El novelista británico Nick Hornby animaba en el pasado festival literario de Cheltenham a quemar en una fogata los libros complicados. A no perseverar con esa novela que se instala en la mesita de noche como un parásito porque su lector es incapaz de leerla pero no quiere admitir su derrota. “Cada vez que seguimos leyendo sin ganas reforzamos la idea de que leer es una obligación y ver la tele es un placer”, afirmaba, en un elogio de la lectura como actividad hedonista.
Al hilo de su participación, muchos foros discutieron qué títulos son los más indigestos, una versión más del eterno debate de si se leen obras complicadas para poder decir que se han leído más que por el placer de leerlas. Algunos llevan esta idea demasiado lejos. Pero son muchos los que opinan que “la vida es demasiado corta para leer libros demasiado largos”.
He aquí una lista de tomos que cargan con el estigma (injusto a menudo) de ser inacabables.
1.- El Arco Iris de la Gravedad de Thomas Pynchon: En el capítulo Girl in the Big Ten de la temporada 13 de Los Simpsons, la pequeña Lisa se quiere hacer pasar por una estudiante de instituto. En una escena fisga en la taquilla de una estudiante y descubre este novelón. La conversación que mantienen las dos se desarrolla así: “¿Estás leyéndote El arco iris de la gravedad?”, le pregunta la pequeña Simpson. “Bueno, lo estoy releyendo”, contesta la estudiante. Esta broma, y el hecho de que aparezca en esta serie, resumen hasta qué punto esta y otras novelas del autor más misterioso de la literatura estadounidense ha alcanzado el estatus de literatura ilegible. No para todos, claro. Es famoso el profesor George Lavine, que anuló sus clases para encerrarse durante tres largos meses de 1973 con el único objetivo de engullirla. Cuando salió de su reclusión afirmó que Pynchon era lo mejor que le había pasado a las letras estadounidenses del siglo XX.
2.- Crimen y Castigo de Fiodor Dostoievski: De poco sirve que se pueda leer como un thriller psicológico y torturado que no se resuelve hasta el último párrafo. Quizás por su título, que algunos consideran aplicable a lo que representa su escritura y su lectura, pocos no se atreven ni a tocar con un palo los delirios de Raskolnikov, o los dejan a la sexta muestra de tormento.
3.- Guerra y Paz de León Tolstoi: Otro ejemplo de la literatura rusa, que se suele colocar en este tipo de listas con bromas como: “Lamentablemente, no llegué ni al primer disparo de la guerra”. Aunque muchos lo consideran una lectura trepidante ambientada en la invasión napoleónica de la Madre Rusia, preferirían ver la versión cinematográfica. Carga con el estigma recurrente de que leer a los rusos es complicado y más fatigoso que escalar algún pico de los Urales. Su autor lo escribió convaleciente, después de romperse un brazo tras caerse de un caballo. Algunos lectores declaran en este tipo de debates haberse sentido así durante su lectura.
4.- Orgullo y Prejuicio de Jane Austen: Otra novela que esconde claves en su título. Algunos lectores la acaban por lo primero, por orgullo, y otros ni se acercan por lo segundo, por puro prejuicio. Es una cumbre de los bisbiseos y los tejemanejes románticos, incluso cómicos, pero el lector contemporáneo a menudo se harta de las tensiones sexuales que sí celebra en las telecomedias. Este lector poco paciente no es el único. El genio Mark Twain llegó a declarar: “Cada vez que leo Orgullo y prejuicio me entran ganas de desenterrarla y golpearle en el cráneo con su propia tibia”.
5.- Vida y Opiniones del Caballero Tristram Shandy de Laurence Sterne: Se publicó por volúmenes durante ocho años. El autor falleció antes de que se publicara como novela; de hecho, muchos especialistas consideran la obra inacabada después de tantísimas páginas. El libro pretende ser la autobiografía del narrador, que se pierde en digresiones y bucles infinitos y tronchantes pero no aptos para todos los paladares. Es una pieza fundamental en la narrativa moderna y cómica, pero el hecho de que el protagonista no nazca hasta el libro tercero no ayuda a que muchos aguanten con el volumen en las manos. Quizás prefieran la adaptación de Michael Winterbottom, aunque de adaptación fiel tenga, como no podía ser de otro modo, poco.
6.- La Divina Comedia de Dante: El poema escrito por Dante Alighieri en el siglo XIV pertenece al grupo de los que quizás engañen por el título al incauto. Crucial en la superación del pensamiento medieval y ácido como un limón en los ojos gracias a los comentarios sobre su época, ha sido hasta versionada en un monólogo por Richard Pryor. Sin embargo, muchos se quedan en la primera parte (titulada Infierno) o ni siquiera pasan por la segunda, el Purgatorio, y mucho menos abrazan la definitiva, bautizada como Paraíso.
7.- Moby Dick de Herman Melville: Si el protagonista de otro relato de este autor Bartleby el escribiente, ese abogado neoyorquino hastiado con, entre otras cosas, su trabajo, dice aquello de “Preferiría no hacerlo”, muchos lectores suscriben esa frase cuando se enfrentan a la novela definitiva de Melville. No comparten la obsesión ciega del Capitán Ahab por dar caza a la ballena y se marean con la primera tormenta en alta mar. No están solos, a pesar de la legión de fans entregados que sí vibran con este libro, en una reciente reedición en castellano de esta obra, el prologuista incluye una suculenta anécdota. El músico Moby (sí, el que hace canciones que salen en ochenta anuncios) admite que, aunque se puso ese seudónimo, jamás ha acabado la novela porque le parece “demasiado larga”. Una pista: ese músico calvo se llama en realidad Richard Melville, su tío bisabuelo es el consagradísimo autor.
8.- Paradiso de José Lezama Lima: Las más de 600 páginas de esta especie de novela de aprendizaje, exuberante en su prosa como un árbol cargadísimo de fruta, son un infierno para demasiados lectores. Muchos acceden a la formación del poeta José Cemí aconsejados por Julio Cortázar, un autor fundamental para muchos adolescentes del que se intentan devorar todas sus pistas, pero el lenguaje personalísimo y el largo alcance barren a un altísimo tanto por ciento del público de una de las novelas en castellano del siglo XX. Es más curioso si se sabe que el autor es cubano, un carácter poco dado a estos recluimientos. En la narrativa latinoamericana, y pese a su reciente culto global de su autor, también se suele bromear con 2.666, de Roberto Bolaño, que no alcanza ese número de páginas, pero se le acerca, tiene más de mil.
9.- Las Aventuras del Buen Soldado Svejk de Jaroslav Hasek /Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes: El mismo bufido de aburrimiento y desgana en las aulas checas y españolas. Y lo peor es que ambos emitidos por la obligación de leer dos de las novelas más divertidas y delirantes de la historia. Dos historias picarescas con dos antihéroes absolutamente inolvidables que cargan con el problema de ser el clásico más aplaudido de ambos países. ¿Su problema? Obligar a alumnos imberbes con las feromonas disparadas a adentrarse en sus numerosísimas páginas, para convertirlos en “un libro de la Mancha -o de Praga- del que no quiero acordarme”. Leídos, sin embargo, más adelante son más adictivos que una bolsa de pipas con sal o que la serie con más televidentes.
10.- La Broma Infinita de David Foster Wallace: Resulta curioso que una novela, entre otras cosas, sobre la adicción y el colapso de la cultura del ocio desanime a tantísimas personas. Su más de mil páginas, cientos de ellas son notas al pie, lo convierten en uno de los libros posmodernos clave en la historia de la literatura, pero también provocan que muchos crean que su malogrado autor, que se acabaría suicidando, había escrito, efectivamente, una especie de broma infinita sin gracia. Los lectores actuales trazan una línea en el suelo y separan dos bandos: la aman o la odian.
Vía elpais.com