Por Carolina Muñoz Vergara
Académica Unidad de Salud Pública Facultad de Medicina, U.Central
En 1987, durante el V Encuentro Internacional de Mujer y Salud en San José, Costa Rica, un grupo de mujeres activistas fijó el 28 de mayo como el Día Internacional de Acción por la Salud de las Mujeres, con la finalidad de reflexionar sobre las diversas causas de enfermedad y muerte que afectan la salud y vida de mujeres y niñas en todo el mundo. Desde entonces, se realizan diversas actividades para denunciar los problemas de salud sexual y reproductiva que enfrentan las mujeres y las niñas, así como las dificultades para acceder a información, atención y servicios de salud de calidad. Además, el derecho de las mujeres y niñas a disfrutar de una salud integral a lo largo de toda su vida es un derecho humano universal reconocido por el sistema internacional de derechos humanos.
Mujeres y hombres tienen diferentes necesidades de salud, pero ambos tienen el mismo derecho a disfrutar de una vida saludable. No obstante, para muchas mujeres y niñas, la discriminación de género socava sistemáticamente su acceso a la atención en salud, debido a factores como menos recursos financieros, restricciones en su movilidad, largas horas de trabajo doméstico, entornos laborales inseguros y violencia de género, para las cuales los mecanismos de prevención y protección a menudo resultan insuficientes.
Cada día mueren 830 mujeres por causas prevenibles relacionadas con el embarazo y el parto, lo que representa casi el 3% de la población mundial. La salud de las mujeres y niñas a lo largo de su ciclo vital es un problema multidimensional que abarca aspectos físicos, mentales, sociales y ambientales, las mujeres experimentan una serie de condiciones y necesidades específicas que requieren atención especializada y sensible a sus realidades. Sin embargo, persisten importantes brechas de género en el acceso y calidad de la salud, lo que se traduce en peores resultados en salud y bienestar para las mujeres, dejando de manifiesto las desigualdades estructurales existentes.
La educación es fundamental para empoderar a las mujeres y mejorar su salud. Programas educativos que aborden temas de salud sexual y reproductiva, nutrición y bienestar emocional pueden entregar el conocimiento y las herramientas necesarias para tomar decisiones informadas sobre su salud. Además, la educación debe promover la igualdad de género, desafiando los roles y estereotipos tradicionales que limitan sus oportunidades y autonomía.
La igualdad económica es otro pilar de la sostenibilidad en la salud de las mujeres. En Chile enfrentan brechas salariales significativas y una baja representación en posiciones de liderazgo, desigualdades que impactan directamente en la salud, ya que las mujeres con menos recursos tienen menor acceso a servicios de salud y enfrentan mayores niveles de estrés y precariedad. Políticas que promuevan la equidad de acceso a carreras del área STEM en niñas desde temprana edad, la equidad en el empleo y el apoyo a las mujeres emprendedoras, son esenciales para mejorar la salud de las mujeres y promover un desarrollo sostenible. La sostenibilidad en salud va más allá de la provisión de servicios médicos, implica la creación de un entorno que apoye el bienestar de las mujeres de manera holística. Esto incluye la educación, la igualdad económica y la justicia social. Una perspectiva sostenible en la salud de las mujeres debe considerar tanto los factores ambientales como sociales y políticos implicados en su bienestar, así como combatir los distintos tipos de violencias de género.