Por Sebastian Rojas Aranda,
Coordinador de Vida Estudiantil en importante Universidad
Los tiempos pasan, las generaciones sufren metamorfosis que las identifican y diferencian con respecto a las otras, las exigencias sociales se transforman, pero las tareas y responsabilidades con el colectivo siguen siendo las mismas: sea cual sea la generación y las tendencias que prevalecen en el colectivo social existen variadas acciones que cumplir las cuales dan sustento a diferentes facetas de la vida cotidiana. Ya sea por necesidad personal, o por requerimiento de nuestro entorno, los individuos están constantemente vinculados a efectuar roles y funciones que cicatrizan los déficits o que dan vitalidad al correcto desarrollo de nuestra rutina diaria: imponemos el orden y funcionamiento estructural de nuestra sociedad en cada tarea diaria que realizamos, asistimos y actuamos frente a eventos de emergencia ocurrentes en nuestra sociedad, somos agente de cambio frente instancias democráticas (sea cual sea su nivel), somos parientes o amigos de alguien, somos compañeros de trabajo o estudio de alguien, etc.
Dentro de esta misma faceta el involucramiento social y la capacidad de intervención que tienen los individuos juega un papel protagónico sobre nuestra capacidad plural de alcanzar niveles de desarrollo mayor en los diferentes estadios de nuestra sociedad: no se puede construir una sociedad incluyente y empoderada ampliando el bienestar de “unos” dando vista gorda a los problemas de los “otros”, no se pueden justificar las condiciones de vida de “unos” a diferencia de los “otros” por la procedencia que tienen los individuos, no se puede emplazar la responsabilidad y conducción de nuestra sociedad a “otros” desligando la responsabilidad y participación que tienen los propios individuos, sea cual sea el escenario que se plantea, la ruta de avance y desarrollo que tiene la sociedad está ampliamente influida por la capacidad de empatía y empoderamiento que tienen los “unos” sobre los “otros”.
A pesar de esto la sociedad chilena, estimulada por todos los eventos globales y locales, plantea un perfil presente un tanto dual ante las disposiciones y responsabilidades que esta debe replicar con todo el colectivo:
- Según el CENSO del 2017, 5.363.386 individuos de nuestra población pertenecen a la generación “Millennials”, según la literatura social este segmento se define con características individualistas, egocentristas y ampliamente frontales.
- Según la organización Chile Psicólogos, un 60% de la fuerza laboral chilena presenta o ha presentado dolencias psíquicas relacionadas al clima laboral, competitividad entre pares, sobrecarga laboral y falta de tiempo personal.
- Según el último sondeo realizado por INJUV (2018) a más de 1.112 jóvenes de todo el país, respecto a la temática de “voluntariado”, se arrojó que el 84.66% no tiene intenciones de realizar un voluntariado en nuestro país.
Sin lugar a dudas existe un clima de “desafección” en diferentes aspectos de la vida social de nuestra presente generación, ya sea por las exigencias requeridas por el mundo formativo – laboral o por el desinterés presentado por los jóvenes de hoy, la posibilidad de sustentar una acción colectiva responsable que actué frente aspectos de necesidad o convicción (ante la acción del “voluntariado”) se ve cada día obstaculizado, vertiendo las posibilidades de generar instancias de acción social veraces y eficaces.
Entonces, planteado este escenario ¿Cómo será posible que los jóvenes de hoy puedan realizar acciones voluntarias, manteniendo en cuenta el perfil existente y las exigencias percibidas que son vinculantes con el resto de tareas que estos tienen en su rutina diaria?
Frente al portento que se genera entorno al empoderamiento de nuestra juventud se debe mantener una panorámica clara y objetiva sobre los diferentes actores que participan en la dinámica social: “la culpa no la tienen los jóvenes, frente esta actitud omnisciente son las instituciones las que deben renovar sus códigos, reacomodar sus canales de comunicación, replantear aspectos valóricos hacia su componente humano y plantear escenarios en los cuales los jóvenes sientan el protagonismo de su rol”. Las instituciones deben procurar evitar apaciguar su capacidad de entendimiento con el resto de la sociedad, en ellas se debe ver una habilidad receptiva para procesar todas las tendencias y transformaciones que se van reproduciendo en nuestra población, proyectando un respaldo hacia la pluralidad que permita empoderar a todos los individuos sin que se produzca una discordancia social.
Es en este planteamiento que el factor del voluntariado se debe entender de manera consolidada como una instancia en la cual los sujetos se reúnen bajo su libre albedrío para actuar en conjunto a su par de manera convicta o necesaria frente a instancias que necesitan de una contribución desinteresada, pero del mismo modo se debe entender que, desde quien ejecuta dicha acción, existe un pensamiento híbrido del cual su iniciativa puede estar impulsada por intereses espirituales como racionalistas, buscando alcanzar alguna utilidad práctica para sí mismo. Es ahí en donde las instituciones deben armonizar ambos conceptos adaptando el objetivo del voluntariado hacia las condiciones existentes en el perfil generacional que hegemoniza nuestra sociedad en el presente.
Es por todo esto que el voluntariado debe buscar en nuestros estudiantes ejecutar una entrega hacia nuestra sociedad, satisfaciendo parte de las problemáticas existentes en el colectivo humano, pero a su vez que sea un acercamiento empírico de ellos al panorama de la “realidad”. Hacer entender al estudiante que dentro del voluntariado su acción y desenvolvimiento tendrá una reutilización en su futuro campo laboral, en donde las mismas enseñanzas obtenidas serán utilizadas otra vez pero como profesionales activos dentro de una comunidad, significa motivar al estudiantado a participar de diferentes instancias ocupando sus intereses individuales pero reforzando los resultados colectivos que se tendrán hoy y en un futuro escenario.
Dicha armonización y adaptación logra igualar el lenguaje e interés de las instituciones con el interés de nuestra presente generación, enmarcando conceptos vitales para su formación profesional y una creciente contribución que significa aportar y facilitar aspectos en calidad de vida a pares que no cuentan con el apoyo de redes o recursos dentro de nuestra comunidad. Esta situación abre la posibilidad de realzar una beneficencia recíproca entre todas las partes involucradas:
- Se logra instaurar un amplio espíritu social dentro de nuestros estudiantes los cuales buscan adquirir experiencia formativa y facilitadora hacia los grupos con los que se trata continuamente.
- La población beneficiaria recibe ayuda concreta ante diferentes situaciones coyunturales lo que significa un avance frente a las peripecias que acoge su realidad.
- Tanto estudiantes como agentes externos ven en las instituciones una integridad dentro de las acciones que se realizan gracias al desenvolvimiento dentro de la practica habitual.
Ante tales menciones las instituciones deben asentar las bases necesarias para mecanizar y articular las acciones voluntarias, canalizando de manera objetiva las herramientas e insumos a utilizar, los cuales dan pie a una intervención integra – educativa y cooperativista entre la comunidad estudiantil y la población circundante, facilitando así el trabajo y la entrega que se ha ejecutara paulatinamente