Por Franco Muzzio S.
Extensión Cultural, U.Central
Cada 4 de octubre la Violeta vuelve a nacer y como ha sido recurrente la pregunta se instala como una incómoda costumbre: ¿Es la cantautora un patrimonio de todos? La interrogante se me viene a propósito del comentario que hiciera hace algunos días una conocida panelista de un programa televisivo en donde declaró que “Violeta Parra no le pertenece a un sector de la gente…”, en alusión a la cercanía que la obra de la artista genera en sectores de la Izquierda.
Sin duda que el legado de la oriunda de San Carlos tiene tintes transversales, pero creo pertinente ponerle una frontera a este “patrimonio de todos”. Una cosa es la adoración hacia ciertas canciones pasadas por el cedazo de la higienización como lo son ‘Gracias a la Vida’, ‘Que pena siente el alma’ o ‘Volver a los 17’, creaciones que están al borde de terminar convirtiéndose en himnos de casa comerciales, y otra muy distinta, son las composiciones que llevan el sello más hondo del sentir y pesar de la Viola. No creo que los sectores más conservadores sientan aprecio por un ´Me gustan los estudiantes´, en donde se enaltece el desparpajo juvenil, o por un ‘Maldigo del Alto Cielo’, o por la interpelación papal que reside en ‘Qué dirá el Santo Padre’ o de esa pesadumbre dolorosa que vive en ‘Qué he sacado con quererte’, o ese quejido del indio que se inserta en ‘Arauco tiene una pena’, entre otras decenas de alfileres que se funden en su voz y que se hunden en nuestro cancionero.
La circunstancia de vida en la obra de Violeta Parra es más política que ornamental, por ello es más cercana a la denuncia que al ruego y es más pariente del lamento que del carnaval.