Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)
“La familia, no es siempre aquella de sangre. La verdadera familia la constituyen aquellas personas que harían cualquier cosa por verte sonreír, son aquellas personas que te respetan, te cuidan y que te aman por sobre todas las cosas”.
Sepa usted, que día tras día, aumentan de manera significativa las consultas psicológicas y psiquiátricas de hombres y mujeres que se sienten –literalmente– prisioneros y atrapados en las redes de diversas relaciones familiares del tipo tóxicas.
El Dr. Juan Luis Linares, psiquiatra español, llama “Familias Multiproblemáticas” a aquellas familias, cuyas características centrales son la presencia de crisis recurrentes, desorganización y disfuncionalidad, abundancia de mentiras y engaños, el aprovechamiento sin límites por parte de algunos de sus miembros, o bien, el abandono total de las funciones parentales en relación con el cuidado y protección de los hijos. De ahí que se diga, que hay familias que pueden terminar agobiando y consumiendo por completo a las personas.
Ahora bien, cuando se utiliza el concepto “tóxico”, esta palabra hace alusión a algún elemento, condición o factor que resulta ser venenoso, que puede causar efectos perjudiciales, generar trastornos graves de salud y que puede conducir, incluso, a la muerte de la persona afectada.
A menudo, se señala en primer lugar, a las relaciones amorosas con características tóxicas como aquellas que más efectos dañinos y negativos pueden tener sobre la integridad física y mental de las personas. Sólo baste pensar en la enorme cantidad de femicidios y casos de violencia intrafamiliar que se producen cada año en el mundo entero.
En segundo lugar, también se consideran a ciertas “relaciones de amistad” como ponzoñosas y dañinas, cuando se trata de “amistades falsas o por interés” y que nunca tuvieron –como elementos constitutivos de esta “amistad”– a la valoración, el cariño genuino, el compromiso o el respeto que uno espera del otro.
Por otra parte, a menudo parece haber una suerte de tabú –o prohibición– de hablar respecto de la toxicidad vinculada a un tercer grupo de personas que puede ser, incluso, peor que los dos grupos anteriores, a saber, los llamados “familiares tóxicos” y también los “familiares aprovechadores”, en relación con los cuales –sépalo usted y acéptelo desde ya– también se hace absolutamente necesario dar media vuelta, cortar los lazos y alejarse, ojalá, para siempre, si es que usted pretende mantener su sanidad mental. Tenga presente, asimismo, que ese familiar aprovechador y/o tóxico también puede ser la propia pareja, especialmente, cuando la pareja, trae consigo un largo historial problemático, ya sea de salud mental, inestabilidad emocional o que arrastra consigo otras relaciones amorosas inconclusas o que siguen “vigentes”. Por lo tanto, cuánto antes termine con ese tipo de vínculo familiar o de pareja, tanto mejor para usted. Y, por cierto, hágalo sin ningún tipo de culpa o de remordimiento alguno, por cuanto, usted también tiene el derecho a ser feliz y a tener una vida plena y en armonía.
Dependiendo de la sociedad donde uno haya nacido, la forma de enfocar a la familia será algo diferente, por cuanto, no es lo mismo ser criado en un grupo familiar en África, que hacerlo en Asia, Europa o Latinoamérica. Sin embargo, lo esencial que encierra el concepto “familia”, es que se trata de un grupo de personas que viven juntas, que están emparentadas entre sí y que, supuestamente, deben protegerse y cuidarse entre ellas.
La sociedad, por intermedio del “proceso de socialización”, es decir, a través del traspaso de ciertas normas, valores y principios desde pequeños, nos enseña que los lazos familiares deben mantenerse para siempre, especialmente, cuando se trata de los padres, de los hijos o de los hermanos. En estos casos se convierte en casi una “obligación” amarlos, respetarlos y mantenerlos para siempre en nuestras vidas.
Sin embargo, las personas deben tener muy claro que esto no tiene por qué ser tan así, ya que, los sentimientos de amor, de afecto mutuo, de cuidado y de respeto deben ser recíprocos, deben ser ganados y merecidos, y no pueden, solamente, ser el resultado de una norma o de una ley establecida por la sociedad.
La razón es muy simple: ¿qué se debe hacer con aquellos padres –papá y mamá– que golpean, violan y/o abusan de sus hijos e hijas en forma sistemática? ¿Qué acontece con aquellos padres que descuidan –y son claramente negligentes– con la responsabilidad de cubrir las necesidades mínimas de sus hijos en relación con sus derechos a recibir afecto, alimentación, cuidados y protección? ¿Por qué razón un hijo o una hija debería sentirse obligado a amar a su padre o a su madre, quienes les han dicho a sus hijos –en forma textual– que su nacimiento “les echó a perder su vida” o que el “aborto” al que se sometió la madre “no funcionó”? Escuchar este tipo de declaraciones en boca de un papá o de una mamá, pueden ser, simplemente, devastadoras para un hijo(a).
Una similar situación de grave conflicto familiar se produce, cuando el pariente abusivo y tóxico es un tío(a), un abuelo(a), un hermano(a) o el hijo violento(a) de la familia.
Lamentablemente, no todas las familias son –ni representan– lo que éstas, en realidad, deberían ser, o bien, no corresponden a “la imagen ideal” de lo que debería ser una familia. Tengamos entonces, muy claro, que hay personas tóxicas que aún cuando sean nuestros parientes y familiares, nos pueden hacer mucho, pero mucho daño.
En este sentido, es preciso reiterar, que nosotros no hemos venido a este mundo a sufrir o a pasarlo mal, hasta el punto de desear, en ocasiones, estar muertos, como ha pasado con algunos casos que me ha correspondido atender en mi consulta privada. Menos aún, si esto es el resultado directo de tener una “familia tóxica”. En este mismo contexto, una paciente me lo hizo notar en pocas palabras, cuando me dijo, que ella había tenido que “construir una alta muralla, con tal de poder alejarse para siempre de su familia de origen, cortando todos los lazos y puentes con su parentela, con un único y gran objetivo: no perder la cordura o terminar muerta”.
Más –y mucho mejor familia– es aquella persona que está siempre presente para uno, que nos cuida y que nos protege, que aquél que se hace llamar nuestro “padre” o nuestra “madre” biológica. De modo, que si usted está planificando –o evaluando, por lo menos– romper algún lazo de tipo familiar, no se resienta por ello y tampoco sufra algún tipo de culpa o de remordimiento, especialmente, en el caso de que usted lo esté pasando mal, se esté enfermando o tenga pensamientos suicidas. Usted tiene sus propias razones para querer alejarse de sus familiares tóxicos o que se aprovechan de usted, y eso, por cierto, que es absolutamente aceptable y válido.
Ahora bien, como toda pérdida que uno hace en la vida, la persona deberá elaborar dicha pérdida. Eso significa, que deberá trabajar su dolor, no guardarlo o esconderlo en su interior y, por sobre todas las cosas –aunque usted no lo crea– aprender a perdonar a aquellos sujetos que tanto mal le hicieron, por cuanto, convivir con el deseo de la venganza, se ha demostrado científicamente, que sólo puede acarrear una sola consecuencia para la persona: envenenar, innecesariamente, el alma, el cuerpo y la mente.
El fundamento de lo anterior en muy sencillo: el hecho de que esos familiares suyos no se hayan comportando como deberían haberlo hecho, no es culpa de usted y, por lo tanto, dichos individuos no deberían volver a jugar ningún rol más en su vida, ni ser una pesada carga para usted: corte los lazos, dé media vuelta y cierre la página para siempre. No es fácil de hacer, pero hay que hacerlo.
La familia –supuestamente– debería estar siempre ahí para protegernos, cuidarnos y facilitarnos la vida, especialmente, si se trata del padre, la madre o los hermanos. Sin embargo, cuando esto no es así, y las cosas se han salido de cauce y control, lo más razonable –y beneficioso– para nuestra salud física y mental, es cortar todos los vínculos y lazos posibles, no volver la mirada hacia atrás y no permitirse experimentar sentimientos de culpa de ningún tipo. Por cuanto –tal como se destacó previamente–, no hemos venido a este planeta a sufrir ni a pasarlo mal por culpa de nuestros malos familiares, ya que cada uno de nosotros tiene el derecho irrenunciable a disfrutar de una cuota de felicidad en este mundo, un mundo que, por cierto, no se distingue, precisamente, por dar muchas facilidades a las personas respecto de este supremo valor, a saber, el de poder ser “felices”.