A los trabajadores chilenos, el establishment del neoliberalismo salvaje aplicado en el país por la derecha económica (sustentado, cobijado y mejorado por ciertos “izquierdistas renovados”) les ha negado la sal y el agua
QUE LA MARCHA se muestra andando, más que un refrán es una verdad irredargüible. En política, el aserto anterior constituye una armazón de aquellas que son vitales no sólo para ganar la voluntad y apoyo del electorado, sino para mantenerlos una vez conseguidos.
Pero, al parecer, en lo que hoy conocemos como ‘Nueva Mayoría’ lo anterior pesa poco y nada, pues al interior de esa coalición –y también en el gobierno- la soberbia es propietaria de una envergadura exponencialmente mayor a cualquier otra situación, asunto que ya ocurrió hace algunos años y tuvo a la vieja Concertación apoyada en las cuerdas del ring político, mareada y a punto de tirar la toalla como bloque unitario. La historia muestra tendencia a la repetición, y los dirigentes de la actual agrupación oficialista no dan señales de que sus actuaciones, en materia laboral, se condigan con lo prometido durante las campañas presidencial y parlamentaria.
Los trabajadores chilenos –la fuerza laboral del país- siguen siendo considerados elementos desechables por el actual sistema económico, lo que redunda en irrespeto hacia quienes no son propietarios de medios productivos, sean estos bienes o servicios. Cualquier alumno de primer semestre universitario puede informarles a parlamentarios, gobierno y dirigentes empresariales que lo fundamental en la economía de un país es la Producción, y que ella está conformada por diversos factores, entre los que sobresale con énfasis y relevancia el Trabajo Humano, mismo que en el mediano y largo plazo resulta irreemplazable por máquina o animal alguno.
No obstante, a este factor productivo se le obstaculiza en los hechos concretos se le colocan obstáculos cuando desea organizarse al mismo nivel que lo han hecho los empresarios, quienes poseen numerosas cofradías mediante las cuales influyen de manera directa en las decisiones políticas que son (o deberían ser) resortes exclusivos dos poderes del Estado Ejecutivo y legislativo). La Sociedad Nacional de Agricultura (SNA), la Sociedad Nacional de Minería (SONAMI), la Sociedad de Fomento Fabril (SOFOFA), la Confederación de la Producción y el Comercio (CPC), constituyen referentes poderosos de los grupos patronales, los mismos que en una u otra medida –a través de sus representantes en los, poderes del estado ya citados- obstaculizan cualquier intento de los trabajadores por contar con organizaciones fuertes y apoyadas por las tiendas políticas en la construcción de redes legislativas que vayan en defensa del menos poderoso (económicamente) de los ya mencionados factores de la producción.
Es por ello que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) propugna el “tripartismo laboral” para la discusión y aprobación de sus recomendaciones en estas materias. La OIT siempre ha privilegiado que a la misma mesa se sienten representantes del estado, de los empresarios y de los trabajadores, con el mismo poder de voto… es el ‘tripartismo’. En Chile, rara vez se da, ya que tal situación funciona sólo si los participantes cuentan con una organización sólida. El Estado –a través del gobierno y sus ministerios- lo es, al igual que la clase empresarial con sus organismos de influencia. Pero, a los trabajadores se les atomiza, se les divide, cuando no se les persigue abiertamente, impidiéndoles presentar una organización de fuste al momento de conformar el llamado ‘tripartismo’.
Es así, entonces, que la realidad del sindicalismo chileno debería mover a la preocupación de todos los otros actores de la Producción, pues tanto el Capital como la Empresa y el Estado saben a ciencia cierta que si el factor Trabajo se siente explotado y desarraigado del sistema, todo el engranaje del mismo sufrirá percances cada vez más graves, con consecuencias que alcanzarán a todo el conjunto de la sociedad. Sin embargo, la dura verdad dista mucho de cualquier pretensión positiva para la clase trabajadora.
Es un hecho conocido que las brechas económicas se combaten exitosamente mediante los procesos d negociación colectiva, y muchas naciones dan fe de ello, como es el caso de España, Francia, Inglaterra, Brasil, Argentina, etcétera, países donde más del 70% de los trabajadores tienen derecho a negociar colectivamente, y ella es la mejor fórmula para disminuir significativamente una brecha económica sin necesidad de dolores financieros ni crisis de ningún tipo. En Chile solo el 8% de los trabajadores tienen derecho ‘legal’ a negociar colectivamente, así como solamente el 20% de quienes con forman el mundo laboral está sindicalizado. Por cierto, es casi de perogrullo recordar que la única forma que tienen los trabajadores para negociar exitosamente de manera colectiva es a través de una organización sólida, en este caso, sindical preferentemente.
Pero el problema no se agota en la oposición de empresarios ni en la corrupta desidia de las tiendas políticas, ya que una de las principales centrales sindicales existentes en Chile, la CUT (Central Unitaria de Trabajadores), ha sido y sigue siendo dirigida por un grupo de personas adictas al poder, o a las migajas que de ese poder escapen mesa abajo, pero con no poca habilidad sus máximos dirigentes han logrado embaucar a las masas trabajadoras con el cuento de “la lucha del obrero contra la injusticia patronal”, sin que tal grito haya tenido correspondencia en los hechos mismos. Por el contrario, hoy es posible corroborar la calidad de obsecuentes serviles que distingue a tales directivos de la central mencionada, para contentamiento del empresariado expoliador y sus representantes en el gobierno.
El miedo a la libertad (asunto sobre el cual escribió de manera brillante Erich Fromm) ha alcanzado su expresión máxima en nuestro país, no solamente en algunas tiendas políticas otrora izquierdistas y hoy entregadas a los aromas del aceite neoliberal, sino, también, en la mismísima principal organización de los trabajadores de Chile, la CUT que hoy dirige Bábara Figueroa, cuyo “bacheletismo” se palpa a distancia, lo que convierte a esa central, peligrosamente, en una vulgar correa de transmisión del gobierno actual.
A los trabajadores chilenos, el establishment del neoliberalismo salvaje aplicado en el país por la derecha económica (sustentado, cobijado y mejorado por ciertos “izquierdistas renovados”) les ha negado la sal y el agua, ya que los “chicago boys” –y después los mayordomos concertacionistas- abrieron las puertas a predadores y frescolines que se asociaron en “empresas de asesorías laborales” apoderándose de la representación de sindicatos y federaciones a la hora en que ellas debían negociar colectivamente.
La capacitación, elemento fundamental (vital) para la formación de cuadros negociadores y dirigenciales de buen nivel, por acuerdos no escritos ratificados por el duopolio binominal Alianza-Concertación en estos últimos 20 años, privó a los trabajadores de contar con una institución de fuste para su formación y capacitación no sólo en lo sindical sino, también, en lo técnico, como había sido el Instituto Nacional de Capacitación Profesional (INACAP), creado por la CORFO y el Presidente Frei Montalva el año 1966, que terminó siendo regalado por el dictador Augusto Pinochet a la CPC (Confederación de la Producción y el Comercio) el año 1988.
De esta forma entonces, el tripartismo laboral, las legislaciones protectoras del Trabajo Humano como factor fundamental de la Producción, el derecho a la sindicalización y a la negociación colectiva, la formación y capacitación de líderes negociadores que sean realmente independientes de las órdenes políticas partidistas y/o patronales, siguen siendo una quimera en nuestro país.
Por Arturo Alejandro Muñoz
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la cut, apendice del empresariado y el gobierno, los trabajadores con sueldos de miseria y sportando abuso tras abuso, y nadie le pone el cascabel al gato, estos poliricos y dirigentes corruptos no nos representan nuestros interses, a castigarlos y a rebelarse de uba vez por todas contra tanta injusticia