Por Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Conferencista, escritor e investigador (PUC)
Si bien el calificativo de “persona fría” o “distante” no representa una clasificación o categoría con la cual se trabaje en el ámbito de la psicología, son conceptos que se utilizan en el lenguaje popular para efectos de referirse a una serie de características personales que sí son estudiadas por la ciencia del comportamiento.
En las relaciones interpersonales y de carácter social el toparse con personas con rasgos de personalidad que pudiésemos considerar como “extremistas” puede transformarse en una experiencia un tanto confusa, en la que pueden darse ciertas situaciones ante las cuales no sabemos cómo comportarnos o cómo reaccionar. La razón es simple de comprender: más allá del hecho de que todos nosotros esperamos el mismo –o similar– tipo de reacciones y/o conductas en las relaciones interpersonales, hay una realidad incuestionable, a saber, que ante nosotros “hay una amplia gama de predisposiciones psicológicas o actitudes personales con las que muchas personas enfrentan la vida social” que pueden, efectivamente, llegar a ser muy desconcertantes para muchos de nosotros.
Al respecto, es preciso tener muy en cuenta que no existe una única forma homogénea de comportamiento que pueda ser englobada dentro de los conceptos de “persona fría o distante”. En ocasiones, sucede que el hecho de que una persona se comporte con nosotros de esta manera puede representar un problema o un obstáculo a fin de poder establecer una dinámica de comunicación o de colaboración que sea positiva y recíproca, en tanto que en otras ocasiones –y para otras personas– esa condición de frialdad y distanciamiento no representa dificultad o problema alguno.
En este sentido, debemos ser capaces de comprender que si una persona tiende a comportarse con nosotros de una manera fría o distante, no significa en absoluto que lo haga debido a que tenga una actitud hostil hacia nosotros, por cuanto, puede haber una serie de otros factores que estén jugando un rol en dicho comportamiento.
Es así, por ejemplo, que aquello que un tercero pueda interpretar como un “comportamiento distante” puede corresponder, en realidad, a una “falta de interés por las interacciones sociales” por parte del otro, o bien, a una inclinación del sujeto hacia la introspección, que es lo que ocurre, a menudo, con aquellos individuos que presentan una inclinación hacia la introversión, es decir, la preferencia por vivencias y experiencias relacionadas con la reflexión, la intimidad o el aprendizaje de tipo intelectual, aislándose de los demás, más que mostrar interés en interactuar con el exterior.
Asimismo, detrás de una persona algo fría y distante, detrás de esa supuesta gelidez se puede esconder un temor a resultar herida de la relación, bajo el principio de “la distancia me protege de sufrir” –respuesta llamada “apego evitativo”– o por simple inseguridad en sí misma. El “apego evitativo” es un concepto introducido por el psicólogo, John Bowlby, que podría explicar por qué razón se produce esa necesidad de algunas personas de marcar distancia.
El origen del concepto “apego evitativo” estaría en la infancia: cuando los niños(as) crecen con unos padres ausentes y que no siempre están disponibles para ellos, estos “menores asumen que sus necesidades emocionales no son importantes, lo que determina que, posteriormente, tiendan hacia la contención y a guardarse las emociones, sentimientos, anhelos y ansiedades” para ellos mismos. Más aún: existe el comprensible temor, que si se expresa una necesidad o alguna emoción, éstas sean sancionadas o ridiculizadas, de ahí que la frialdad o la distancia pudieran estar actuando como “mecanismos de defensa”.
También puede suceder que la persona en cuestión, sea un sujeto cauto, prudente o que le cuesta confiar en los demás, en cuyo caso, si alguien le causa una primera mala impresión, es altamente probable que aproveche cualquier ocasión que se le presente para construir un muro o alejarse al instante.
Por otra parte, –como seres humanos que somos–, tendemos a colocar “etiquetas” con mucha facilidad –y de manera arbitraria– a personas que no muestran el mismo patrón de conducta que la mayoría de la gente, siendo el calificativo “corazón de hielo” una de las tantas etiquetas, sin que el sujeto que pone la etiqueta haya comprendido en absoluto la complejidad que rodea al ser humano y sin considerar el hecho o la posibilidad de que la persona que tenemos frente a nosotros sufra, por ejemplo, un trastorno llamado “alexitimia”, es decir, la incapacidad –de acuerdo con las investigaciones del Dr. Francisco Alonso-Fernández– para “identificar, reconocer, nombrar o describir las emociones o los sentimientos propios, con especial dificultad para encontrar palabras para describir dichas emociones y sentimientos”, un trastorno que tiene gran trascendencia clínica y social.
A las personas afectadas de alexitimia les resulta extremadamente dificultoso captar las emociones o sentimientos ajenos, lo cual, de inmediato afecta su capacidad de empatizar con el otro, presentando claras dificultades para establecer un contacto afectivo con las personas de su entorno o de mantener una dinámica comunicacional fluida, lo que, a su vez, determina que las relaciones interpersonales sean algo estereotipadas y rígidas, con inclinación hacia el aislamiento, todo lo cual –en su conjunto– entrega la impresión de una personalidad adusta, seria, desinteresada o aburrida.
Es un hecho, que los hombres y mujeres que tienden a mostrar una cierta distancia emocional en el trato con los demás, llaman mucho la atención y, una vez más, caemos en la tentación de verlos como personas extrañas y, lejos de buscar comprender qué hay detrás de esa armadura, de inmediato los catalogamos de “insensibles”, “antipáticos”, “secos” o, peor aún, de “raritos”.
En lugar de caer en el juicio rápido y superficial, lo primero que debemos hacer, es dejar los prejuicios a un lado y considerar factores como la introversión que pueden llevar a la persona que tenemos frente a nosotros a ser más contenida a la hora de abrirse y conectar con los demás. Asimismo, es recomendable tener muy presente que la distancia, la desconfianza, la contención y frialdad con la que proceden algunas personas pueden estar actuando como “mecanismos de defensa”, ya sea, por experiencias pasadas, tales como cargar con el peso de una gran decepción, el haberse sentido traicionadas y abandonadas, o bien, haber sido objeto de mentiras por parte de individuos que ellas tenían en alta estima, todo lo cual, efectivamente, lleva a las personas a formar una suerte de coraza o caparazón refractario, donde todo rebota y no permite que nada entre en su zona de confort social.