Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)
“El día que leí que el alcohol era malo para la salud, dejé de leer” (Jim Morrison, muerto a los 27 años, vocalista de la banda de rock “The Doors”, habitual consumidor de alcohol y drogas).
Hoy en día, no existe duda alguna, que la enfermedad del alcoholismo ha tomado –literalmente– como rehenes a millones de hombres y mujeres en todo el mundo. En un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de septiembre de 2018, se consigna que el consumo excesivo de alcohol provoca más de tres millones de muertes en el mundo cada año, lo que representaría el 5,3% de todas las defunciones, y las cifras siguen aumentando.
Adicionalmente, este informe indica que el “uso nocivo de alcohol es un factor causal de más de 200 enfermedades, así como de múltiples trastornos mentales y de conducta”, tales como cirrosis hepática, diversos tipos de cáncer (a la garganta, lengua y boca), envejecimiento prematuro, úlceras, enfermedades cardiovasculares, depresión, pérdida de memoria, conductas violentas e irracionales que terminan con personas asesinadas (incluyendo femicidios), etc., además de cientos de miles de traumatismos y severas lesiones como consecuencia de caídas, peleas de borrachos, accidentes automovilísticos, etc., cuando las personas están bajo la influencia del alcohol.
Las mujeres son las que más sufren a la hora de caer en esta enfermedad, ya que reciben –en mayor grado que los hombres– el desprecio y el rechazo de sus familias, al mismo tiempo que una marcada muestra de intolerancia por parte de la sociedad al ver, por ejemplo, a una mujer zigzagueando y ebria por las calles o viviendo como vagabunda por causa del alcohol.
Debido a este rechazo social y familiar, muchas mujeres tienden a ocultar su tendencia a consumir alcohol, lo cual, restringe las posibilidades de que ellas acudan a un centro de salud especializado y soliciten ayuda profesional para efectos de someterse a un tratamiento médico y psicológico, obstaculizándose de esta manera, la posibilidad real de mejorar y superar esta enfermedad. Paralelamente, esta inclinación por la bebida se acentúa cada día más, condición que va acompañada de una alta cuota de sentimientos de culpa, situación que induce a la mujer a beber incluso más, en una suerte de círculo vicioso difícil de romper.
Ahora bien, no obstante, que las mujeres inician el consumo de alcohol –en promedio– a mayor edad que los varones, ellas presentan una progresión hacia el alcoholismo que es más rápida, desde el momento que la mujer comienza el consumo de alcohol hasta la aparición de la etapa de la dependencia, tras lo cual –y en forma paralela–, surgen una serie de otros problemas de salud asociados a la ingesta de alcohol.
Este fenómeno de progresión tan veloz ha sido denominado “telescoping” y pone de manifiesto ante los ojos de algunos expertos el mayor grado de vulnerabilidad de la mujer en relación con los efectos del alcohol, por cuanto, si a un hombre le lleva, en promedio, entre seis a ocho años convertirse en un alcohólico, en el caso de la mujer bastarían sólo de tres a cinco años de ingesta continuada, en que el proceso de convertirse en una alcohólica, dependerá: del peso de la persona, de la edad en la que comenzó la ingesta, la cantidad de alcohol consumido cada día, de su nivel de tolerancia al alcohol, de los eventos trágicos que esté viviendo la mujer (muerte de un ser querido, divorcio o separación traumática, soledad, enfermedad grave, etc.), así como también, por la presencia de estados de ansiedad, estrés, depresión, etc., que esté experimentando la mujer.
En relación con los factores de riesgo, un estudio realizado por las psicólogas españolas María del Carmen Míguez y Beatriz Permuy (2017), indica que las mujeres con trastornos por consumo excesivo de alcohol presentan un historial de maltrato y abuso sexual infantil en mayor proporción que los hombres. Es así, por ejemplo, que diversas investigaciones con muestras conformadas sólo por mujeres, pusieron en evidencia que la incidencia del maltrato y el abuso sexual infantil era mayor en mujeres con trastornos por consumo de alcohol que en mujeres sin estos trastornos.
Un segundo factor de riesgo que se manifiesta en mayor proporción en las mujeres, es la presencia de una pareja alcohólica. Este dato, es consistente, asimismo con varios estudios que demuestran que el consumo de alcohol en las mujeres se asocia –y se correlaciona de manera positiva– con el consumo de alcohol de sus parejas, incluso durante el período de embarazo, lo que puede ocasionar –a futuro– un drama familiar de grandes proporciones, debido al riesgo que corre la mujer alcohólica de desarrollar el “síndrome alcohólico fetal”, un trastorno que produce severos daños al bebé: deformidades óseas, labio leporino, retraso mental, defectos cardíacos, trastornos de aprendizaje, etc., siendo un síndrome de carácter irreversible.
En cuanto a la comorbilidad psicopatológica –es decir, la presencia de una o más enfermedades, además de la enfermedad primaria de alcoholismo–, los trastornos comórbidos más frecuentes en las mujeres son los de ansiedad, del estado de ánimo y depresión, y los trastornos de personalidad.
La literatura científica constata que el consumo de alcohol se convierte en una suerte de “estrategia de afrontamiento”, en que una posible explicación para este hecho, es que el consumo excesivo y abusivo de alcohol en las mujeres, constituiría una fórmula para afrontar situaciones que para ellas son estresantes y difíciles, o bien, con la finalidad de superar estados emocionales negativos, aún cuando las conclusiones acerca de esta relación de causalidad no están del todo demostradas.
En relación con el uso de servicios médicos, psicológicos y asistenciales, las investigaciones revelan que las mujeres alcohólicas hacen un menor uso del tratamiento para trastornos por consumo de alcohol que los hombres. En este sentido, es preciso tener en cuenta lo señalado previamente, a saber, que las mujeres tienden a ocultar su problema en mayor medida que los varones, por la simple razón que el consumo de alcohol en mujeres recibe una mayor sanción social que en el caso del hombre. Esta “estigmatización social” percibida por parte de las mujeres alcohólicas, supone un obstáculo importante cuando de solicitar ayuda especializada se trata.
Lo anterior podría ser una de las razones que explican las diferencias de género en el uso de servicios asistenciales para el tratamiento del alcoholismo.
Si tomamos en consideración el hecho de que las mujeres alcohólicas presentan una mayor incidencia de síntomas anímicos, ansiosos, una mayor reactividad al estrés y que realizan un gran esfuerzo por ocultar este problema ante los ojos de los demás, es más frecuente que ellas soliciten un tratamiento por “problemas de salud mental”, más que por el consumo de alcohol en un centro especializado en alcoholismo.
Es un hecho claro, que no obstante el rechazo del que es objeto la mujer bebedora –no importando su nivel socio-económico– y del sentimiento de “vergüenza y desvalorización personal” que la embarga, el número de mujeres adictas al alcohol sigue subiendo de una forma alarmante, al punto, que las cifras de ingesta alcohólica a nivel juvenil, hoy en día, se han emparejado para hombres y mujeres, con el agravante, que el inicio de ingesta alcohólica femenina se ha adelantado y se ha vuelto muy precoz, ya que con 11 o 12 años, ellas ya están probando el alcohol, factor que más adelante puede conducir a otro problema adicional, a saber, un embarazo precoz y no deseado, lo cual, termina por trastocar y complicar de manera total la vida de muchas niñas a muy joven edad.
Lo anterior, es también valido para cualquier mujer que se excede en el consumo de alcohol, ya que corre el riesgo de perder el control sobre sí misma y ver como desaparecen todas las inhibiciones –o reparos– que pudiera haber tenido antes de comenzar a consumir alcohol. De ahí, la frase del escritor y dramaturgo español, Enrique Jardiel Poncela, quién decía, que “el pudor era un sólido que rápidamente comenzaba a disolverse con el alcohol”.