Por Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)
La educación emocional tiene su fundamento en un constructo denominado “Inteligencia Emocional” que nació gracias a las investigaciones del Dr. Peter Salovey y del Dr. John Mayer, un concepto que floreció –y que se hizo célebre– gracias al gran trabajo de divulgación que realizó el Dr. Daniel Goleman, uno de cuyos libros tenía, precisamente, el título “La Inteligencia Emocional”, obra que tuvo una gran repercusión a nivel mundial.
La inteligencia emocional se vincula con un conjunto de capacidades y habilidades por medio de las cuales las personas son capaces de percibir, identificar, regular y expresar eficazmente sus emociones, al mismo tiempo que reconocer, interpretar y comprender las emociones de los demás, lo que, en esencia, nos permite desarrollar un comportamiento de carácter adaptativo al entorno que nos rodea. Lo anterior, implica el acto de utilizar el conocimiento de las propias emociones con la finalidad de resolver y solucionar diversos problemas que pudiera enfrentar una determinada persona.
En este sentido, mediante su aprendizaje estamos en condiciones de utilizar nuestras emociones y nuestra capacidad de razonamiento con el fin de establecer relaciones interpersonales que tengan un carácter esencialmente positivo, armónico y que benefician a todos los participantes de la relación.
Este proceso de aprendizaje emocional tiene una serie de grandes ventajas: (a) ayuda a las personas a gestionar de mejor forma las emociones propias y las de los demás, (b) permite fijar y alcanzar objetivos realistas, (c) facilita el acto de empatizar con quienes nos rodean, al mismo tiempo que (d) nos permite afrontar de manera exitosa los retos y decisiones que deberemos tomar en el transcurso de nuestras vidas.
Ahora bien, cuando tenemos a una comunidad, a una sociedad o a un país entero que está dividido, polarizado y atrincherado en posturas que son irreconciliables acerca de un mismo hecho o evento, el primer paso para sacar adelante a dicha sociedad y a las personas involucradas en este grave problema, es buscar la forma de ponerse de acuerdo en torno a la siguiente y crucial pregunta: ¿están las partes en conflicto dispuestas a realizar un esfuerzo conjunto que permita superar, de una vez por todas, el dilema?
Si la respuesta es negativa, entonces no hay mucho que se pueda hacer. Pero si la respuesta fuera afirmativa, entonces tenemos una extraordinaria y potente fórmula a nuestra disposición que ha sido estudiada, analizada y validada por muchos estudiosos y expertos en la materia, a saber, la “educación emocional”.
Al respecto de las grandes contribuciones que se han hecho a esta importante materia bajo análisis, conjuntamente con destacar los grandes aportes de los ya mencionados Peter Salovey, John Mayer, Daniel Goleman, es preciso agregar importantes figuras científicas como el Dr. Howard Gardner –gestor e impulsor de las “Inteligencias Múltiples”– y el Dr. Walter Mischel, quien con su libro “El test de la golosina” demostró el rol clave que juega el “autocontrol de impulsos” en relación con el desarrollo de la inteligencia emocional.
No obstante que en estas últimas décadas hemos aprendido a recordar y honrar a quienes han sido víctimas de atropellos, abusos y torturas, no hemos sido capaces de aunar voluntades y esfuerzos para efectos de sanar, crecer y avanzar como país, y nos hemos quedado anclados en un pasado triste y doloroso.
Es por esta razón que resulta relevante destacar la importancia de la educación emocional a todo nivel –social, político, educacional– como la única vía que nos puede conducir a la sanación del alma nacional y la búsqueda de un bien superior: el bien común. Eso por un lado.
Por otra parte, lo que al parecer no mucha gente sabe –o no se da cuenta–, es que las personas que desarrollan su inteligencia a nivel emocional disfrutan de una mejor salud física y mental, en función de lo cual, desarrollar esta cualidad se hace indispensable y fundamental para efectos de tener una vida plena, sana y satisfactoria.
Las razones para destacar lo anterior serían simples de comprender, si tan sólo prestáramos un poco más de atención a lo que nos señala el Dr. Goleman en varios de sus escritos. Es así, por ejemplo, que Goleman, en uno de sus libros, consigna que la vida está sembrada de altibajos, a raíz de lo cual, nosotros debemos aprender a mantener el equilibrio, por cuanto, “las emociones que quedan fuera de nuestro control tienen el poder de convertir a las personas más inteligentes en personas estúpidas”.
Por lo tanto, el acto de mantener en jaque a aquellas emociones que nos estresan y angustian, representa la clave para lograr nuestro bienestar emocional, ya que cuando las pasiones y las emociones desbordadas se hacen presentes en el sujeto, el equilibrio se rompe y la mente emocional, lisa y llanamente, secuestra y somete bajo su dominio a la mente racional. ¿Por qué razón se produce esto? Muy simple: las emociones negativas que son muy intensas absorben toda la atención de la persona y, en consecuencia, obstaculizan e impiden cualquier intento de atender a otra cosa.
En este sentido, el control de la vida emocional –o el “autocontrol de impulsos” señalado por el Dr. Mischel–, así como su subordinación con la finalidad de lograr un determinado objetivo se torna esencial para estimular, focalizar y mantener la atención, la motivación y la creatividad de las personas.
Tal como muy bien lo destaca el Dr. Goleman: tenemos, en cierto modo, “dos cerebros y dos clases diferentes de inteligencia: la inteligencia racional y la inteligencia emocional, y nuestro funcionamiento en la vida está determinado por ambas”.Digamos finalmente, que la inteligencia emocional constituye una “aptitud maestra”, una facultad, una habilidad que influye de manera profunda sobre todas nuestras otras facultades, ya sea favoreciéndolas o bien dificultándolas.