Por Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)
La sociedad chilena sufre desde hace décadas de dos grandes males: la gran desigualdad y brecha económica reinante en nuestro país y una peligrosa, estúpida e inservible polarización política que ha conducido a Chile directamente a un pantano, del cual, hoy, resulta casi imposible escapar.
En este marasmo resultante, el gobierno, la clase política y la élite económica han perdido completamente de vista una noción clave para cualquier sociedad que quiera prevalecer y florecer: el BIEN COMÚN, es decir, aquel bien que favorece de todos los ciudadanos de un país y no sólo de una élite minoritaria.
El bien común se construye en base al respeto, progreso y cuidado de los demás. Se construye en función de un comportamiento ético y moral, cuyos principios, ideales y valores no pueden ser trasgredidos, traicionados ni “vendidos” al mejor postor. ¿La razón de plantear lo anterior? Muy simple. Un estudio publicado en enero de 2018 indica –textualmente– que “el 1% más rico se embolsó el 82% de la riqueza creada durante el año 2017, en tanto que el 50% más pobre no recibió absolutamente nada”, realidad que se replica calcado en Chile. Entonces, ¿se puede hablar aquí de “bien común” o de “igualdad de oportunidades”? La respuesta es un rotundo ¡No!
Por lo tanto, cuando en un país hay muy pocos y “selectos ganadores” y millones de perdedores, con una movilidad social que no sólo se atascó, sino que además, ha claramente retrocedido varios años en el pasado, resulta inevitable que en la población surja una combinación de ira, rabia, impotencia y frustración que termina por alimentar las protestas populares y por incrementar la polarización de todo un país, todo lo cual, a final de cuentas, reduce a cero la confianza de la población en sus instituciones y en quienes controlan y manejan las riendas del gobierno. Súmese a lo anterior el refichaje ilegítimo en el SERVEL de los partidos políticos en el año 2017, catalogado por el centro de investigación periodística CIPERCHILE como “el blanqueo de la corrupción política” ante el cual, toda la clase política mantuvo sepulcral silencio.
Entonces, ¿cómo es posible que nuestra clase política y gobernante sea tan ciega ante el oscuro y negro futuro que le espera a Chile y a su población, si muy pronto no cambian su despreciable forma de hacer política y de gobernar?
¿Cómo es posible que quienes tienen el poder mantengan su ceguera y sean incapaces de advertir las claras señales de que su desidia, egoísmo e indiferencia ante las reales, verdaderas y urgentes necesidades de la población terminará por incubar un estallido social 3.0, violencia destructiva que luego es avalada y respalda por los mismos partidos que dictan las leyes en el parlamento?
¿Cómo es posible que continúen siendo ciegos, indiferentes e insensibles ante la enorme desigualdad económica y social que existe entre el 5% más rico y privilegiado de este país y el 50-60% más pobre de la población? De más está decir, que casi un millón de Jefes de hogar en Chile ganan el salario mínimo de $326.500, mientras nuestra (des)honorable clase política puede llegar a percibir ingresos mensuales, nada menos, que 75 veces superior.
Ahora bien, no obstante que nuestro país ha sido objeto de una pandemia por coronavirus que: (a) ha destruido cientos de miles de puestos de trabajo, (b) que ha hecho retroceder al país en algunas áreas sensibles hasta en una década, (c) que ha hecho desaparecer a toda una pseudo y pobre “clase media” despojándola de lo poco que pudo acumular, luego de años de grandes sacrificios, esfuerzo y trabajo duro, (d) que ha hecho que cientos de miles de estudiantes se encaminen a perder entre uno y dos años de estudios en un gran “baile de los que sobran”, con miles de muertos por coronavirus y cientos de miles de personas contagiadas, etc., nuestro gobierno, clase política y élite empresarial siguen practicando la despreciable política de siempre, a saber: 1. La política de la eterna polarización y de la división bajo el principio de: “a río revuelto, ganancia de pescadores”. 2. La política del resguardo de los propios intereses que, como pequeño grupo de élite, gozan desde hace décadas a costa de la sangre, sudor y lágrimas de la mayoría de la población. 3. La política de aferrarse al poder y a todos sus privilegios.
No cabe duda que tenemos a una población que se siente frustrada, desesperada e impotente ante un grupo minoritario de sujetos que mantiene férreamente desde hace décadas el poder político y económico en sus manos. Tenemos a un numeroso grupo de la población que sólo puede permitirse intentar sobrevivir ante la inacción y autocomplacencia de un gobierno y de una clase política que está completamente desprestigiada hasta sus raíces más profundas, dando lo mismo que estos sujetos se autoproclamen como “defensores de los derechos del pueblo”, sean dichos proclamantes individuos que integran partidos políticos de izquierda o de derecha, los cuales, a final de cuentas, terminan cayendo en la misma fosa séptica.
La ignorancia de muchos de aquellos que dirigen y gobiernan a este país les ha impedido darse cuenta que la famosa “globalización de los mercados” sólo ha favorecido a unos cuantos países y ha enriquecido –aún más– a un reducido y selecto grupo de individuos. Se ha más que demostrado que la globalización ha creado una brecha gigantesca entre ricos y pobres, entre aquellos que acceden a una buena educación escolar y universitaria, y aquellos que deben conformarse con haber egresado –con suerte– de cuarto medio de un colegio público de escasos recursos.
Es más: vemos la gran desigualdad existente entre las familias que se construyen –y viven– en mansiones de mil millones de pesos y aquellas familias que deben abandonar sus hogares porque no pueden pagar el arriendo y deben ir a tomarse un terreno en un basural para armar una rancha de trescientos mil pesos porque sus ingresos mensuales de $326.500 –acordado “generosamente” por el Parlamento y el Gobierno– no les permite otra cosa, más que convertirse en los nuevos esclavos modernos y en mano de obra barata para los grandes empresarios, en función de lo cual, la única herencia que pueden dejarles estos padres de familias a sus hijos y a sus nietos es… más pobreza, desamparo y desesperanza aprendida (¡y mucha rabia y rencor acumulado!).
¿Una prueba de lo anterior? Un prolijo y acabado estudio de Oxfam, una organización no gubernamental que lucha contra la pobreza y la desigualdad, indica que “las 100 personas más ricas del mundo poseen una riqueza que supera en su conjunto la riqueza acumulada de los 4.000 millones de personas más pobres del planeta”, datos que son respaldados por diversos estudios del reconocido economista francés Thomas Pikkety y que se reproduce en Chile.
Citemos, de paso, a otro economista, Joseph Stiglitz, ganador del Premio Nobel de Economía en el año 2001, quien consigna en su libro “Cómo hacer que la globalización funcione” la siguiente frase: “La vaca media europea obtiene una subvención de dos dólares al día; más de la mitad de la población del mundo en vías de desarrollo vive con menos de eso. Según parece, es mejor ser una vaca en Europa que ser una persona pobre en un país en vías de desarrollo”. Afirmación que no requiere explicación o aclaración alguna.
Digamos finalmente, que si el objetivo del gobierno es dejar completamente a un lado el bien común con la finalidad de incrementar –a cualquier costo– el PIB del país y lograr que los precios de los productos de consumo sean lo más bajo posible para la élite y clase privilegiada, entonces el libre comercio, la globalización y las políticas de inmigración totalmente abiertas, son lo “deseable”.
Pero, si nuestro principal interés es el BIEN COMÚN, así como el deseo de crear un mercado laboral estable que permita que los trabajadores chilenos con bajo nivel de educación –o de cualificación media– se puedan ganar un sustento que sea digno y apropiado, de modo tal, que puedan criar y educar de buena manera a sus hijos y construir comunidades fuertes y solidarias, entonces estaría más que justificado que la clase política y gobernante cambie, de una vez por todas, su miserable, egoísta y despreciable forma de hacer política, se ponga al servicio de los ciudadanos, resguarde y propugne el bien común e imponga ciertas restricciones y reglas claras al comercio exterior, al desbocado sistema financiero, a la globalización y a la inmigración sin regulación. Y lo más importante: deje de ser una clase política corrupta y ávida de más riquezas y poder.