Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)
Numerosas investigaciones a nivel mundial han tratado de dilucidar, si son los genes que le transmiten los padres al bebé o si es el ambiente y el entorno familiar los que, en realidad, determinan el coeficiente intelectual de un niño(a).
Más aún: algunos expertos en la materia señalan que el nivel de inteligencia de una persona, “no se correlaciona, necesariamente, con las posibilidades de éxito en la vida de un individuo”, por cuanto, de acuerdo con estos investigadores, habrían otros factores que con su presencia o ausencia podrían hacer la diferencia, cual es el caso, por ejemplo, de la Inteligencia Emocional.
Ahora bien, uno de los estudios más significativos respecto del grado de influencia que tiene el ambiente versus los genes, y que ha sido considerado como una de las investigaciones más precisas al respecto de este tema, es el estudio que realizó el Dr. Petter Kristensen de la Universidad de Oslo, Noruega, quien analizó el impacto de las familias –así como el “orden” en que nacen los hijos– en el nivel de coeficiente intelectual (C.I.) de los niños. Este estudio demostraría que el primogénito puede llegar a tener, en promedio, hasta tres puntos más de C.I. que sus hermanos menores.
La razón de esta diferencia no radicaría en el hecho de ser el primer hijo, ni tampoco la historia o carga genética de los padres, sino que por “la atención y recursos que dedica la familia al primogénito”, conjuntamente con los roles que se le asignan a éste, tales como: ser el más responsable, serio, competitivo, así como también cumplir con las tareas de tutor de sus hermanos menores.
De acuerdo con el Dr. Frank Sulloway, de la Universidad de California, la diferencia de tres puntos –en apariencia poco importantes– implicaría un 30% más de posibilidades para el hijo mayor de ingresar a colegios e instituciones que privilegian un alto C.I. como factor clave para ingresar a establecimientos de élite.
El Dr. Sulloway sostiene que los primogénitos son más disciplinados, más trabajadores y más inteligentes que sus hermanos menores y la explicación a esta condición, de acuerdo con este investigador, es que “los primogénitos ocupan el papel de padres sustitutos en la familia”.
Por otra parte, cuando se le preguntó al Dr. Branton Shearer –psicólogo de la Universidad de Kent y creador junto al Dr. Howard Gardner, de las evaluaciones de las inteligencias múltiples– qué era lo que determinaba la inteligencia de una persona –si los genes o la crianza– el Dr. Shearer respondió que “la proporción es de 60/40, pero que hasta ahora nadie sabía con certeza para qué lado” se inclinaba la balanza.
La razón es fácil de comprender: todos nosotros venimos al mundo con cerebros con capacidades únicas, en tanto que nuestras experiencias y el ambiente en el que nos movemos van a ser decisivos para que desarrollemos, o no, al máximo el potencial que traemos. Asimismo, estos factores determinarán qué habilidades apoyamos y estimulamos, cuáles ignoramos y cuáles, simplemente, eliminamos.
El hecho de tener un alto nivel de coeficiente intelectual, puede indicar mayores habilidades en otros campos del saber y del quehacer humano, ya que todas las inteligencias se relacionan entre sí. El cerebro humano es un órgano vasto y muy interconectado, en función de lo cual, una habilidad no puede estar separada de otras con las cuales interactúa. Recordemos, que de acuerdo con el Dr. Gardner existen diversos tipos de inteligencia, entre las cuales se pueden señalar las siguientes: inteligencia matemática, verbal, espacial, musical, cinestésica, naturalista, intrapersonal, interpersonal, existencial, relacional, creativa, entre otras.
El estudio del Dr. Kristensen determinó que el entorno –la familia, el ambiente y el estilo de crianza– serían los factores que más impactan en el C.I. de una persona. Las razones de Kristensen para reafirmar su postura son sencillas: no serían la biología ni los genes los que determinan el C.I. del primogénito, sino que la forma en cómo éste es criado, por las tareas que asume en la dinámica familiar y porque goza –por algunos años– de la atención exclusiva de los adultos que lo rodean.
A lo anterior se suma, que los primogénitos –al ser criados como individuos más serios, responsables y competitivos– pueden llegar a tener mayores ingresos económicos, e incluso, mejor salud que sus hermanos menores.
Digamos, finalmente, que de nada servirá tener una dotación genética de excelencia, si el niño no recibe en el medio ambiente en el cual se cría de las atenciones, las estimulaciones, la alimentación y el cuidado que necesita para el desarrollo integral del potencial con el que viene dotado.