Por Verónica Prieto Cordero
Directora de Licenciatura en Educación, UCEN
Una de las emociones más inherentes y transformadoras que tiene el ser humano es el amor. Amar produce bienestar, seguridad y atracción sobre el otro/a, pero si nos detenemos a pensar en las múltiples definiciones que existen, podemos decir que es un constructo multidimensional a partir del cual se prescriben un sinnúmero de características; una de ellas gira en torno a las representaciones; los roles y estereotipos de género que predisponen las cualidades que deben tener hombres y mujeres al momento de comenzar una relación; la cual involucra varios elementos como el cuidado, el afecto, el reconocimiento, el respeto, compromiso y confianza, además de comunicación clara y sincera.
Para ello, es preciso reconocer la existencia de una socialización desigual, desde el nacimiento, consideramos que niños y niñas son diferentes; por tanto, educamos para distintos papeles y funciones de la vida adulta. De esta forma, hombres y mujeres reciben mensajes opuestos que refuerzan el deber ser a través de roles y estereotipos de género.
Marta Lamas, señala que el amor en la vida de las mujeres se vive como un deber establecido, como mandato social, además menciona que “para las mujeres el amor es definitorio de su identidad de género”. Culturalmente, han sido educadas para eso, es el objetivo principal de sus vidas, antes que ellas mismas y sus necesidades. Mientras que los hombres, han sido educados desde la perspectiva que el amor se acaba, tiene un fin. Esta dispar educación en el amor, media la forma de pensar, de relacionarse y entablar lazos afectivos; socialización trascendental que proveen a la infancia de capital cultural que trae consigo la transmisión de actitudes, creencias, normas y saberes necesarios para desarrollarse en la vida.
Considerando aquello, nos situamos en un contexto actual de modernidad que se ha caracterizado por la renovación en los roles, visibilizando aquellas acciones que han comenzado a empoderar a las mujeres en distintos espacios públicos y privados. Sin embargo, en las relaciones de pareja, las formas tradicionales y las exigencias de amar se mantienen, perpetuando las desigualdades entre los sexos.
Entonces, desde esta mirada es necesario que el proceso educativo que se inicia en el hogar y en la escuela, sea un reflejo de una educación libre de estos estereotipos, materializándose en políticas que apunten a los derechos de la igualdad y las diferencias.