Por Bernardo Araya
Director Pedagogía en Educación Física, U.Central
Los profesionales de la Educación Física, entendemos la complejidad que tiene establecer un currículum nacional que defina con propiedad cuáles serán las necesidades de aprendizaje de los chilenos y chilenas del siglo XXI.
Sin embargo, la resolución anunciada por el Consejo Nacional de Educación, debe hacerse cargo de la cohesión social e integración cultural que aspira todo proceso educativo formal y ha de responder a las necesidades, motivaciones e intereses de los jóvenes que cursan 3° y 4° año medio.
Entendiendo que la escuela es un espacio de producción y reflexión de experiencias que permiten el desarrollo de una ciudadanía plena, la Educación Física contribuye a la formación de personas comprometidas con los valores y modelos democráticos de la sociedad. En este sentido, hace más de un siglo que la Educación Física se imparte en los establecimientos educativos, algo que puede parecer anecdótico, pero que nos determina como personas.
Relegar la práctica de la Educación Física a un optativo, corresponde a un modelo epistemológico que concibe al hombre como dos realidades distintas: cuerpo y mente. Esta manera dualista, determinó el nacimiento de dos pedagogías, una para la mente y otra para el cuerpo, confinando así a que todo lo que fuera ‘cuerpo’ pasara a un segundo plano de importancia, y todo lo ‘cognitivo’ como de primera prioridad.
Los efectos están a la vista, en un país donde cada mes conocemos cifras alarmantes sobre inactividad física, salud mental deteriorada, drogadicción, alcoholismo, aumento en el índice de suicidio en jóvenes y bullying, entre otras, nos cuesta aceptar lo anunciado por el CNED. Como ciudadanos y académicos tenemos el derecho y el deber de expresar nuestro rechazo, en especial cuando tenemos disponible evidencia científica sobre la importancia de la actividad física como factor protector clave para diversas situaciones, desde la ralentización del envejecimiento hasta un aprender más significativo.