Por Alejandro Führer
Académico de Magíster en Dirección y Gestión Pública, UCEN
Antes de encender su primera bombilla o ampolleta, Tomas Edison había errado más de mil veces. Insistió una y otra vez, hasta que logró que los filamentos de carbono por donde pasa la electricidad hicieran el milagro de convertirse en luz. Cuenta la historia que un discípulo suyo le preguntó por qué persistía en esa idea después de tantos fracasos, Edison le respondió: “No son fracasos, he conseguido saber mil formas de cómo no hacer una bombilla”.
Resulta extraño para nuestra cultura como país, descubrir en el error un camino de aprendizaje. Más bien, cada mañana nos levantamos con la misión inconsciente de equivocarnos lo menos posible, de repetir aquellos comportamientos que aseguran el cumplimiento de un resultado que ya conocemos. Sentimos seguridad en lo predecible.
“Equivócate lo antes posible”: eso suele decirle Andrew Stanton -director de películas como Wall-e y Buscando a Nemo- a su equipo de producción al momento de emprender otra genial animación de Pixar. Con ello, acelera la capacidad de innovación y creatividad en cada profesional que trabaja junto a él. Es un permiso temporal para explorar y salirse de los caminos ya conocidos, pero sin postergarlo.
En su libro, ¡Crear o morir!, Andrés Oppenheimer analiza por qué los países de América Latina producen tan pocos innovadores e innovadoras. ¿Qué elemento singular explica el hecho que las economías más desarrolladas del planeta concentren los nichos de innovación más importantes? Su respuesta es categórica: habitamos una cultura que sanciona el error y que no genera ecosistemas creativos que potencien los increíbles talentos que poseemos.
En Chile hace falta equivocarnos más, añadir horas a la curiosidad. Explorar caminos distintos, extraviarse, ensayar. Hacerlo con prisa, antes que el miedo nos regrese a la manera habitual y confortable de hacer las cosas. Creemos que somos mejores cuando menos fallas cometemos. Pero eso es parte de nuestro problema.
¿Qué debemos hacer? Pues bien: “equivocarnos lo antes posible”. Ensanchar el menú de posibilidades, pensar con audacia, perseverar mientras se aprende de los errores, premiar los intentos, sumar incentivos a lo asombroso. Pasar de las metas impostergables a los resultados inesperados. Hacerlo con prisa porque el tiempo apremia y no queremos que ningún talento se quede solo o sola, a medio camino, cuando un fracaso parece abatirlos. Necesitamos un impulso vibrante que tensione la imaginación y movilice nuestras enormes reservas creativas.