Dr. Manuel José Irarrazaval, director Instituto de Políticas Públicas en Salud, U. San Sebastián.
La pandemia por Covid-19 ha alcanzado a más de 30 millones de personas en el mundo, de las cuales un millón y fracción han fallecido. Los países han adoptado distintas estrategias para hacer frente a esta amenaza, siendo las cuarentenas totales o selectivas, la principal medida de contención, mientras no se cuente con una vacuna eficaz que esté disponible para toda la población susceptible.
Si bien hoy existe una carrera para desarrollar nuevas vacunas, su producción y distribución en cantidades suficientes para responder a la demanda mundial, tomará tiempo. Mientras tanto, no hay ningún país que pueda sostener a toda su población encerrada en sus casas durante dos años, por las otras secuelas de la pandemia: el aumento de la pobreza, el hambre, la pérdida de empleos y de escolaridad de niños y jóvenes.
Lo razonable -entonces- es aprender a convivir con el virus SARS-CoV-2, minimizando su impacto. Internalizando las medidas sanitarias que sabemos hasta ahora son eficaces como: lavarse las manos frecuentemente, el uso de mascarilla y mantener la distancia física. Y esto no tan sólo en casa, sino en todos los espectros de nuestra vida cotidiana.
Sabemos que lo que está sucediendo actualmente terminará por delimitar el impacto del Covid-19 sobre las generaciones futuras.
Tenemos que diseñar estrategias adecuadas para controlar no sólo la propagación del SARS-CoV-2 y salvar vidas, sino para prevenir una crisis social en el mediano plazo mediante la protección de los intereses de las familias más vulnerables.