Réquiem para la Bahía de Quintero

Publicado por Equipo GV 6 Min de lectura

Por Pedro Serrano Rodríguezpedro-serrano
Académico Departamento de Arquitectura
Universidad Técnica Federico Santa María

En algún momento, hace un par de años, describimos cómo la zona de Puchuncaví y Ventanas se había convertido en una “zona de sacrificio”, una definición –no admitida en nuestra ley– que busca calificar aquellos territorios donde el abuso ambiental de industrias y prospecciones de todo tipo, convierten un espacio con anterioridad poblado y sano, en una zona con su suelo, su aire y sus aguas, contaminado e insalubre para desarrollar la vida humana, animal y vegetal.

Con sus varias termoeléctricas, sus industrias químicas, su puerto de desembarque de carbón y de petróleo, su terminal de gas natural licuado, su fundición de cobre, todas ellas durante varios años han emitido metales pesados, dióxidos de azufre, desincrustantes y un largo etcétera. Según la historia, el desastre se inició hace unos 50 años. En todo ese tiempo, el Estado de Chile ha logrado establecer una paradigmática zona de sacrificio, paradigmática en términos de ser un ejemplo o modelo de aquello que nunca debió suceder.

Con altos índices de cáncer, los mayores de nuestro país, con episodios repetidos de contaminación del aire con dióxido de azufre, en la trágicamente famosa escuelita de La Greda, la recomendación humanamente aceptable era considerar que dicho territorio no es habitable y no lo sería por muchos años más. Tal grado de contaminación es irreversible en muchas décadas a futuro, aun cuando el proceso se detuviese hoy. Debiera ser un deber moral, cívico, de salud, de derechos humanos, trasladar sus habitantes a lugares equivalentes, indemnizarlos por todas esas muertes y sufrimientos y –honestamente– aceptar que el concentrado desarrollo industrial de esa área, al no tener consideraciones ambientales y humanas profundas en su planificación y desarrollo, ha logrado la creación de una “zona de sacrificio” irremediable.

Sin embargo, lo anterior pasaba en tierra firme, la que rodea lo que conocemos como la bahía de Quintero, otrora fértil en productos del mar, tanto en peces como en moluscos y crustáceos, con praderas marinas de cochayuyo y luche.

Actualmente hay dos antiguas comunidades de pescadores en esa bahía, con zonas de cultivos marinos. Donde antes estaban los changos en sus balsas de cuero de lobo marino, donde abundaban las machas, los locos, las almejas, los congrios, las viejas y los pejeperros. Actualmente, el fondo es un desierto fangoso y estéril y con un mar sobre el que se han derramado aguas servidas, ácido sulfúrico, carbón mineral, aguas de refrigeración de termoeléctricas con toneladas de desincrustantes, aguas además calientes y mortales, cientos de toneladas de día y noche por muchos años y al final, por supuesto, y varias veces, derrames importantes de petróleo crudo cuya infinitésima capa de disolución cubrirá toda la superficie de la bahía.

La bahía de Quintero ya está biológicamente muerta, habrá que aceptarlo; cualquier cosa que se pesque o cultive en el mar –también en tierra–, estará sometida a ambientes tan tóxicos, que si lograsen crecer allí, serían un peligro para los humanos.

Los desincrustantes han matado todos los moluscos, ha habido varazones de sardinas, pobrecitas ellas, que son migratorias y tuvieron la mala suerte de entrar a la bahía; en resumen, los pescadores locales saben perfectamente que su bahía ha sido biológicamente asesinada por nuestro estilo de desarrollo. El progreso ha generado una extensa área de sacrificio y una bahía de inmolación industrial.

Quienes habitan allí y vivían de la agricultura, la pesca o simplemente vivían; debieran emigrar, por salud y protección de sus vidas. Debieran ser compensados por las empresas que han lucrado con el territorio y el Estado que ha permitido el desastre durante 50 años. No se le puede mentir a la gente. La civilización ya los ha expoliado; someter a las futuras generaciones locales a tal grado de toxicidad territorial resulta irresponsable, esto no es alarmismo es una constatación -–si lo quieren– estadística.

Aquí durante muchos años hemos irrespetado los derechos humanos de numerosas familias rurales locales. Por supuesto, nadie se quiere ir de su territorio, donde nació creció y crió a su hijos; es difícil asumir que la situación es peligrosa, que las dosis de contaminantes se adquieren de a poco, que el cáncer se viene arrastrando desde la infancia…

Lo que estoy planteando es que en este caso –como otros en Chile–, estamos ante una responsabilidad país, sectores público y privado incluidos. Que en 50 años son muchos los gobiernos culpables. Pero, que a esta altura de la Historia, el año 2014, habría que admitir que el territorio de Puchuncaví y Ventanas y la bahía de Quintero, son zonas de sacrificio industrial peligrosas para desarrollar la vida humana.

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