Minorías religiosas que no cesan de crecer siguen sufriendo el menosprecio de jerarcas católicos que habrían desconfiado hasta del mismo Jesús.
Por Luis Ernesto Lizana
Solía leer a menudo un teólogo católico, Antonio Bentué, un señor muy importante. Ha escrito libros, hace clases en una pontificia y es muy cristiano. Además, habla muy bonito. Recuerdo cuando arremetió contra los predicadores de la Plaza de Armas de Santiago. Título de su “cristiana” reflexión, “Predicadores o vociferadores”. Se refirió a estas personas en forma no muy respetuosa, calificándolos de “ruidos molestos”, de gente que no razona y que habla puras pavadas, al tiempo que manifestaba su compasión por la gente forzosamente expuesta a esos predicadores o, mejor, “vociferadores ignorantes”.
Me pregunto cuál es el aporte de este teólogo a la globalización del respeto multicultural que urgentemente reclama la convivencia de los chilenos. Con teólogos así, formadores oficiales de los “depositarios y santos custodios de La verdad“, se asegura la continuidad del Chile intolerante del presente y la reproducción de ideologías excluyentes, tipo Torquemadas, así como el odio encubierto y el desprecio mal disimulado hacia las minorías no católicas (masones, mapuches, ateos, comunistas, evangélicos, testigos de Jehová, mormones, etc.).
Sí, esos predicadores de plaza no hablan griego, como el teólogo pontificio que aquí aludimos; seguramente no han podido viajar a Roma, con todo pagado, a aprender latín en el centro mismo de la sacrosanta y sapiencial sana doctrina; tampoco han escrito libros.
Sucede que la ideología del academicismo y de la razón han terminado por transformar la fe en puro concepto, en la opinión incontrarrestable de un puñado de “especialistas” en la divinidad. Sólo éstos tienen derecho a hablar de Dios. Los demás no son más que herejes que molestan (y que curiosamente registran crecimiento numérico, lo cual asusta a los mecenas de los teólogos).
La postura de Bentué es un lugar común entre los sabios de la fe oficial. Oculta miedo y desprecio, el miedo que todo hombre de fe católica infantil experimenta ante todo aquello que huela a sentimentalismo luterano.
Aquí en este país no sorprende la postura de Bentué. Para recordar la muerte de los 44 jóvenes conscriptos de Antuco, el Ejército de todos –que sabía de antemano de la fe de esos mártires- va y casi como burlándose de los deudos (evangélicos por cierto) les levanta en sus propias narices un imponente y soberbio busto de María. Es decir, los curitas castrenses y de Antuco (no el Ejército) decidieron elegir precisamente uno de los símbolos más divisionistas entre pentecostales y católicos: una estatua de la Virgen. ¿Tendremos que creer que lo hicieron sin la intención de herir a esos pobres deudos “herejes”?
El pastor de ese Te Deum no lo creyó así y por eso hizo un enérgico llamado a la autoridad a que en el Ejército hubiera espacios dispuestos para que alabaran dignamente a su Dios. En otras palabras, el pastor les hizo ver a gente como ese teólogo y a esos de la fe infantil que no estuvo bien haber levantado una imagen de la Virgen en la memoria de esos mártires (eclesiológicamente equivocados, diría el señor teólogo).
¿Por qué no eligieron una estatua de Jesús? ¿No une éste a casi todo Chile? Y finalmente, ¿no fueron unos fariseos (dueños de La Verdad en tiempos de Jesús) los que al ver predicando a ese Jesús se preguntaron “¿y no es éste el hijo del carpintero”? El teólogo pontificio sugiere algo parecido respecto de esos predicadores sin ilustración de la Plaza de Armas: “hablan de Dios y no saben de Dios… no han estudiado como yo”.
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En la época en que realicé mis estudios en Teología Dogmática en la Pontifica Universidad Católica de Chile – dentro del claustro de profesores – estaba don Antonio Bentué. Efectivamente se trata de una persona muy preparada académicamente. Es catalán y ha vivido en Chile por muchos años. Se doctoró en la Universidad de Estrasburgo en Francia. Tanto como profesor y a nivel personal es un ser excepcional. Se trata de un gran maestro, especializado en diversas áreas del saber, con un gran don de gentes, muy amable y entusiasta. De lo menos que tiene es de ser orgulloso, prepotente o soberbio. Es un hombre sencillo, un hombre de Dios y un fabuloso intelectual. Por todo lo anterior, no comparto la opinión del señor Luis Ernesto Lizana. Claramente no conoce a la persona de la que opina.