El origen del Día Internacional de la Madre Tierra y los desafíos ambientales de la hora presente

Publicado por Equipo GV 8 Min de lectura

Por Marisol Durán Santis, Rectora Universidad Tecnológica Metropolitana, UTEM.

El Día de la Madre Tierra se celebra anualmente, cada 22 de abril, y constituye uno de los hitos de mayor envergadura del movimiento ambiental en todo el planeta. Busca poner atención sobre el medioambiente y promover la conservación ambiental y la sostenibilidad. Según consigna el Informe sobre Riesgos Globales 2024 del Foro Económico Mundial, los riesgos ambientales representan la mitad de los diez principales riesgos en la próxima década, incluyendo los fenómenos meteorológicos extremos, los cambios críticos en los sistemas de la Tierra, la pérdida de biodiversidad y el colapso de los ecosistemas.

El Día de la Tierra comenzó cuando millones de personas salieron a las calles de las ciudades y pueblos de Estados Unidos el 22 de abril de 1970 en manifestaciones por el daño que se estaba causando al planeta y sus recursos. Los manifestantes paralizaron la Quinta Avenida de Nueva York. Era la irrupción de conciencia ciudadana respecto del impacto ambiental del auge consumista de la posguerra. Los derrames de petróleo, la contaminación fabril y otras amenazas ecológicas iban en crecimiento, sin que existiera legislación para evitarlos. A estos hechos se les considera el nacimiento del movimiento ecologista moderno.

Las protestas callejeras de 1970 tuvieron su origen en los claustros universitarios y dejaron una huella perdurable en la política de los Estados Unidos. Así, a finales de 1970 se creó la Agencia de Protección del Medio Ambiente (EPA, por su sigla en inglés) y se promulgaron leyes para proteger el medio ambiente, como la Ley Nacional de Educación Ambiental, la Ley de Seguridad y Salud en el Trabajo y la Ley de Aire Limpio. Pronto se promulgaron otras leyes para proteger la calidad del agua y las especies amenazadas, así como para controlar el uso de productos químicos y pesticidas.

El Día de la Tierra fue más allá de las fronteras de los Estados Unidos en 1990. Alrededor de 200 millones de personas de 141 países se movilizaron, abriendo paso a la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo de 1992 en Río de Janeiro.

La “Cumbre de la Tierra”, como se la conoció, dio lugar a la creación de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y el Convenio de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica, junto con la Comisión de Desarrollo Sostenible, formada para supervisar la aplicación de los acuerdos de la Cumbre.

La expansión de la conciencia verde en los pueblos y naciones del mundo tuvo un nuevo hito cuando, recogiendo la historia recorrida en esta materia, el Día Internacional de la Madre Tierra fue establecido en 2009 por la Asamblea General de las Naciones Unidas. La Resolución reconoce que “la Tierra y sus ecosistemas son nuestro hogar” y que “es necesario promover la armonía con la naturaleza y la Tierra”. El término Madre Tierra se utilizó porque “refleja la interdependencia que existe entre los seres humanos, otras especies vivientes y el planeta que todos habitamos”. 

En nuestro país, una de las manifestaciones más multitudinarias en democracia, incluso antes de la movilización estudiantil de 2011, fue la marcha en contra de la megarepresa de Hidroaysén. Luego vinieron protestas en Freirina, Huasco, Coronel, Tocopilla e Isla Riesco. Todas fueron manifestaciones sociales que exigían desarrollo con perspectiva ambiental y, sobre todo, con respeto a los Derechos Humanos. Sin medio ambiente limpio, señalaban, es imposible poder ejercer los derechos al trabajo, la educación, la salud y la alimentación. 

En el período más reciente, el movimiento del Día de la Tierra ha orientado su atención a la creciente realidad de la crisis climática, levantando la necesidad actuar urgentemente para enfrentar al calentamiento global de la Tierra, señalando que esta crisis tiene implicancias directas en la sostenibilidad de la nuestra especie o al menos en vivir dignamente.

El último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) afirma que, si no se adoptan medidas urgentes para frenar las emisiones de gases de efecto invernadero, el mundo camina hacia alcanzar en 2100 temperaturas 3,2º C por sobre los niveles preindustriales. Este nivel de calentamiento sería catastrófico para el planeta y toda la vida que lo habita, incluidos ciertamente los seres humanos. Así las cosas, el año 2023 ya fue el más caluroso jamás registrado.

No existe otra materia que comprometa tan profundamente la vida de la humanidad y de todas las formas de vida. Siempre hemos sido absolutamente interdependientes y hoy somos más conscientes de eso. Por ello, la Universidad Tecnológica Metropolitana (UTEM) del Estado de Chile tiene la sustentabilidad como uno de sus sellos institucionales, porque entendemos que en este ámbito se juega en gran medida la materialización de la responsabilidad social de las instituciones públicas y estatales de educación superior, lo que se expresa en aportar desde la academia al enfrentamiento del cambio climático y la pérdida de la naturaleza y por sobre todo formar profesionales que tengan en su matriz una ética que plantee una nueva relación con la naturaleza.

Con esa óptica abrimos recientemente las puertas de la Casa Central de nuestra Universidad para recibir a cerca de 60 ponentes y expositores de diversos países de Iberoamérica, seleccionados por una comisión ad hoc de la Red Campus Sustentable, en el contexto del Congreso Iberoamericano de Educación para la Sustentabilidad en Educación Superior. Este evento puso el centro en las experiencias de intervención directa en la que pueden aportar las instituciones de educación superior, tanto en el diseño de política pública como en su evaluación, y pensar en modelos de desarrollo e industrialización con un enfoque ambiental potente. Hoy el país mantiene una base extractivista –diversificada, pero extractivista–, por lo que podemos y debemos crear nuevas tecnologías que disminuyan el impacto de estas actividades, generar formas de mitigación y promover la perspectiva socioambiental. 

Es indispensable promover este movimiento de envergadura mundial que se expresa en el Día de la Madre Tierra, para actuar como ciudadanos y personas, desde la academia, la sociedad civil y las comunidades. Nuestras vidas y el futuro dependen de aquello.

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