La verdad histórica es una sola

Publicado por Equipo GV 8 Min de lectura

Por Alejandro Lavquén

 

golpechileNicolás Ibañez Scott, presidente del Directorio Fundación para El Progreso, publicó, en El Mercurio, una columna en defensa del renunciado ministro de Cultura, Mauricio Rojas. La renuncia se debió al rechazo mayoritario, por parte de la ciudadanía, de los dichos despectivos que formuló Rojas sobre el Museo de la Memoria, entidad que recuerda las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura cívico-militar encabezada por Pinochet.

 

Ibañez, en su defensa del ex ministro, utiliza los mismos argumentos que desde el golpe de Estado de 1973 viene arguyendo la derecha para justificar la ignominia, mintiendo y distorsionando la realidad de los sucesos históricos en relación al gobierno de la Unidad Popular. Su acusación principal es que hubo partidos y grupos que promovieron la violencia y la destrucción de nuestro Estado republicano desde los años sesenta. Es decir, todos somos culpables del golpe goriloide y de lo que vino después. Se trata del mismo discurso, ajeno a la realidad de los hechos que han venido sosteniendo, majaderamente, pinochetistas con tribuna pública como Hermógenes Pérez de Arce, Gonzalo Rojas, Teresa Marinovic, Raúl Hasbún, Pablo Rodríguez Grez, Sergio Melnick y un largo etcétera de mentirosos.

 

Ibañez, en su delirio, se manda esta frase: “…la salida de Mauricio Rojas es una señal clara de que la intolerancia dictatorial y los afanes hegemónicos aún persisten en Chile y se encuentran radicados en un área particularmente sensible, como es la cultura”. Es decir, ve la paja en el ojo ajeno. Pretendiendo traspasar a otros “la intolerancia dictatorial” que él y la derecha han defendido durante 45 años. Lo mismo pretende hacer con los “afanes hegemónicos” que la derecha ha ejercido desde que se apoderó del país, a sangre y fuego, el 11 de septiembre de 1973. “El ladrón detrás del juez”.

 

Otros personajes también han seguido el camino de Ibañez, la historiadora Lucía Santa Cruz afirma que: “es imperativo tener una comprensión profunda de los contextos y las causas, y no se puede renunciar al deber intelectual que se nutre no solo de la memoria, sino de la historia. Quienes no quieren asumir la responsabilidad de haber promovido la violencia y la revolución pretenden sofocar un debate al respecto, argumentando que cualquier intento por analizar ese período equivaldría a una justificación de lo ocurrido”. Pues bien, este argumento, prácticamente símil del anterior, y que pretende un ejercicio intelectual “objetivo” y “justo” de nuestra la historia, no es más que otra triquiñuela que busca un empate conciliatorio donde nunca podrá haberlo. Nunca.

 

Es cierto que en los años sesenta surgieron agrupaciones políticas que promovían derrocar el Estado burgués, pero no porque les gustara la violencia, sino para defenderse de la violencia ejercida por el Estado contra el pueblo desde que la oligarquía, tras la batalla de Lircay, en 1830, se apoderó sin contrapesos del país, provocando masacres de trabajadores y pueblos originarios durante casi doscientos años. Crímenes totalmente documentados e indesmentibles. En 1851 Francisco Bilbao y los igualitarios también se levantaron en armas contra el opresor, y luego vinieron otros intentos, por lo tanto aquello de llamar a una revolución contra quienes roban y saquean desde el Estado o al amparo del Estado, es totalmente legítimo. Es un acto de defensa propia. El país es de todos, no de un grupo de privilegiados dedicados a abusar de los demás. Eso es lo que quiso cambiar Salvador Allende desde el propio Estado burgués, implementando las 40 medidas por las cuales votó el pueblo que lo eligió presidente. Pero la derecha empresarial, industrial y latifundista jamás lo permitiría, y aliados con el gobierno de Estados Unidos y la Cía, promovieron la escasez de alimentos, el mercado negro y el terror, culpando de ello a la Unidad Popular gracias a la hegemonía que tenían sobre los medios de comunicación y el dinero que Nixon les enviaba desde USA para pagar a los acaparadores de alimentos. Esa es la única verdad histórica. Punto. Allende no fue culpable de nada, y menos el MIR o el PS (que hoy no es ni la sombra de lo que fue).

 

Por su parte, Gonzalo Rojas (historiador), en un malabarismo lingüístico, argumenta que al Museo de la Memoria le falta “el texto”, no “el contexto”: “El texto es lo dicho y hecho por todos y cada uno de los actores políticos en el Chile de 1964 en adelante. Todos, todos. Por eso, suprimir a algunos del texto, eliminar sus palabras y su actuación, es engañar, distorsionar, pervertir”. Agregando que “si no forma parte del texto la organización comunista de la resistencia armada al gobierno militar, el texto es una mentira burda, porque no por decir tres verdades queda justificado el omitir otras cuatro”. Otra vez “el ladrón detrás del juez”.

 

Aquí me parece importante aclarar algo. La organización a la que se refiere Rojas obviamente es el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), a la que además siempre ha tildado de terrorista. Sobre esto lo siguiente: El 11 de septiembre ocurrió un Asalto a mano armada, acción ilegítima ejecutada por el ejércitoy las fuerzas armadas contra el pueblo soberano y un gobierno que pretendía acabar con el abuso contra los trabajadores. Entonces, surge la  Defensa propia o Legítima defensa, que no es otra cosa que la respuesta armada, llevada a cabo por los sectores más conscientes y organizados del pueblo, para intentar defenderse de los asaltantes uniformados que asesinaban, violaban, torturaban, degollaban, quemaban y desaparecían personas, siempre respaldados por la derecha. Por lo tanto, el FPMR fue un ejemplo de cómo un sector del pueblo se organiza para ejercer la Legítima defensa. Tan simple como eso. Los únicos terroristas y criminales han sido las FF.AA. Los hechos históricos son contundentes.

 

Finalmente, unas palabras por el pretendido Museo de la Democracia

 

La derecha, a través de su vocero de turno, Sebastián Piñera, impulsa un “Museo de la Democracia”. La pregunta es ¿De qué democracia? ¿La de los ricos?, porque el pueblo jamás ha vivido una democracia real. Jamás ha existido en Chile un “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, que es lo que define a una democracia. Allende lo intentó, pero fue derrocado por el fascismo. Además, hoy surge otra pregunta clave ¿Puede existir democracia en un país donde hay niños durmiendo en la calle y mueren personas esperando atención médica mientras el presidente de la Nación es un multimillonario y especulador de la Bolsa? Los miles de millones de los ricos chilenos tienen un solo origen: los miles de litros de sangre derramada por los pobres desde el asesinato de Manuel Rodríguez a la fecha.

 

¡Ni perdón ni olvido, justicia!

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