La derrota del PT brasileño y el éxito electoral del neofascismo es un severo cobro de factura a la centroizquierda del subcontinente por sus corrupciones, deshonestidades y traiciones a sus propias raíces y promesas.
Por Arturo Alejandro Muñoz
Columnista Granvalparaiso.cl
Preocupa la exaltada alegría de algunos políticos chilenos ante el triunfo del neofascista Jair Bolsonaro en Brasil, pues este recién electo mandatario ha prometido (entre otras barbaridades, retirar a Brasil de la ONU es una de ellas), cuestiones tan antidemocráticas como las siguientes:
<<el restablecimiento de la tortura en los interrogatorios efectuados por la policía;
la exaltación del período de dictadura; prisión o exilio para los opositores políticos; la apertura de la Amazonia (incluyendo los territorios de las comunidades indígenas), la libre explotación de sus riquezas y sin ninguna preocupación por el daño medioambiental a la gran reserva de la humanidad. Abolición del Congreso y del Tribunal Supremo en caso de oposición a su gobierno; la restauración de un orden conservador donde no habrá espacio para las “castas subordinadas de negros e indígenas”; un estado conservador en el cual el feminismo y los homosexuales no están permitidos>>
¿Cómo puede un país civilizado llegar a situaciones como esta? Ignacio Cáceres, profesor de Historia y Magister en Historia y Memoria, escribió en su cuenta de tuiter: “La paradoja brasileña: elegir a un fascista de verdad, creyendo que es de mentira, por miedo a un comunismo de mentira que creen que es de verdad”. Ocurrió en Brasil y, aunque usted no lo crea, está ocurriendo en Chile.
El reciente triunfo de Bolsonaro debe dejar claro a nuestra centroizquierda chilena que los pueblos ya no aceptan –ni permiten- más corrupciones, delincuencia y traiciones… por ello eligen finalmente a fascistas y fanáticos nacionalistas. Oscurece en Latinoamérica, pero la principal responsabilidad recae en aquellas tiendas y coaliciones centroizquierdistas que han gobernado en los países de la región, como es el caso de la Nueva Mayoría en Chile.
El electorado se hartó de soportar la misma canción con los mismos aditamentos corruptos durante varios gobiernos ‘progresistas’. Ese electorado parece decir hoy “No más de los mismos… no más de aquellos que llevan tres o cuatro lustros en los curules del Congreso, en las sillones de los ministerios y en las oficinas de intendencias y gobernaciones. De esos… ¡¡no más!!”.
Tal reacción se ajusta a lo sucedido en las últimas dos décadas en nuestro país, pues, ¿quiénes serían los responsables principales si acá el gobierno también cayese en manos de ultranacionalistas y neofascistas, como acaeció en Brasil? Obviamente, esto hace referencia a las tiendas políticas que conformaban la Concertación y, después, la Nueva Mayoría. En ellas habitaron –y habitan todavía- los dirigentes que decidieron mentirle a sus bases y al electorado, traicionar las raíces de sus partidos, sumarse a la corruptela propia del neoliberalismo salvaje y asociarse, políticamente, con quienes aplaudieron y prohijaron la degollina de derechos tan fundamentales como el de la educación, la salud y la previsión social, amén de administrar cual eficientes mayordomos las profundas desigualdades paridas por el sistema impuesto por la dictadura cívico-militar.
Los nombres de los responsables de tamañas maldades son ampliamente conocidos, aunque es posible que usted, amable lector, exija leerlos en esta nota. Si así es, bueno, he aquí algunos de los principales: Patricio Aylwin, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, Ricardo Lagos Escobar, Michelle Bachelet, Sergio Bitar, Carlos Ominami, José Pablo Arellano, René Cortázar, Gutenberg Martínez, Soledad Alvear, Camilo Escalona, Sebastián Eyzaguirre, Andrés Velasco, Jorge Burgos, Andrés Zaldívar, Felipe Harboe, Karen Poniachik, Mariana Aylwin, y un largo listado de senadores y diputados de las tiendas centroizquierdistas y socialdemócratas conocidas con las siglas PS, PDC, PRSD y PPD, los cuales todavía calientan asientos en el Congreso Nacional.
Todos ellos olvidaron completamente al pueblo vencedor del Plebiscito de 1988, y optaron por ‘renovarse’ a tal extremo que pronto se confundieron con aquellos que alguna vez consideraron enemigos. En ese tránsito –que hicieron en exclusivo beneficio personal- borraron con el codo lo que habían escrito (durante décadas) con propia mano, como ocurrió con la ley de pesca, los yacimientos de minerales (cobre y litio), las carreteras, el bordemar, los bosques, las termoeléctricas, los escándalos de corrupción con SQM, PENTA, CAVAL, INVERLINK; los amarres constitucionales y los apoyos indebidos a las AFP’s (¿no es así, señor Lagos Escobar?), los maquillajes inaceptables a documentos oficiales como la CASEN (en beneficio exclusivo de “la inversión” de capitales extranjeros), los vergonzosos reajustes de sueldos y salarios, el aumento de la brecha económica ya disparada, el CAE y la bofetadas al mundo estudiantil, etc., etc.
¿Será necesario seguir exponiendo la interminable lista de acciones que los ‘progresistas’ ejecutaron en beneficio del mantenimiento del sistema económico salvaje que heredaron de la dictadura?
Finalmente, entregaron sus banderas dejándolas en manos de la derecha económica y de la derecha dura, las cuales encontraron vía ancha y despejada para manipular informaciones, adornar promesas y mostrarse ante el electorado como una fuerza “menos corrupta” que aquella de los progresistas.
Para esos efectos la derecha usó lo que siempre utiliza llegado el momento: una prensa canalla que le pertenece, en especial la televisión abierta, verdadera acequia de mentiras y tergiversaciones, y lanzó a decenas de ‘bots’ para inundar las redes sociales con noticias falsas (fake newes) que procuraban sembrar el temor entre los cibernautas recordándoles Venezuela, Cuba y Corea del Norte… pero escondiendo lo que realmente ocurre en Colombia, Honduras, Argentina o México.
En resumen, si bien es cierto que los responsables de la llegada del totalitarismo a un gobierno, por la vía electoral, somos todos los ciudadanos, no es menos cierto que la culpa principal se encuentra en aquellos dirigentes políticos que diciéndose demócratas y antifascistas gobernaron precisamente en beneficio de los adversarios y en detrimento ostensible de la sociedad civil.
Es a esos responsables los que la gente ya no quiere ver apoltronados una vez más en las oficinas y dependencias de los poderes ejecutivo y legislativo. Sin embargo, son estos mismos individuos los que hoy se alarman por el triunfo de la ultraderecha y llaman al pueblo a “cerrar filas” para luchar contra ella.
Es cierto, hay que cerrar filas y luchar democráticamente contra el neofascismo y el ultranacionalismo, pero en esta nueva embestida popular los políticos de siempre ya no son necesarios, no deben estar, hay que ponerles una alfombra de cualquier color y dejarles paso franco hacia el retiro de las actividades públicas, pues aquí y ahora no solamente han dejado de ser necesarios, ya que de verdad son una molestia, una traba… un peligroso estorbo.
¿Y qué pueden hacer ellos entonces? Ir a llorar a la FIFA… es lo que se les recomienda.