Por Jaime Torres Gómez
Después de nueve años de no presenciarse una ópera barroca en el Municipal de Santiago, muy acertadamente se contempló “Rodelinda” de Händel en la actual temporada lírica.
Así, en la temporada del 2010 y también del mismo Händel, se presenció una notable versión musical de “Alcina”, siendo un gran referente e impulso por continuar programando óperas barrocas en el decano coliseo artístico. Empero, aún existe cierto recelo en programar más este repertorio, no obstante existir un numeroso público que lo cultiva, como se vio en las entusiastas respuestas de Orfeo, Platé y las Indias Galantes, últimamente en el Teatro Regional de Rancagua.
El aprecio por la música barroca va en curva creciente, máxime al existir novedosas propuestas de interpretaciones históricamente informadas, develando atractivas aproximaciones estilísticas que imprimen una refrescante dinámica revalorativa en el cultivo de este repertorio.
Estrenada en 1725, Rodelinda, inscrita en el género ópera seria, es un drama con un libreto un tanto soso, no obstante funcional respecto al perfil de sus personajes, ante lo cual no requiere tanto esfuerzo prodigar acabada hermenéutica para descifrar mayores complejidades. De hecho, la magnífica música de Händel -con una sucesión de casi veinte exigentes arias para lucimientos vocales y en perfecto correlato con el libreto- es soporte en sí misma respecto la prescindencia de aditivos para su representación. Y conforme las pautas revisitativas de las puestas en escena de hoy que han enriquecido las miradas, en el caso de las óperas barrocas en general las han tornado más interesantes teatralmente, considerando la debilidad de los libretos en gran parte de ellas.
Correspondiente a una co-producción de la L´Opéra de Lille y del Théâtre de Caen, se trató de una puesta de funcional cometido. Firmada por Jean Bellorini en la régie, iluminación y escenografía (en conjunto con Véronique Chazal), y vestuario de Macha Makeïeff, tuvo un interesante axioma desde la mirada del pequeño Flavio, hijo de Rodelinda y Bertarido, como testigo directo (e inocente) de la trágica pérdida temporal de su padre tras su cautiverio. De esta forma, la régie hegemonizó lo conceptual sobre lo literal, traducido en una serie de asociaciones lúdicas (trencito eléctrico, marionetas y otros) que en principio acertaron en la conceptualización del drama, aunque a ratos como directos distractores. La escenografía, en base a estilizadas estructuras móviles, resultó dinámica y eficaz para la continuidad del discurso teatral. El vestuario -en algunos casos excesivamente vistoso, de diseño indeterminado y dudoso gusto- funcionó básicamente como un efectista relleno por sobre un sustento per se. Así, en su conjunto, se trató de una interesante producción, no obstante un discurso alambicado en lo conceptual que no enriqueció del todo al soporte musical, redundando no más que en un funcional espectáculo.
En lo musical hubo importantes participaciones de la sólida soprano española Sabina Puértolas como Rodelinda, destacándose especialmente en el aria final como en el duo del último acto con Bertarido, con celebrada expresividad más un soberbio manejo de las coloraturas y dinámicas. Descollante como Bertarido el contratenor catalán Xavier Sabata, con excelente proyección, magnifica expresividad y magistral dominio de las ornamentaciones de las exigentes arias. Grandes logros en la escena de la cárcel y en el duo con Rodelinda (“yo te abrazo Rodelinda, reina de los Lombardos…”). Por su parte, musical y ajustado estilísticamente el tenor argentino Santiago Bürgi como Grimoaldo, rol de inmensas exigencias técnicas y expresivas. A su vez, correctos Gaia Petrone como Eduige, Christopher Ainslie como Unulfo y Javier Arrey como Garibaldo.
Y la dirección del alemán Philipp Ahmann, con seguras marcaciones, si bien obtuvo buena respuesta generalizada de la Filarmónica (buena calidad de sonido y ensamble), a la postre no firmó una interpretación interesante, con poca hondura en carácter y rigor estilístico, redundando en un monocorde resultado.
En suma, una atractiva presentación de Rodelinda de Händel, con fortalezas en un homogéneo elenco y una producción que logró total funcionalidad para las pautas del espectáculo de hoy.