“Si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación carece de sentido y nuestra fe lo mismo. Además como testigos de Dios, resultamos unos embusteros, porque en nuestro testimonio le atribuimos falsamente haber resucitado a Cristo” (1 Cor. 15, 14 s).
Como dice Benedicto XVI “La fe cristiana se mantiene o cae con la verdad del testimonio de que Cristo ha resucitado de entre los muertos”. Me ha gustado la expresión que utiliza san Ignacio de Loyola donde se nos invita a considerar como Jesús “trae el oficio de consolar” (E.E n° 224) Una constante en todas las apariciones del Resucitado, es que se insiste y se repite en que los apóstoles se llenaron de alegría: al ver a Jesucristo les cambio por completo su mirada sobre la vida. Atrás ha quedado el miedo, la tristeza, el sin sentido, están llenos de la fuerza de Dios. Han debido, por cierto, experimentar el dolor. La alegría no suprime esa experiencia sino que le da sentido, valor, una lectura nueva.. El dolor humano va a existir siempre y no por eso debemos callar la alegría. Justamente en medio de las lágrimas es cuando los cristianos debemos gritar el valor de la alegría y del consuelo.
Como comunidad eclesial se nos ha olvidado consolar a la gente. Estamos tan inmersos en nuestros problemas, que hemos dejado de lado a la gente que nos necesita imperiosamente. En medio de tanta catástrofe natural, hay miles de personas desconsoladas que han perdido todo (familia, casas) ¿y dónde estamos nosotros los testigos de la Resurrección? Ahí deberíamos estar consolando, acogiendo, curando las heridas corporales y del alma.
Pero todo lo anterior requiere que cada uno de nosotros haya hecho su propio recorrido de fe en la Resurrección. No nos quedemos en meras normas que cumplir, sino, dejémonos conducir por la fuerza arrasadora del Espíritu Santo porque al Resucitado no lo vamos a encontrar en un lugar específico, sino, que él va de camino, no le gusta lo rutinario de nuestra manera de vivir, la fe que no entusiasma a nadie. Él ya nos marcó en el Evangelio un itinerario a seguir. Allí no hay que añadir nada, tal vez una pizca de creatividad, para ir donde él nos mande….Como vez solamente es necesario cambiar nuestros paradigmas y abrir de par en par nuestro corazón y ponerse en camino hasta el final del viaje.
Por El Peregrino (Hugo Ferrer)
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