Creatividad e imaginación: ¿solo para genios?

Publicado por Equipo GV 8 Min de lectura

Por Dr. Franco Lotito C.www.aurigaservicios.cl
Conferencista, investigador y escritor (PUC)

“La creatividad es la inteligencia divirtiéndose” (Albert Einstein, científico y ganador del premio Nobel de Física).

La creatividad es aquella capacidad que tienen algunas personas de dar respuestas originales frente a diversos problemas y desafíos con los que se enfrenta un determinado sujeto día a día. La creatividad también puede ser vinculada con conceptos tales como “pensamiento original”, “pensamiento divergente” o “imaginación constructiva”.

Para las personas que no lo saben, destaquemos la siguiente aseveración de los expertos: “La creatividad se desarrolla y se aprende de igual forma de cómo se aprende a leer”, por lo tanto, no es una habilidad que sea propia sólo de genios o de gente brillante, ya que el potencial creativo existe en todos nosotros, razón por la cual, no es necesario poseer rasgos de personalidad o de inteligencia que sean excepcionales, a fin de desarrollar la creatividad. La creatividad representa un poder sin límites, pero está coartada demasiado a menudo por –y es prisionera de– una educación errada y de mala calidad.

Albert Einstein en su fructífera vida como científico expresó varios pensamientos en relación con la creatividad. En una de estas reflexiones Einstein señaló que “la lógica te llevará de A a B, pero la imaginación te llevará a todas partes” y a Einstein lo condujo a plantear la Teoría de la Relatividad, teoría que más de 100 años después sigue dando mucho que hablar.  En este sentido, la creatividad es aquella cualidad que nos permite quebrar el marco cognitivo habitual, con el fin de ver y observar las cosas desde un punto de vista totalmente distinto y exponencial.

El investigador británico  Ken Robinson, un experto reconocido a nivel mundial en el ámbito de la creatividad y la educación, asegura en su libro “Escuelas creativas” que las escuelas de todo el mundo –salvo honrosas excepciones de países como Noruega, Japón, Finlandia, Singapur,  Dinamarca, Suecia–  desperdician el talento y “matan la creatividad” de millones de estudiantes muy tempranamente porque están impulsadas, principalmente, por intereses políticos y comerciales y, además, porque tienen una idea totalmente errada de cómo aprenden las personas, razón por la cual, Robinson pide a todos aquellos gobiernos que realmente se interesan por una educación  de calidad de los niños –cuyos principales ingredientes activos deberían ser, precisamente, la imaginación, la curiosidad y la creatividad– revertir el inmenso daño que se está haciendo a la humanidad  y al progreso de  una nación, cuando se frena, coarta e inhibe el poder creativo que las personas portan en su interior por medio de una educación de mala calidad, una educación trasnochada que está equivocada tanto en la forma como en el fondo.

Diversos investigadores han demostrado que la educación formal actual anula la creatividad infantil, dando lugar, a personas adultas poco curiosas intelectualmente, pasivas, sin capacidad de respuesta y cuasi ignorantes. Se habla incluso de la existencia de personas “analfabetas funcionales”, es decir, de personas que alguna vez aprendieron a leer y a escribir, pero quienes, por desuso, olvidaron y/o perdieron estas habilidades.

Lamentablemente, lo que se privilegia hoy en día es la mediocridad, el “aprendizaje de memoria” y la repetición automática y robótica de la materia que enseñan los docentes, quienes, por razones de una débil formación académica, por falta de tiempo, frustración profesional, por falta de recursos, mala infraestructura, desinterés, por falta de vocación, bajos salarios, agotamiento, estrés, etc., se desentienden totalmente del acto de asegurarse si el estudiante comprendió –o no– aquello que ahora está repitiendo como “papagayo” ante el profesor. Es más: el estudiante es castigado si no repite textualmente lo que el maestro le enseñó. Las notas, las pruebas y los exámenes se convierten en la finalidad última del sistema educativo –en lugar de usarse como un método de diagnóstico–, sin que le importe un rábano a nadie cómo llegó el estudiante a obtener sus notas y si realmente “aprendió” las materias impartidas.

Se ha demostrado, asimismo, que muchas universidades orientadas al lucro (y universidades públicas también) entregan “títulos profesionales de baquelita” –es decir, basura inservible–, tal como lo expresó literalmente un ex ministro de educación, en que el “profesional” egresado, demasiado a menudo, tiene severos problemas para leer de corrido y comprender pensamientos e ideas abstractas.

La pregunta entonces es: ¿cómo se espera que una persona sea creativa bajo estas condiciones? Respecto de los datos entregados, el experto en creatividad Ken Robinson hace una afirmación que resulta atemorizante: el sistema educativo ha sido concebido para satisfacer las demandas de una sociedad industrializada: mano de obra disciplinada y barata con una preparación técnica mínima para servir los intereses del Estado, sin importar quién esté gobernando, mientras los ciudadanos agachen la cabeza y no sean capaces de pensar por sí mismos.

La buena noticia, es que todos estamos en condiciones de reactivar nuestra capacidad para ser creativos, aunque esta capacidad esté dormida o enterrada en nuestro subconsciente. Frente a esta realidad, los padres que tienen hijos pequeños, tienen un tremendo desafío por delante: lograr que la curiosidad y el pensamiento creativo de sus hijos ganen espacio, puedan crecer y  desarrollarse sin limitaciones.

Ser creativos exige que reestructuremos el pensamiento, de forma tal que seamos capaces de modificar la forma en que enfrentamos los problemas y, por esta vía, estemos en condiciones de probar distintas soluciones, hasta encontrar aquella que sea mejor.

Es por ello, que los padres deben preocuparse por –e involucrarse en– la educación de sus hijos, ya que el origen de la “personalidad creativa” hay que formarla y forjarla en los primeros años de vida. ¿Cómo se logra esto? Cuando los niños tienen la libertad –y la posibilidad– de imaginar, cuestionar, transformar y cambiar las ideas preconcebidas, por intermedio del apoyo de dibujos, movimientos corporales, realizando juegos, explorando espacios y cosas nuevas, dando rienda suelta a su imaginación y alimentando la insaciable curiosidad del niño, sin que se los castigue por equivocarse. Son pocos los maestros –y menos aún los padres– que son capaces de responder, día tras día, con paciencia, con agrado y con respuestas que, además, tengan un fundamento a la base, la eterna y típica pregunta infantil: “Profesor (papá, mamá) ¿por qué…?” y hasta ahí queda la pregunta.

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