Por Paola Espejo Aubá
Vicerrectora de Universidad de Las Américas Sede Viña del Mar
Una vez más, alrededor del 8M se abre la discusión respecto de las brechas de género y las inequidades y diferencias laborales entre hombres y mujeres, donde el famoso “techo de cristal”-concepto que refleja las dificultades y muchas veces limitaciones veladas del ascenso laboral de mujeres a puestos de alta dirección-, es tema de conversación. Y otra vez muchas mujeres esperamos que las reflexiones no se restrinjan al mes de marzo, sino que sean permanentes, que involucren a hombres, jóvenes, niños y niñas, sin limitación de condición y edad.
Si bien hemos avanzado mucho, el camino es largo. La participación femenina en el mundo laboral, según datos del Ministerio del Trabajo, ha tenido un crecimiento sostenido desde el año 2010 a la fecha y más de la mitad del empleo creado en la última década es femenino. Sin embargo, no todo son buenas noticias, ya que las áreas de mayor productividad y estabilidad siguen siendo masculinas y la ocupación de la mujer continúa baja en los espacios de mayor remuneración.
Que una mujer llegue a un cargo de liderazgo en alta dirección no solo es positivo para reducir las brechas y generar en empresas e instituciones los beneficios probados, como las mejoras en el clima laboral y la productividad, sino que también trae como consecuencia la contratación y promoción interna de otras mujeres, rompiendo el ciclo negativo del techo de cristal y el ascenso vertical. Para esto la educación es fundamental y al respecto, las universidades tenemos un desafío y una responsabilidad: aportar significativamente a la generación de oportunidades, promoción de la igualdad de género, justicia y formación de nuevas y mejores líderes para nuestro país.