Gabriela Mistral y el trabajo bien hecho

Publicado por Equipo GV 4 Min de lectura

Por Alfredo Gorrochotegui Martell
Profesor Titular Facultad de Psicología y Humanidades Universidad San Sebastián

Un 7 de abril de 1889, hace exactamente 135 años, nace en Vicuña, Lucila de María Godoy Alcayaga. La futura poeta, escritora, maestra, directora de liceos femeninos y cónsul. La futura profesora y conferencista invitada a universidades fuera de Chile. La futura laureada con cinco doctorados honoris causa. La futura primera persona y mujer de Latinoamérica galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 1945; y luego de esto, tal vez un poco tardíamente, la merecedora del Premio Nacional de Literatura de Chile en 1951. Y, para seguir mostrando sus logros en 2018, la reconocida y valorada como una de las 100 mujeres que cambiaron al mundo, según la revista “BBC History”.

Hoy quiero recordar que esta mujer con tales credenciales nos legó —entre otros muchos temas y valores— la importancia de hacer muy bien nuestro trabajo profesional. Les dirá a los más chicos en un poema intitulado “El maestro rural” de 1917: “Son benditos niños, todos los oficios, // el abrir los suelos y el moldear el pan, // el besar con boca convulsa cilicios: // ¡todos modos hondos, dulces ejercicios // por los que los hombres, rumbo a Dios se van!”. Para Mistral, todos los trabajos tanto manuales como intelectuales, “son benditos”, es decir, venerables, respetables, dignos, y por meritorios, llevan a Dios si son realizados con buena intención. Para Mistral, todo trabajo es un “modo hondo”, un “dulce ejercicio”, una actividad recóndita que influye en quien la realiza. El trabajo modifica a la persona por dentro: forja su carácter, desarrolla en ella virtudes y aptitudes, la hace aprender a convivir y a cooperar con los demás, contribuyendo así al bienestar de la sociedad.

Pero Mistral destacó su mayor preocupación denunciando el trabajo mal hecho. Lo expresó en la “Conferencia para maestros: el cultivo del amor patrio” de 1916: “domina una pereza general, tanto en jefes como en subalternos, para cumplir y hacer cumplir religiosamente el deber de cada uno; se encuentra natural que todo se haga a medias; que ningún servicio público funcione a la perfección, que ninguna obra merezca el título de excelente, sino apenas el de mediocre”.

Un trabajo mediocre, realizado a medias, hace mucho daño no solo al destinatario, sino especialmente a quien lo realiza. Un trabajo realizado con perfección es una actividad con detalle, poniendo en ella toda la humana atención y concentración posibles, realizándola del mejor modo, bien acabada, ordenada, hecha con cariño y con actitud de servicio, con una sonrisa en el rostro, para que quien la reciba se sienta auténticamente servido. Son ejemplos de esto que se ha dicho: un mensaje o un informe bien redactado, que pueda ser entendido a la primera lectura; una buena clase, bien organizada, con actividades que realmente procuren el aprendizaje de los estudiantes.

La misma Mistral fue ejemplo de trabajo bien hecho. Jamás entregó a la prensa o a editorial alguna un poema o un texto en prosa sin haberlo corregido hasta estar totalmente satisfecha. Y si un nuevo editor le pedía un mismo poema ya publicado anteriormente en otro lugar, lo volvía a revisar y le hacía retoques, añadidos y cambios. Así, Gabriela Mistral nos legó ese valor que tanta falta hace en nuestros tiempos y en nuestra Latinoamérica: trabajar bien y con perfección. O con palabras de nuestra poeta, con un “desempeño cumplido y leal de nuestra profesión” o, más bien, con un “cumplimiento perfecto de nuestro menester”.

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