Por Jaime Torres Gómez
Con certera visión, hace veinticinco años Fernando Rosas fundó los tradicionales Conciertos de Verano en Viña del Mar, realizados en el emblemático Anfiteatro de la Quinta Vergara, el mismo que recibe al popularísimo Festival Internacional de la Canción de la ciudad.
Viña del Mar, como capital turística de Chile, ha sido protagonista de importantes hitos artísticos y culturales no sólo en el país sino a nivel internacional. Así, por décadas, ha contado con una serie de eventos de carácter “festivalero” (en su literal acepción) por el peso relativo de sus respectivos rubros, como es el caso del Festival de la Canción señalado, además del prestigioso Concurso Internacional de Ejecución Musical Dr. Luis Sigall y el Festival Internacional de Cine, amén de otros importantes espacios culturales conexos.
En este contexto, los Conciertos de Verano -con perfil de “festival (docto)” tradicionalmente desarrollado todos los fines de semana de enero-, son parte fundamental de la parrilla cultural viñamarina, y se han validado ante la alta convocatoria de un fidelizado público. El formato desarrollado por Fundación Beethoven, desde su origen, ha contemplado la presencia de las más importantes orquestas nacionales, imprimiéndole debido valor agregado.
Sin embargo, ha escaseado la presencia regional… elemento importante a ponderar, máxime al existir en la zona conjuntos compatibles para estar presentes en su propio medio y en una perspectiva nacional, conviviendo así con las agrupaciones visitantes. Ahora, quizás ante una lamentable inactividad por buen tiempo de la Filarmónica Regional –agrupación ad-hoc para un perfil de presentaciones masivas- ha condicionado la ausencia local, aunque igual es menester discurrir la presencia de otras agrupaciones locales estables de calidad para insertarlas en un espacio específico dentro del marco de los Conciertos de Verano, como por ejemplo en presentaciones de extensión complementarias.
La presente versión reflejó, ineludiblemente, la realidad actual del país, en tanto y cuanto el fuerte estallido social ha condicionado fuertemente la realización de eventos masivos ante los riesgos inherentes a la seguridad de las personas, como la potencial disminución de auspicios. Sin perjuicio de ello, y con un celebrado criterio de brindar continuidad tras 25 años de ininterrumpida historia, tanto el Municipio y Fundación Beethoven lograron sacar adelante esta nueva edición de los Conciertos… aunque en menor cantidad que antaño.
En términos programáticos, las tres presentaciones reflejaron, en parte, la línea editorial tradicional. Sin embargo, teniendo potentes referentes de equilibrio entre lo popular con lo menos conocido, se extrañaron propuestas algo más osadas, ante lo cual se recomienda a futuro arriesgar más y pensar ofrecer obras como alguna de las sinfonías de Mahler, “La Consagración de la Primavera” o la Suite de “El Pájaro de Fuego”, de Stravinsky, alguna de las sinfonías menos conocidas de Dvorak como la 6 y 7, la “Sinfonía Fantástica”, de Berlioz, las sinfonías 3 y 4 de Brahms, extractos orquestales y corales de Wagner, más música docta chilena, entre mucho repertorio por ofrecer masivamente.
De los tres conciertos, se presenció el último con una deslumbrante gala lírica a cargo de la Sinfónica Nacional de Chile dirigida por su nuevo y magnífico titular, maestro Rodolfo Saglimbeni, junto a la ascendente soprano Pamela Flores y el reconocido tenor José Azócar. No saliéndose del habitual formato de gala lírica, interesante fue incluir la Obertura “Caballería Ligera” de Von Suppé, pocas veces ofrecida masivamente.
Con un rendimiento de menos a más, Pamela Flores logró entregas musicalmente sólidas con un material cómodamente derivado hacia el registro de soprano spinto sin perder su origen lírico y con facilidad en general en las coloraturas. José Azócar -injustamente ausente en las últimas dos temporadas líricas del Municipal de Santiago… – demostró nuevamente su solvencia, con magnífica lozanía vocal y celebrado arrojo interpretativo.
El trabajo de Saglimbeni con la Sinfónica, del mayor halago en todo orden, con conocimiento profundo del género lírico, obteniendo una galería de idiomáticos logros más una concentradísima respuesta de sus músicos.
Por último, como ha sido recurrente en estos Conciertos de Verano, la “complicidad de la amplificación” nuevamente realzó las bondades intrínsecas de la música, redimiendo un espacio como la Quinta Vergara -mal asociado hacia un sesgado aspecto de lo popular-, a una validación de lo docto en un inapelable “Quintazo Clásico”…