Por Rodrigo Arenas
estudiante 3º Medio, Colegio Maquemávida
El pago de Chile, término usado por nuestro querido antipoeta Nicanor Parra, es simplemente que quienes han dado un servicio provechoso sufran la ingratitud, no sólo siendo ignorados o ninguneados, sino incluso siendo castigados y maltratados cuando se puede prescindir de sus valiosísimos servicios. Recibió Bernardo O’Higgins el pago de Chile, cuando después de tantos servicios prestados a la Patria durante la Independencia y su gobierno, los aristócratas lo enviaron al exilio.
Esto es simplemente lo que está ocurriendo con los docentes de nuestro país desde el momento en que se acogen a jubilación, que paradójicamente se define como: “Jubilare” o “Júbilo”, que va a adquirir el sentido de lanzar gritos de alegría y gozo.
Soy hijo de dos Profesionales de la Educación, que han entregado su vida al servicio de la comunidad, y me acongoja pensar en que a pesar de todo podrían seguir los pasos de la profesora de Copiapó. Hago un llamado desde mi humilde tribuna, quiero pedirles a los diputados y senadores que cada vez que aprueben un aumento en sus remuneraciones piensen en sus profesores que tuvieron en su vida estudiantil, que gracias a ellos, en gran parte, son lo que son, que de alguna manera fueron hijos adoptivos de sus profesores y que ningún hijo olvida a sus padres.
¿Sera el júbilo lo que vive día a día la profesora de Copiapó que en las últimas semanas salió en el noticiero matutino?
Ella misma describe la situación: “Recuerdo que en la Navidad del 2004 yo no tenía dinero ni siquiera para comprar un pan, ese día que lloré y me desesperé salí a la calle y comencé a caminar mientras continuaba llorando, llegué hasta el supermercado de Avenida Henríquez y una familia que pasaba por ahí me preguntó por qué lloraba; yo les conté que no tenía dinero y el caballero me dijo que lo esperara un minuto. El hombre volvió con algo en sus manos, me pidió que cerrara los ojos y que extendiera las mías, en ese instante me dejó una cajita de esas redondas donde vienen las papas fritas. Cuando abrí los ojos, vi que dentro había algunas monedas y un par de billetes. Luego volví a cerrar los ojos y seguí llorando, fue en ese instante que me di cuenta que comenzaba esta etapa de mi vida”.
Este es uno de los tantos ejemplos de la paupérrima situación con la cual quedan los profesores al momento de acogerse a jubilación.
Se han alzado las voces entre el magisterio activo y jubilado. También de la opinión pública en general, quienes condenan al sistema de pensiones ideado por José Piñera, y que los resultados no son de los mejores: El 70% para las AFP, y menos de 30% para los pensionados chilenos.
Entonces, me pregunto, ¿qué incentivo tienen los jóvenes para estudiar pedagogía? ¿Por qué algunos se tienen que inmolar y llevar todo el peso de una sociedad que discrimina?
Acaso ¿tienen la culpa los profesores de que una AFP, que sólo piensa en ganar dinero a costa de sus afiliados, se equivoque en sus inversiones y sean los docentes los que pierdan su dinero, del poco que tienen, y busque explicaciones banales en los “vaivenes de la economía mundial”? ¿Por qué sólo los afiliados a la AFP asumen las pérdidas y cuando hay ganancias no son compartidas? ¿Por qué después de 33 años que comenzó a funcionar en Chile el sistema de las AFP señala que las jubilaciones son bajas porque el porcentaje de descuento es bajo? ¿Por qué no son compartidas las ganancias o utilidades?
El profesorado pide a gritos cambios en el sistema. Son merecedores de contar con un sueldo más digno que el actual, con la tranquilidad, la paz y el respeto que se merecen en los últimos años de sus vidas. Una de las grandes satisfacciones de los profesores es sentir el orgullo de haber educado a grandes profesionales: ingenieros, médicos y, por qué no decirlo, profesores; sentir además que la gran lucha por educar a los alumnos no fue en vano, que todo esto tuvo un sentido, un fruto final. Sin duda el “Pago de Chile” a nuestros educadores es y ha sido dejarlos en la miseria y en una situación indigna que como chilenos nos avergüenza, sobre todo como país miembro de la OCDE.
Aún queda mucho por avanzar, somos un país que no puede seguir escondiendo la cabeza. Es momento de decir las cosas por su nombre, es momento de exigir el “Pago de Chile”, pero esta vez no como una ironía, sino como una realidad de respeto hacia quienes son los cimientos de nuestro país.
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