunfo de Manuel López Obrador significará un hito en la política local. Y, para la izquierda latinoamericana, será un nuevo empuje, pero estará lejos de resolver las dificultades que esa línea ideológica enfrenta. AMLO alcanzó su objetivo en un tercer intento. En los dos anteriores logró una votación entre el 35% y el 31% de los sufragios. La diferencia que marcó con sus contendores en la tercera postulación, habla claramente de un cambio en la disposición del electorado. Y no de una propuesta ideológica arrolladora. Simplemente, los mexicanos creyeron que era necesario intentar nuevas fórmulas que pongan fin al momento dramático que vive su sociedad. Y eso estaba lejos del conservadurismo que había llevado a su país a la situación actual.
Pero de allí pueden surgir nuevas enseñanzas. Y si se resuelven los problemas más acuciantes de violencia, corrupción, y la distribución de la riqueza se hace menos abusiva, posiblemente la izquierda tendrá un referente más claro en que mirarse. Algo más definido que un afán de centrismo que concluye sin perspectivas, como ha ocurrido en Chile.